La ciudad de Cádiz, fiel a los principios que le han obligado a jurar o prometer, no reconoce más fiesta que el dichoso Carnaval. En consecuencia se dispone a sufrir el ataque de la hez carnavalesca.

Los operarios municipales se afanan en tapar las fuentes, los monumentos y cualquier adorno público para que no sean arrasados durante la celebración de nuestros cultos festejos. La bonita fuente de San Juan de Dios ha quedado oculta bajo grandes tablones y las músicas de Chueca y Falla, arrinconadas en algún almacén municipal.

Por si fuera poco, ya están en camino los elegantes wateres que, estratégicamente colocados, ocultarán museos, iglesias y otros edificios notables de la sufrida Cádiz.

Nuestra hostelería está guardando los buenos productos para épocas más propicias. Vienen de camino grandes toneladas de mortadelas a punto de caducar, moscateles de dudosa procedencia y papas del Camerún para los grandes paponazos carnavalescos. Ya han llegado infinidad de vasos de plástico y las barras metálicas para atrincherar los bares e impedir el uso de los servicios.

Este año yo me atrevo a pedirle a nuestro querido alcalde, Kichi para sus amigos, un pequeño favor. O a Barcia, que me dicen es el que realmente manda en el Ayuntamiento.

Por favor, coloquen una pequeña barricada delante del puesto ambulante que vende chocolate y churros.

No es por nada. Pero es que todos los años se va el personal por las patas abajo.

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