Estos días después del puente, de vuelta a la normalidad, a la cotidianeidad donde intento ser yo, la que me he construido o la que las circunstancias han ido construyendo para mí, busco un asiento que me dé seguridad.

Necesito volver a poner las cosas en su sitio, aparcado el juego del viajero que vive de puntillas, sin entrar a fondo en el lugar que visita, que es otro más ligero, menos introspectivo, porque está de paso. Pero en la vuelta a casa, al recuperar mi espacio, con mis muebles y mis libros, recupero también los miedos e inseguridades. Porque en lo cotidiano se recupera el tempo de la vida, se organizan los chispazos atrapados en el viaje, se usan las baterías cargadas en los días de ocio.

Leo en la prensa que estos días Chomsky ha celebrado su 90 cumpleaños. La primera vez me lo encontré en la universidad, dando sentido a la sintaxis a través de la estructura profunda; la última en un viaje, una habitación de hotel rural cerca de Trujillo, en Extremadura, en un paraje rodeado de chaparros y gallinas. Había en mi habitación un ejemplar de Chomsky para principiantes que me ayudó a pasar la siesta que no duermo. Me recordó Chomsky la naturaleza indagadora del ser humano. Este pensador "contribuyó a refutar la desagradable afirmación conductista de que no somos más que máquinas insensibles plasmadas por una historia de refuerzos, tan libres exactamente como una rata en un laberinto, y sin ninguna otra necesidad propia que satisfacer su fisiología".

No sé si somos libres, pero intuyo que tampoco máquinas insensibles. Compruebo cada día que cuanto más nos ilustramos y educamos, cuanto más desarrollamos el espíritu crítico, más lejos estamos de convertirnos en una masa de borregos dispuesta a seguir a cualquier líder populista. Por eso apuesto por el viaje, la lectura, la confrontación sana con el diferente, la educación, la indagación creadora… que nos harán, si no más libres, menos manipulables.

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