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El Comandante Lara

Luis regala pizcas de felicidad comprimida en tres minutos. Aún hoy lo busco en los días en que nos encontramos más decaídos, casi vencidos por realidad

Creo que era un día de la primavera tardía en Jerez. Luz limpia y vaho. Había quedado con mi amigo el periodista David Gallardo para almorzar, aunque acababa de comenzar una (otra) dieta. Me pidió que lo recogiera en la emisora de radio donde exhibe voz de galán. David es un tipo especial, de los que me gustan: o lo adoras, o lo odias. Alguien que ha sido manager de grupos de rock siempre será un emprendedor voraz, rumiando proyectos. Él lo es, rumia tela. Lo que decía, fui a buscarlo y me dijo que había quedado antes con Luis en no sé qué tabanco, que lo acompañara.

Yo no sabía a qué Luis se refería hasta que me lo aclaró. David presenta el programa de Canal Sur que protagoniza el Comandante Lara, amenizado por músicos de esos que nos gustan a Tarantino y a mí. La verdad es que en aquellos tiempos -acabaría de empezar 2019-, yo apenas había escuchado a Lara. Quizás algún monólogo en la televisión. No recuerdo si llegamos antes nosotros o él, pero sí que el lugar era coqueto y estrecho, y que nos sirvieron un buen moscatel y una tapa generosa. Luis Lara es un tipo extremadamente inteligente, no en vano domina el arte de hacer reír, que, como saben, es una disciplina muchísimo más complicada que la de hacer llorar.

Además, me pareció un hombre sensato. Estuvimos con él no más de media hora y les prometo que no hubo chistes de sobremesa, sino que estuvo comentándonos a David y a mí que le estaban saliendo muchos bolos, que su negocio iba cada vez mejor, y que se metía entre pecho y espalda sus buenos kilometrajes para ir de un lado a otro.

Al salir, antes de despedirnos. David sacó de su mochila mi novela A la velocidad de la noche, y se la tendió a Luis. "Toma, haceos una foto con el libro", le dijo. Nos colocamos para la instantánea y el Comandante Lara, tras echar un vistazo a la sinopsis, graznó: "Me gustó más la película". Eso es arte, como ya dije antes. O adivinación, qué sé yo. Nos reímos, nos despedimos, y cada uno tomó su propia dirección. No he vuelto a coincidir con él, aunque nos seguimos en Twitter. Y entonces llegó el año extraño en el que parece que nos robaron la vida (y en algunos casos, así fue) y nos vimos encerrados en nuestras casas con la gente que, teóricamente, nos quiere (el índice de divorcios post-covid lo desmiente).

Sin esperarlo, fue ahí cuando apareció de nuevo el Comandante Lara en mi vida, otorgando su compañía desde Youtube con sus pegadizos ataques de risa, las historias de su cuñado Ramiro, las nutrias y las ratas y el mayordomo Sebastián portando la capa y el sombrero del conde -el mejor chiste que se ha contado jamás-, y la vida me pareció menos dura. Luis regala pizcas de felicidad comprimida en tres minutos. Aún hoy lo busco en los días en que nos encontramos más decaídos, casi vencidos por realidad. La risa es un medio para alcanzar la eternidad, que es el recuerdo de la infancia. Y Lara lo sabe.

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