Análisis

Enrique Montiel

Octubre, octubre

La realidad discutida y discutible de un imbécil es un empecinamiento de los hechos

Ysin embargo se mueve, Eppur si muove afirmó Galileo ante el Tribunal de la Inquisición. Fue una retractación de su teoría heliocéntrica frente a la defendida por la Iglesia católica de su tiempo, que afirmaba que el planeta tierra era el centro del universo, no el sol. Y sin embargo se mueve, insistía Galileo. ¡Y tanto que se movía! Con un doble movimiento, sobre sí misma y alrededor del sol, de donde los días y los años. Lo saben hoy los niños de Primaria pero entonces se había impuesto una verdad absoluta con una todopoderosa Iglesia detrás, que tenía el poder completo sobre la salvación de las almas y lo ejercía hasta en estas cuestiones ajenas.

Aquella Iglesia, como otras de hoy, o como todas, tendía a un pensamiento único, totalizador. Tenía que ver con las creencias, que se convertían en dogmas, leyes de hierro, pues, que debían cumplirse bajo los peores tormentos. Del más acá y del más allá.

Escribo ayer, día de la Hispanidad. Y suelo recordar lo que me sucedió a finales de los ochenta del siglo pasado cuando corregí a un periodista mexicano que me acababa de entregar su curriculum para poder trabajar en la Expo'92.

"¿Cree, señor, que tengo posibilidades?", me preguntó. "Por supuesto", le respondí. Entonces él, con un gesto humilde, agachando un poco la cabeza, me dijo con el suave y dulce acento de su país: "Es que como soy extranjero…". Le repliqué de inmediato: "¿Quién te ha dicho que un mexicano es extranjero en España?". Me miró fijamente, como incrédulo y sorprendido. Y vi cómo le salían lágrimas de los ojos…

Así la Hispanidad, como el eppur si muove de Galileo. Sobre una España en la que un sucedáneo de Iglesia totalitaria quiere imponer su teoría de inexistencia una realidad tozuda se mantiene, como lágrimas que no se pueden contener o como tantas experiencias que todos tenemos, bien de nuestras visitas a países hispanoamericanos o de los encuentros con nuestros parientes de aquel continente, que tienen nuestros apellidos y hablan nuestra lengua, para perpetrar mentiras o para rememorar todo lo que nos une.

La realidad discutida y discutible de un imbécil es una obstinación y un empecinamiento de los hechos. Fue ayer, ya decía, el día señalíto de la hispanidad, en donde ha vuelto a afirmar, pese a todas las penas del infierno y los martirios, un Galileo en castellano que España existe y ha sido partera de naciones, creadora de una lengua de 500 millones de personas, pese a los nuevos inquisidores subido a las azoteas de sus casas y las torres de sus iglesias para decir que el mundo no excede a lo que ven sus ojos.

¿Es mucho pedirte, querida alcaldesa, que restituyas en la estatua de la entrada de la ciudad, el nombre de España a los que dieron su vida por ella en África y que arrancaron los andalucistas en su tiempo contra Galileo? Sería un buen modo de celebrar la Hispanidad de la Isla.

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