Análisis

Rafael Duarte

Huertas, olvidos...

La huerta era una forma de entender la vida en La Isla, algunas con vaquerías...

En la mañana, cielo azul y nubes/como un mudo rebaño de corderos. /Abajo, el verde del pinar movido, /el verde claro y leve del almendro/el verde mate del nopal y el verde/más luminoso e idílico del huerto/. Este canto a las huertas isleñas de Juan Mena habla de lo que también nuestros ojos atesoraron en aquella Isla con tantas huertas como esteros. O más. La memoria se cifra esta mañana, los ojos entornados como rayitas de persianas por donde el sol navega en su cosmografía de polvo y de desganas. Esto fue la Isla. Esto que José Acosta Martínez platicaba evocando los nombres de las huertas de Gallineras. La huerta del Carabinero, justo detrás del cuartel demolido de la guardia civil en la entrada del muelle. La de José Acosta, su pariente, llamada también la Viña, porque la sembró de viñas de uva moscatel, y más tarde Huerta del Lolo. Las huertas del Pilo, la huerta de Bey, la de Castañita, la del Patrocinio, la de Suraña, la… Igual que las salinas son hilo de nada y viento. Solar y matas, candelabros de higueras oxidadas, palmeras romas, tierra estéril donde la fugaz lagartija copia rayos de grietas en su huida.

La huerta era una forma de entender la vida. Algunas con vaquerías. Todas con arados, estevas, lienzas, hoces, azadas, azuelas, almocafres, zoletas, -me gustaba más azoleta, derivada de asciola, usada por los carpinteros para desbastar- y luego aplicada a la labor de cultivo, con la variante asoleta que aparece documentada en Chiclana, en una herencia en 1670. También se utilizabas las espiochas (1884) hasta que se documentó piocha en 1925.

Del agro vienen ecos semánticos muy musicales, muy contrarios a los ramos poéticos y meninos de ahora. Sobre todo los poemas, cultura viene de cultivo, de Filondango Mocuseo, Perrontoreca con carpeta y su subyacente del melenón. ¿Horras lingüísticas? ¿Cebollas albarranas? Estacones, lindes, liños, fanegas, cabos, soberados, cobras, tusones, calabozos, redores… Ah, rico el lenguaje, sonoro, y no me explico como la mediocridad iguala más que la nada.

En la asociación de vecinos Manuel de Falla, con mi amigo Luis Prendes y bajo la eficaz presidencia de Pepe Carmona y su junta, que desean tener huerto vecinal algún día, está Enrique Maine, de la antigua y también ya mítica huerta, que enseña en los colegios cómo, cuándo y dónde se siembra. Otro tiempo perdido casi ya sólo lengua. Y ahí quedan los viejos ecos raros, el sembrar o no con la luna, si el perejil sale macho o hembra, almacenar ciertas patatas bajo tierra para que no le salgan puyones, los alcauciles, las acelgas… El presidente de la Tertulia de las Montañas, José Acosta Martínez, tuvo tantos familiares con huertas y salinas, que deja fluir la memoria y salen más palabras, el pajecillo, el almocafre, de occa, rastrillo, el lenzón , la línea, la lienza, la…

Me pregunto a estas alturas, en las que sembramos solamente bolardos, que en realidad se han llamado marmolillos y guardacantones y ahora es el anglicismo bolardo que no es lo mismo porque se refiere al noray o proís. Y así estamos. Ya no sé qué diría Rayhana bajando en una mula desde el cerro al día de hoy.

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