Cultura

El sueño cumplido de los Arámburu

  • El centro Reina Sofía acogió ayer la inauguración de la nueva sala Arámburu Picardo, resultado de la donación del legado artístico de la familia a la ciudad de Cádiz

Hace bueno en la tercera planta del centro cultural Reina Sofía. La azotea está soleada y la nueva sala, a rebosar. Aunque muchos de los curiosos se arremolinan en torno a la escribanía de plata con detalles en oro, al fondo, como si tal cosa, mandan La Buganvilla, de Felipe Abarzuza, y Campo del Sur con Pescadores, de Godoy, las obras favoritas de Álvaro Arámburu Picardo, las que adornaban el comedor del salón del palacete de la plaza San Antonio donde vivió hasta su muerte el pasado 13 de febrero. Quizás, que estos dos cuadros manden en el habitáculo que lleva el nombre de su familia signifique un deseo más cumplido. Un deseo que se suma al sueño de que su rico legado artístico pase a manos de la ciudad de Cádiz. Un sueño que, por fin, se vio cumplido la tarde de ayer durante la inauguración de la exposición permanente Arámburu Picardo.

Un acto donde la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, rememoró el origen de este traspaso patrimonial que arrancó "en 2008 cuando, a través del director de los museos municipales, Juan Ramón Ramírez, Álvaro Arámburu Picardo expresó su deseo de donar las obras", relató Martínez que insistió en el carácter humilde del mecenas que "me dijo que no quería nada, ni aparecer en nada". Una voluntad que años antes se hacía patente con la donación de dos obras por parte de la mayor de los hermanos Arámburu Picardo, Micaela.

Los tres hermanos (Micaela, Álvaro y María Luisa) han quedado para siempre inmortalizados en varias de las obras que se pueden ver en la muestra permanente. Una exposición compuesta por 68 piezas repartidas entre la tercera planta del antiguo Gobierno Militar (47 piezas) y en el pasillo perimetral del primer piso (21 obras) y que forman parte de una generosa donación que incluye 161 obras de arte fechadas, la más antigua, en el siglo XVI, y "que alcanza los albores del siglo XX", como detalló el concejal de Cultura, Antonio Castillo, que presentó la apertura oficial de la exposición.

Un día "de fiesta", dijo el primer edil, donde no podía faltar una de las personas implicadas en este proyecto, el director de los museos municipales que, durante la visita inaugural, destacó los "96 óleos y las 17 miniaturas, también al óleo, que aún no están expuestas ya que estamos a la espera de una vitrina para su exhibición". "Hay muchas obras más -prosiguió Ramírez- dibujos, grabados, escenas familiares, litografías, escenas campestres, religiosas y pinturas costumbristas... Pero bueno se irán viendo poco a poco. Además algunas tendrán que pasar por un proceso de restauración".

Y es que varios de los tesoros expuestos presentan algunos desgarros y rotos en las molduras de los marcos, problemas que serán resueltos durante la primera fase de rehabilitación. "Es lo que llamamos fase de consolidación", apostilló Ramírez, que adelantaba que "ya existe una primera lista de obras que pasarán por este proceso, que se realizará por partes" con el objetivo de no dejar la exposición muy desangelada.

El director, junto con el técnico Fernando Osuna y el profesor Fernando Pérez Mulet, se encargaron de realizar la selección de obras expuestas bajo criterios de "calidad y estado de conservación". El resultado fue aplaudido ayer por familiares y amigos de los tres desaparecidos hermanos Arámburu Picardo, tres marcadas personalidades que se encargó de glosar Carmen Príes, sobrina de los artífices de la muestra.

La emocionada descendiente habló con cariño de su "especial" y "atípica" familia, esa que tuvo "un puntito excéntrico" comparada "con la la sociedad de su tiempo". Príes detalló el particular tridente Arámburu Picardo. Habló de "tía Micaela". La mayor, la que se crió se parada de sus hermanos. La que "nunca tuvo una conversación trivial" debido a su altísima formación. "Era la más distante pero también la más ilustrada". Habló de "tío Álvaro". El hombre. El "que siempre hacía lo que quería". El que tenía "amigotes". El que frecuentaba el "Casino Gaditano y el Ateneo". El "ingenioso" y "siempre de buen humor" tío Álvaro. Pero se le notó la debilidad a Príes. "Y tía María Luisa, mi locura". La pequeña y "más servicial" de los hermanos. La que "leía en todos los idiomas y callaba en todos los idiomas". Con un sentido de maternidad "muy desarrollado pese a no ser madre". La bondadosa y secretamente culta, tía María Luisa.

Mientras la sobrina describía a sus familiares otro miembro de la familia (aunque así no esté registrado en su ADN) asentía cada palabra de Príes. Era Cristo, "la hija que nunca tuvo mi tía María Luisa, pero a la que quiso como tal".

"Eran buenísimas personas, sobre todo María Luisa, siempre le daba al que le faltaba y hablaba con todo el mundo por igual", explicaba la mujer que entró "a la edad de 14 años a trabajar en la casa" y que cuidó de los hermanos hasta el final de sus días. Los cuidó y también se preocupó de conservar otro de los legados de la familia. Quizás uno más modesto pero, tal y como dejó caer Carmen Príes durante su intervención, una obra "que merecería la pena editar". La heredera hacía referencia a las recetas de comida francesa y afrancesada que María Luisa guardaba y que Cristo se ha encargado de recopilar.

Cristo miraba las obras que han formado parte de su escenario cotidiano en la casa-palacio de la plaza de San Antonio. Una escena decorada profusamente por las piezas que se apilaban en la planta baja del edificio, lo que era en su tiempo la Banca Arámburu, de donde salió el legado expuesto hasta nuevo aviso en el Reina Sofía.

Un legado que también proviene de "otra rama de la familia, los Sepúlveda-Arámburu", que en las personas Elena, Asunción y Carmen, han donado tres pinturas que completan la colección auspiciada por la última voluntad de Álvaro Arámburu-Picardo.

De esa generosa intención dejó constancia el albacea de "don Álvaro", Francisco Oviedo. "Los tres hermanos era gaditanos, gaditanos. Amaban esta ciudad, fíjese que casi toda la burguesía de este tiempo abandonó Cádiz pero ellos no", relataba Oviedo que explicó cómo el deseo de Álvaro Arámburu era también el deseo de sus hermanas, de Micaela, que a su muerte donó los dos cuadros a los museos gaditanos. "Como no especificó qué museos pues repartimos, uno para el de las Cortes y otro para el Provincial", aclaró el albacea que dio fe de que María Luisa fue "la primera en sentir esa inquietud" de dejar un legado de la familia a la ciudad.

"A la muerte de su hermana pequeña, don Álvaro me consultó y le recomendé que sí, que se podría donar a la ciudad de Cádiz a cambio del compromiso de que el legado no se dispersara. Y así comenzó el traslado, que se hizo en dos partes, la última, días después de la muerte de don Álvaro, en el pasado mes de febrero", convino.

"Que el legado no se dispersara". "Que se lo quedara la ciudad de Cádiz". El sueño cumplido de los Arámburu se materializó ayer en el Reina Sofía. En la sala de la soleada tercera planta. En el pasillo que da la vuelta al primer piso. En los espacios, ahora, llenos con obras de Juan de Arellano, de Gonzalo Bilbao, de Abarzuza, de Godoy, de Damis, de Romero... De pinturas de la escuela gaditana del XIX y del XX, de la escuela flamenca, de la influencia barroca. Espacios llenos, ahora, con la imponente escribanía, regalo de la ciudad de Barcelona en 1849 al Duque de Valencia, y el conjunto de mesa y sillas que sostiene la pieza. Espacios que, en un futuro, se podrían quedar vacíos ya que la alcaldesa baraja trasladar la muestra a "un sitio muy especial y dentro del entorno donde ha ido configurándose este patrimonio". Una incógnita que deja en el aire, fresco, de la tarde.

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