Análisis

Pedro Ignacio Martínez Leal

Doctor en Historia del Arte

Cádiz y el imaginero Francisco Buiza Fernández

Un repaso a la obra gaditana del imaginero de Carmona en el centenario de su nacimiento

Cádiz capital y su provincia atesoran una parte importante del legado artístico del insigne escultor–imaginero Francisco Buiza Fernández (1922–1983), de cuyo nacimiento se cumple el primer centenario. A diario, su obra escultórica, sus imágenes devocionales, están presentes en los desfiles procesionales de la Semana Santa gaditana.

El presentador de televisión Jesús Devesa dice de Francisco Buiza que es el artista que más trabajó para Cádiz y sus hermandades, después de Miguel Laínez Capote (1906–1980), calificándolo por las características de su estilo y la unción sagrada de sus figuras como “el escultor de la fuerza divina”.

Su primer encargo

La relación de Cádiz y Buiza fue muy satisfactoria desde sus comienzos y estuvo marcada por los primeros trabajos que realizó para la hermandad de Sentencia, que procesiona el Miércoles Santo. Su amistad con Juan Pérez Calvo, cofrade y artista sevillano, diseñador y proyectista de pasos con taller propio en la calle Torre, le llevó a trabajar para esta cofradía en la segunda mitad de la década de los cincuenta, ejecutando (a excepción del Cristo, de autor desconocido hasta la fecha) las cinco figuras que lo acompañan: Pilatos, su mujer Claudia Prócula, un militar romano, el lector y un esclavo negro arrodillado.

Francisco Buiza opinaba sobre este tipo de imágenes lo que sigue: “Al ser figuras secundarias, nunca debían de exceder en belleza o calidad compositiva a las efigies sagradas por excelencia, Jesús o María, pues si no le harían la competencia y la mirada de los fieles no atenderían a los personajes principales del conjunto”.Ese afecto y empatía, esa relación inicial y fluida que se dio con la ciudad gaditana y sus cofrades comienza con estos trabajos y se mantendrá a lo largo del tiempo, pues Buiza se encontraba muy a gusto con sus formas de sentir y la idiosincrasia de sus pensamientos.

Confidencialmente, el escultor llegó a decirme en una ocasión: “Me gusta trabajar para estas gentes, tienen un concepto de las relaciones humanas y de la libertad que se asemejan mucho a mi forma de entender la vida. Por eso, cuando me llega un encargo de esta zona procuro siempre no dejarlo de lado y atenderlo porque me siento muy pronto identificado con sus proyectos”.

Su primera Dolorosa

El artista satisface estos primeros encargos para Cádiz cuando ya se encuentra profesionalmente en una etapa de madurez artística. Así, su primera Dolorosa, la Virgen de las Lágrimas, la concluirá en 1959, con 37 años de edad y con estabilidad en su taller de la calle Viriato, en la Casa de los Artistas en Sevilla. Esta imagen de la Virgen de las Lágrimas, muy bella, de elegante y primoroso semblante, de 1,65 metros de altura, costó 10.000 pesetas de la época a la hermandad de la Piedad, equivalente a unos 60 euros en la actualidad, salvando, claro está, las distancias de las cuantías económicas estimativas correspondientes a los precios que se fijan en nuestros tiempos.

La actitud sutil del rostro de esta Dolorosa, de contemplativo recogimiento con la mirada pérdida hacia abajo, supuso un acierto y un avance en el anticipo e inicial desarrollo del canon buizenco en ese momento, pues ya se fue desprendiendo, poco a poco, de las primeras influencias estilísticas de su maestro Sebastián Santos Rojas.

San Juan Evangelista (1958) y María Magdalena (1959) para la misma cofradía son dos buenos ejemplos de su buen hacer escultórico. Ambas figuras forman parte de su paso de misterio y son dos excelentes retratos realizados del natural. El San Juan de porte noble y gesto natural define muy bien el tipo de modelado de formas orgánicas y volúmenes de ese momento y el golpe de gubia preciso del escultor en todo este período. La Magdalena, imagen para vestir de un gran realismo retratístico, tiene realizado un estudio detallado de su cabellera y presenta un rostro ensimismado, personificándola inmersa en el piadoso misticismo de la oración devota.

La modelo que tomó como referencia para representar esta figura fue una vecina cercana a su taller, de gran belleza, que después, curiosamente, acabó marchándose a los Estados Unidos al contraer matrimonio con un marine norteamericano de la base de Rota.

Otro testimonio más que nos queda en la ciudad de esta misma época será el Crucificado de Mirandilla para la Capilla del Colegio de la Salle. Su cliente sería en este caso José Luis Domínguez Gutiérrez, que se lo encarga en 1961. Mide 1,60 metros de altura y lo realizó en madera de pino de flandes, firmándolo en el sudario (“Fco BUIZA. Sevilla 1961).

Probablemente de esta época conservamos en el altar mayor de la Iglesia de San José, junto a la nave del evangelio, una imagen de un Crucificado de tamaño académico, representativo de este mismo período.

Sin duda, todo este tipo de piezas escultóricas cristíferas son de enorme interés, sobre todo porque en ellas estará ya el germen y serán el precedente del ensayo en la búsqueda de un estilo personal que se plasmará posteriormente en el Cristo de la Sangre (1967) de la hermandad hispalense de San Benito, considerada a la postre como uno de sus hitos artísticos más importantes en su trayectoria escultórica, pues, sin duda, su ejecución llegaría a cambiar el futuro de su vida.

La Virgen de la Trinidad

José Luis Ruiz Nieto–Guerrero, comprometido y leal cofrade gaditano que todos tenemos en el recuerdo, estudiaba por esas fechas su carrera de Derecho en Sevilla. En 1967 frecuenta el taller del maestro y en representación de la hermandad de Medinaceli llegó a encargarle la Dolorosa de la Trinidad. Imagen que sería, sin duda, un paso muy importante en la trayectoria profesional del escultor, que obtiene un acierto pleno al representar y plasmar una efigie de la categoría artística de esta Virgen, tan del gusto gaditano.

Estamos ante una de las imágenes cumbres de la imaginería mariana del siglo XX. Buiza se siente muy inspirado en esta oportunidad y nos ofrece una Dolorosa icónica y representativa, de proporciones casi perfectas, que satisface en estos momentos sus afanes de superación profesional y potencia su grado de creatividad.

El rostro de la Virgen de la Trinidad gaditana no deja indiferente a nadie que se acerque a verla. Atrae al devoto que la visita en su templo, pues tiene ese efecto de llamada emocional y de pellizco fervoroso importante que nos lleva a la oración y a una reflexión intensa de contenido religioso.

La imagen, en la que destaca su esmerado modelado, nos presenta ya las características y peculiaridades del canon de su etapa de madurez estilística en el diseño del rostro y en la composición de sus manos. Presenta un rostro ovalado con inclinación de la cabeza hacia la derecha, frente despejada, dulce mirada penetrante de enorme expresividad reforzada por la profundidad de sus bellos ojos, enarcamiento de las cejas y ceño levemente tensionado, nariz rectilínea acentuando su tabique nasal, dejando la punta redondeada y marcando en las aletas la línea divisoria. La boca entreabierta, perfilada como si lanzara un suspiro entre sus labios, detallando todo género de pormenores en sus dientes y en la encarnadura de la lengua. Su mentón matizado lo subraya modelándolo redondeado y sin hoyuelo.

Los perfiles equilibrados de esta figura mariana aparecen estudiados así mismo por su autor con sumo detenimiento, destacando de forma especial el izquierdo por su proporción y distribución anatómica exquisita.

Podríamos decir que su caché profesional y su prestigio como imaginero en Cádiz y provincia, desde ese preciso momento, alcanzarán ya una categoría sobresaliente, hasta el extremo de que no le faltarán nuevas solicitudes y encargos, que el escultor atiende presto y complacido.

Trabajos en La Palma

Dos años más tarde, en 1969, la Archicofradía de la Palma le encarga la reforma de su titular el Cristo de la Misericordia. La imagen dieciochesca del Crucificado es de autor desconocido hasta la fecha. La cabeza de esta imagen primitiva se respetó íntegramente, encargándosele al escultor la elaboración de un cuerpo completamente nuevo, que armonizara con las proporciones de la testa.

Ese mismo año llevaría a cabo también la restauración de María Santísima de las Penas, a la que el artista acopló un candelero nuevo y repolicromó su rostro. Además, le realizó un nuevo juego de manos propios de su estilo y categoría escultórica. También tenemos constancia de que fue restaurada en su policromía posteriormente por Luis Álvarez Duarte, que le resaltó los párpados a base de pátina en claroscuro y le adaptó unas nuevas pestañas.

Con posterioridad, en 1979–1980, Buiza recibiría la propuesta para decorar el paso del Cristo de la misma hermandad, dejando así también huella de su buen hacer y maestría en su faceta como especialista en la decoración de pasos procesionales. Concretamente, realizó el arcángel eucarístico del frontal del paso, cuatro evangelistas inspirados en los de la hermandad de San Benito (Sevilla), con escasas variaciones; cuatro ángeles sedentes situados en los ángulos del paso; 16 ángeles querubines que revolotean por la canastilla; 12 cabezas de ángeles alados decorando el canasto.

El arcángel eucarístico y los evangelistas aparecen firmados: Fco. Buiza 1.979 y 1.980, respectivamente. Todas estas piezas decorativas fueron restauradas en Sevilla en el taller de José María Leal Bernáldez en los años 2009 y 2010 con acierto, respetando las policromías del maestro.

Retomamos sus trabajos para la ciudad gaditana en noviembre de 1973 con la realización de una réplica de San Juan Evangelista, que acompañaría en el altar a la Virgen de la Trinidad para la Hermandad de Medinaceli. Esta imagen fue donada a la hermandad por Ruiz–Nieto Guerrero. Es una escultura de vestimenta que realizó en madera policromada, de 1,68 metros de altura.

Su modelo iconográfico es el San Juan de la Hermandad de la Amargura de Sevilla, obra de Benito de Hita y Castillo (1760). Buiza había restaurado esa figura hispalense con anterioridad, en 1959, y dejó en él una honda huella hasta el extremo de que en esta ocasión llega a realizar prácticamente una réplica. Las pestañas de esta imagen son postizas, a diferencia con el de San Juan de la Palma sevillano.

A partir de los últimos años de la década de los años setenta y hasta su fallecimiento en marzo de 1983 iremos encontrando en su inventario una serie de trabajos escultóricos en Cádiz de una enorme calidad estética, que lo hacen ser, sin duda, uno de los artistas imagineros por excelencia de la Semana Santa gaditana.

Su madurez en Cádiz

Así, en 1977 comenzará la iconografía del paso del Sagrado Descendimiento de Cristo. Primero realizará el Cristo titular de la hermandad, que sustituiría a otra imagen anterior del polifacético artista, imaginero y tallador puertorrealeño Juan José Bottaro Pálmer (1886–1970). Este Crucificado de porte neobarroco atiende en su concepción, construcción y policromía a las características del canon buizenco de seis cabezas, ya desarrollado y establecido en su etapa de madurez, de enorme fuerza expresiva y formas compositivas rotundas, tensiones anatómicas y cuidado de todos los detalles y pormenores de los síntomas de los suplicios y de la pasión sufrida en la cruz, con una policromía espléndida que lo consagraron, sin duda, como un gran “pictoescultor”.

Al año siguiente, en 1978, para la misma hermandad va a gubiar la Virgen de los Dolores, imagen de candelero, muy bella, de porte y rictus muy delicados. Sobresalen su visión en tres cuartos y la energía de su mirada, subrayada solo por la colocación de una lágrima en su mejilla derecha. Más tarde, terminaría la delicada distribución del resto de sus lágrimas, estructurándolas de forma impar y asimétrica. Completa esta imagen un juego de manos insuperable, que suelen portar la corona y los clavos como símbolos de la pasión de Cristo.

Los santos varones Arimatea y Nicodemo son del año 1985, basados en modelos de Buiza y los finalizará ya su discípulo Francisco Berlanga con esmerada intención, crédito y solvencia. El resto de las figuras secundarias que completan la iconografía de este paso de misterio (María Magdalena” (1991), San Juan (1992), María Salomé y María Cleofás en (1993) las realizó más tarde con acierto y destreza el imaginero gaditano Luis González Rey, discípulo de Alfonso Berraquero, su profesor de Modelado e imaginero del que aprendería el desarrollo de la profesión y el oficio.

El Cristo de Descendimiento ha sido restaurado con posterioridad por el mencionado escultor González Rey, que además realizó también las cartelas del paso de Misterio en 2011.

Una de las grandes restauraciones que realiza en Cádiz la llevará a cabo en la Hermandad de la Borriquita. Se trata de la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Paz, obra de Miguel Láinez Capote de 1944, a la que Buiza en 1978 le dejó la marca de su sello personal inconfundible. El paso fue completado en su iconografía, más tarde, con otras obras de González Rey.

Dolorosas gaditanas

Llega el momento en el que el escultor carmonense va a dejar una huella definitiva e imborrable en la Semana Santa gaditana gracias a la realización de sus Dolorosas para las hermandades del Descendimiento (Virgen de los Dolores, en 1977, imagen de una sugerente belleza juvenil serena, triste y compungida); Sanidad (María Santísima de la Salud en 1977, que nos conmueve abatida por su gesto de dolor contenido); Perdón (María Santísima del Rosario en sus Misterios Dolorosos, en 1979, con esa expresión de su rostro afligido, triste y melancólico del dolor más extremo); y Las Aguas, (María Santísima de la Luz, en 1982, distanciada de sus fórmulas estéticas más tradicionales, que se distingue por su marcada expresividad pasionista y el arrebatador misticismo de su semblante, siendo una réplica de la imagen del mismo título del siglo XVIII, que permanece en la Parroquia de San Antonio).

Dándose la circunstancia de que la hermandad de Las Aguas haya fijado su sede canónica en la Parroquia de Santa Cruz, hace que este templo pase a ser un auténtico museo donde poder observar y disfrutar de la variedad de la obra de Buiza en las devociones de sus Dolorosas gaditanas más significativas.

Su última obra, Las Aguas

Su última obra contratada para la Semana Santa gaditana sería el Cristo de las Aguas (1982), su testamento artístico para la ciudad de Cádiz, una talla portentosa que pasa por ser uno de los mejores Crucificados del maestro carmonense. Esta figura tiene como referente el modelo del Cristo de la Buena Muerte de la Capilla de la Universidad de Sevilla, con el sudario anudado por una soga en la cadera izquierda. La efigie costó a la Cofradía 600.000 pesetas de la época, lo que equivaldría a unos 3.606,07 euros, salvando, evidentemente, los paralelismos estimativos con los precios que se suelen cuantificar en la actualidad.

Para esta misma Hermandad de Las Aguas, Buiza deja su testimonio en el San Juan Evangelista (1983), una bella imagen modelada por el maestro y finalizada tras su fallecimiento por su discípulo, Francisco Berlanga de Ávila. Esta imagen procesiona acompañando el paso de misterio.

Como hemos podido observar y analizar en este relato detallado del extenso catálogo de Buiza en la Semana Santa gaditana, su presencia se hace muy significativa en el acervo cultural del patrimonio artístico de sus hermandades, quedando así unida su figura para siempre a su devenir histórico. Por todo ello, y coincidiendo con el feliz acontecimiento del centenario de su nacimiento sirva este artículo divulgativo como homenaje sencillo y sincero a su persona y a su obra artística en Cádiz.

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