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Hoy se estrena el tercer episodio de Cristo y Rey y la protagonista del relato, Bárbara Rey, ha ajustado cuentas con más de una de sus parejas primaverales. Ella lo necesitaba y ha llegado su momento, a través de una ficción.

La actriz tuvo su primera gran oportunidad con Valerio Lazarov en el Especial Nochevieja que daba paso a 1976 y en ese año, tan lánguida, algo andrógina y larguirucha, con su voz rota y pose sensual, se asentó como gran icono sexual para la sociedad (machista) española. Era la presentadora del programa musical de los sábados, Palmarés. Aquel espacio que dirigía Enrique Martí Maqueda era el más esperado de la semana por entonces (salía José Luis Moreno con Monchito y una oveja que tenía de muñeco) dada lo encorsetada y reducida que era la programación. Con el paso de los años fuimos atando cabos de lo bien relacionada que se decía estaba la murciana.

En Cristo y Rey arranca con la convergencia de ambos caracteres desabridos y rotos. Uno, el domador venido a menos que sabe que si ficha al sex symbol se pone de nuevo en órbita con sus elefantes, patinadores y pilotos suicidas. Y la otra, la actriz y presentadora, una mujer que ha de fortalecer su coraza después de verse seducida por todo lo que se menea y que quiere ser reconocida y querida por sí misma. Es deseada por todos, incluida la persona más poderosa de España que, dada su posición, la trata como un objeto más.

¿Cómo está narrado todo esto en la serie de Daniel Écija? Con rieles de telenovela romántica y destellos de thriller oscuro (el devenir de Ángel Cristo siempre fue el de una criatura criada en el callejón). La serie de Atresplayer Premium es un conseguido mosaico de personajes que la audiencia mayor ha conocido por apariciones y portadas y el público más joven los conoce por vídeos y alusiones que los convierten en nombre semi-mitológicos. Jaime Lorente y Belén Cuesta están muy creíbles. Tal vez María, Bárbara, en la vida real sería tan borde como vulnerable.

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