Una abubilla ha entrado en el dormitorio. Al advertir mi presencia huye con rapidez, pero enseguida golpea insistentemente en la ventana del baño. Más tarde la oigo picotear con obstinación, diría que casi con rabia, en el otro dormitorio. Por último, prueba en la ventana del estudio.

El Levante azota con fuerza. Con mucha fuerza. La abubilla se coloca entre las rejas de la ventana para sujetarse y no tener que irse de allí. ¿Habrá anidado en algún rincón dentro de casa y quiere recuperar su espacio? ¿Tendrá miedo de los enormes mirlos negros que últimamente campan a sus anchas, con desvergüenza, por el jardín? La búsqueda de información en internet no ayuda mucho. Predominan las inquietantes páginas que pretenden interpretar los signos de modo esotérico. No, no quiero seguir por ahí. El Levante tira al suelo los nísperos maduros. Este año los gorriones no vienen a comerse la fruta.

Cuando me doy cuenta de su ausencia, recuerdo haber leído en algún sitio que el número de gorriones, asiduos a los asentamientos humanos desde hace 10.000 años, se está reduciendo de modo alarmante. Busco el dato: 30 millones menos de gorriones en 10 años. Se ve que la contaminación y la ausencia de comida y lugares para anidar están minando su supervivencia.

Sin embargo, como si se tratara de compensar su ausencia, las hormigas parecen haber decidido colonizarnos y están ganando terreno. Su trabajo menudo, pero persistente, acumula por doquier montoncitos de arena que sacan a fuerza de horadar las rendijas de las baldosas, las junturas del escalón de entrada…

Imagino los cimientos de la casa invadidos por miríadas de hormigas empeñadas en socavar silenciosamente nuestras entrañas, en debilitar nuestras bases hasta hacer que la casa se derrumbe sobre nosotros. No me gusta pensar en aniquilarlas, pero se diría que nos han declarado la guerra. No sé si la abubilla también.

Entonces leo que un explorador submarino ha bajado por primera vez a profundidades marinas abisales de casi 11 kilómetros y se ha topado con una bolsa de plástico y envoltorios de caramelos. Allí, en el punto más profundo del planeta. Y pienso si mi abubilla no me estará advirtiendo de algo.

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