Era el primer año. Uno acababa de urdir en Milán algo distinto para Cádiz y al volver...-Hay alguien perfecto para esas cosas, sobre todo si hay cine de por medio -me dijeron Angelines y Serafín, los primeros ayudantes del tinglado.
Se trataba de un marinero sonriente, recién entrado en la mili y que en el acto se entregó al asunto. Su sonrisa era la que, al cabo de los años, sigue siendo. Una sonrisa llena de ganas de trabajar y de infundirle a uno la confortable certeza de que todo va a salir bien.
Los brazos de trabajo de Alcances éramos en Cádiz Pepe y yo, hasta que en el 75 entraron los del Cine Club a echar una mano. Me parece que, de todos modos, Pepe no se hizo cargo de lo que aquello suponía hasta que el año previo, en el 74, vino a mi casa en Madrid y se la encontró hasta el techo de películas para la incipiente Muestra y de material destinado a Alcances. Más pueden aproximar a dos personas los ratos malos que los buenos, los aprietos que las felicidades. Llevando Alcances, las satisfacciones fueron muchas para Pepe y para mí, pero los agobios, tártagos y trasudores las sobrepasaron, creo.
No pudo quedar en mejores manos la Muestra cuando la dejé al concluir la edición del 78, después de haberla inventado y llevado diez años. Pepe es un cineasta nato, aunque no haya realizado más que un cortometraje, un hombre cuya vida es el cine y que, verdaderamente, sostuvo la Muestra a lo largo de catorce años, que se dice muy pronto. Fue él quien decidió mostrar solo cine, ya que de todo lo demás iba Cádiz surtiéndose poco a poco, y en mantener la ambición y un rigor transmitidos con toda eficacia al reciente equipo comandado por José María Sánchez Villacorta y gente, también, extremadamente cuidadosa con la Muestra.
La sonrisa del marinero y su buen estilo de hacer siguen de algún modo ahí.
Diario de Cádiz, 16 de septiembre de 1995
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