Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Análisis

Ricardo Guillermo Miranda Palomino

Abogado

Español para todos

En nuestro país, cuando se trata de los otros acentos, ni están ni se les espera

En Cádiz tendrá lugar a final de este mes de marzo el Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), auspiciado por el Instituto Cervantes y con la participación de la Real Academia de la Lengua, naturalmente. Se celebra cada tres años en alguna de las capitales de las distintas naciones hispanohablantes y es un gran honor para Cádiz ser su anfitriona, ya que, en el plano cultural, no existe trazo más imponente que hayamos aportado los españoles a la Historia Universal que no sea la expansión de nuestra lengua materna al número de hablantes de hoy día. El propio Instituto nos dice que "los congresos constituyen significativos foros de reflexión acerca de la situación, los problemas y los retos del idioma español".

Al hilo y puesto que en el mes de mayo de 2022 en Diario de Cádiz hablamos del apartheid lingüístico que padecemos desde hace siglos millones de españoles por nuestro habla dialectal, la ocasión podría haber sido una oportunidad inmejorable para buscar una suerte de tematización que diera carta de naturaleza a esta problemática, aprovechando la sede.

Y en efecto. En este congreso hay, sí, una ponencia sobre 'El habla viva y creativa de Cádiz como argumento para una candidatura'. Pero no podemos conformarnos sólo con un interés tangencial. Con la que está cayendo más parece faena de aliño folklórico a la ciudad de acogida que la gran tarea de enfilar el reto de la normalización de los diferentes dialectos cultos de España.

Y la realidad es tozuda. En nuestro país, cuando se trata de los otros acentos, ni están ni se les espera. Los asuntos que se ventilan en Madrid siguen en las diatribas de Bizancio con los turcos a las puertas. Menudo numerito se ha formado a propósito de la tilde con la palabra 'sólo'. Se ve que continuamos en debates metafísicos poco fructíferos como si la lengua española fuera sólo nuestra, de los españoles con zeta, a pesar de que representamos sólo el diez por ciento de los hispanohablantes.

Enconos que distraen y desvían la atención de otros asuntos claves de nuestra lengua, por una parte el antedicho reto de la normalización de las aspiraciones justas de los otros hablas cultos de España y por otra, la senda de la consolidación de la enseñanza del dialecto norteño español tomado por referencial, el distinguidor entre las sordas zetas y las eses, que a pesar de ser minoritario en el mundo hispano se arroga la representación de la lengua española universal, con el añadido de que sus hablantes están poco habituados a otros hablas dialectales más allá del suyo 'oficial'.

Y resulta que estamos tan acostumbrados al uso exclusivo del habla norteña en los medios oficiales y de comunicación, que no podemos imaginarnos la posibilidad de que la evolución del español universal apueste por un cambio hacia un nuevo paradigma que consolide la elección de una suerte de koiné del español que engarce el futuro cambiante que nos espera. La apuesta a esa primacía debe contar con la mayoría aplastante seseadora no distinguidora, que es en realidad la estirpe toledano-sevillana ganadora por goleada en la expansión mundial de la lengua española, debido a su mayor facilidad a la hora de ser aceptada por otros hablantes, a la pronunciación más sencilla, al ahorro y esfuerzo en el habla, a su suave y melodiosa belleza arropada por una mayor sonoridad que harán de nuestra lengua, si se decide esa trayectoria, un idioma más atractivo y fácil de expresar incluso para los no nativos. Esta aceptación general a favor de un idioma español fonéticamente separado del 'oficialista' actual ayudará además a la normalización de los otros dialectos cultos de España, dando carta de naturaleza a otros sonidos idiomáticos todavía no aceptados.

Seguir empecinados en antiguas distinciones ortográficas en español, sean entre las ces y la zetas, no son más que piedras en el camino que dificultan y enmarañan su aprendizaje, especialmente en el universo del español seseante, que puede llegar a ver extrañas y confusas tales reglas ortográficas y que no hacen sino dar pábulo a la revolución del español que está por venir, no más el día que cristalice la toma de conciencia por la mayoría hispanohablante de su real peso específico, mandando al rincón del olvido tales formalismos ortográficos sin que apenas podamos los españoles decir esta boca es mía, porque, en puridad, cuando se trata de la lengua española, gracias a su éxito histórico, nuestra ya no lo es.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios