Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Chiclana medio ambiente

Cuando escribo estas líneas aún me hallo bajo el impacto de una simple salida a tirar la basura en el lugar correspondiente. Y es que cerca de mi casa hay contenedores perfectamente diversificados: basura orgánica, papel y cartón, botellas, plásticos. Incluso uno de Madre Coraje para ropa usada. Sin embargo me he encontrado toda suerte de trastos e inmundicias en las proximidades de tan útiles objetos: una puerta vieja, un colchón mugriento, algo que en su día pudo ser una mesilla de noche, cartones de embalaje, un jersey tiñoso, unas bragas coloradas…

Por el camino he sorteado con destreza algunos excrementos caninos y me he tapado los oídos para no quedar sordo a perpetuidad a causa de la espantosa música que emanaba a todo volumen de un coche tuneado y por el estrépito causado por una moto enana carente al parecer de un silencioso en el tubo de escape.

Sin embargo observo día a día a muchos vecinos que llegan con bolsas diversas con los residuos domésticos perfectamente clasificados para su reciclaje, personas de todas las edades. Veo que la mayoría de esos vecinos salen con sus perros provistos de la bolsita de la caca canina, como es debido.

Está claro que tengo vecinos limpios y vecinos sucios. ¿Cómo sucios?: gorrinos, guarros, marranos y, desde luego, insolidarios. Porque lo que ellos ensucian tienen que limpiarlo otros, fundamentalmente los operarios del servicio de limpieza que, debo decirlo, es muy escrupuloso y eficiente. Además existe no muy lejos un punto limpio perfectamente organizado y bien atendido por el correspondiente personal. De ese modo no cabe culpar totalmente de la mugre a la gestión municipal, si bien no estaría mal un poco más de acción coercitiva para controlar la barbarie urbana. Fundamentalmente se trata de una cuestión de educación y civismo, disciplinas en las que sería imprescindible educar en los ámbitos familiar y escolar; sobre todo en el primero de ellos.

Recientemente he sabido de críticas contra la limpieza y cuidado de algunos de nuestros paisajes, como, por ejemplo, el Pinar del Hierro. Efectivamente, ese lugar está hecho un verdadero asco, y resulta ofensivo intentar darse un paseo por allí para encontrar toda suerte de porquerías: plásticos, botes… de todo. Eso sin contar la maleza que invade toda la zona, con graves riesgos para la seguridad y la higiene. Todos esos hierbajos y matorrales pueden arder con extrema facilidad y son, por añadidura, fuente de mosquitos y otras desagradables epero inocentes criaturas. Lo curiosos es que las acusaciones, seguramente fundadas, provengan de grupos políticos que no brillaron nunca en especial por su preocupación por el medio ambiente. Tampoco cuando les cupieron responsabilidades municipales, todo hay que decirlo.

Sería muy injusto reducir a nuestro pueblo o ciudad la tendencia al desaliño cívico, porque, como se suele decir: "en todas partes cuecen habas…" Nuestra querida España todavía sigue siendo uno de los escasos países europeos donde la gente aún tira al suelo en los bares las colillas y las servilletas de papel; incluso las cáscaras de las gambas y los huesos de las aceitunas. Personalmente yo tengo divididos los bares y cafés en dos grandes categorías: los que ponen cenicero en las mesas de la terraza y los que no las ponen. Según otra gran división: los que retiran los servicios y limpian las mesas en cuanto han sido utilizados y los que no. Por desgracia abundan más "los que no lo hacen". Por lo menos por estos pagos.

El otro día vi con envidia en la tele cómo se gestionaba el asunto del civismo y el medio ambiente en el municipio de "El Boalo - Cerceda - Mataelpino". Se estaba realizando toda una acción conjunta por familias, colegios y Ayuntamiento sobre ese tema que a mi me parece tan importante; y lo que más me gustó, no fue que un Consistorio serio y consciente impulsara la tarea, sino el evidente protagonismo de familias, educadores y organizaciones cívicas privadas. Eso que solemos llamar sin saber exactamente qué es "sociedad civil". Ese ayuntamiento dispone hasta de un rebaño de cabras municipal, que limpia el monte bajo y produce beneficios pecuniarios a la vecindad. ¡Encantador, desde mi punto de vista!

Ahí quería yo centrar la cuestión: somos nosotros, los ciudadanos, los responsables principales de lograr un medio limpio y habitable en beneficio de todos. La tendencia de culpar de todos los desaguisados urbanos y rurales a la autoridad que sea es un mal crónico en nuestra sociedad. Eso manifiesta un exceso de confianza (o, tal vez, de desconfianza) en los poderes públicos, que, por cierto, son los que nosotros mismos hemos elegido democráticamente. Sin embargo desconfiamos de nuestra propia potencialidad e iniciativa para intervenir en lo público. ¡Ojo, no sólo los hispanos! Recuerden el dicho italiano: "¡Piove, porco Governo!" (Llueve, cochino Gobierno). Muy, pero que muy mediterráneo.

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