Almudena de Arteaga. Escritora.

"Mi principal temor era volver a abrir heridas que deberían estar cerradas"

  • 'La estela de un recuerdo' (Planeta) se presenta hoy en la Feria del Libro de Sevilla, y el próximo viernes, en la de Cádiz La autora refleja la experiencia de su familia en la II República

-Ha tratado, como escritora, a nombres icónicos de la historia como La Beltraneja, Catalina de Aragón... En 'La estela de un recuerdo' relata cómo vivió su familia la época de la República, ¿no había tenido nunca la curiosidad de abarcar la historia desde la cercanía?

-Escribir esta novela ha supuesto un gran esfuerzo: cuando transformas en personajes de una historia a personas de tu propia familia, sientes una presión muy grande, mucho más que ante cualquier personaje histórico. Esta novela ha ido formándose a lo largo de dos años a partir de dos cajas llenas de cartas reales, personales.

-Y, ¿cuál era la sensación predominante al sumergirse aquí, temor, emoción... ?

-Sobre todo, respeto. También mucha emoción, por parte, además, de aquellos que conocieron a algunos de los personajes... El miedo era inevitable en varios frentes, pero un temor muy grande era volver a abrir heridas que deberían estar cerradas hace mucho tiempo, que no se repitieran los errores que se han cometido, aunque ahora exista cierta tendencia a hacerlo. Quería recordar que los monárquicos también se exiliaron, también lo perdieron casi todo.

-¿Ha dejado cosas atrás a la hora de contar?

-He querido quitar inquina. Fueron años muy convulsos: en una esquina se leía Viva la República y en otra, Viva el Rey. Hubo revueltas, se quemaban conventos, había un gran desorden... Todo eso, gracias a Dios, lo hemos superado hoy día. Hay una frase en la novela que dice: "Ser monárquico, patriota y católico era entonces la vida entera. Para vosotros es una opción".

-La historia de amor que se descubre a partir de unas cartas es realmente la excusa para retratar todo un periodo. Y hacerlo desde la parcialidad. Algo que, como contador de historias puede ser inevitable pero que debe costar al espíritu historiador.

-La novela comienza con un flashback: el personaje joven que sale al principio, soy yo. Esas cartas de Borja aparecen en las guardas. La primera, es muy conocida porque se difundió por las radios a nivel nacional para infundir valor en los jóvenes; pero la segunda me la entregaron sesenta años después. Con esto quiero decir que tenía sus voces, las voces de todos, sus caracteres, muy presentes, y no me resultó tan arduo como vestir a un personaje del siglo XIV.

-No son pocas las novelas de época en las que los personajes hablan con boca contemporánea. Ese debe ser unos de los ejercicios más complicados a la hora de escribir novela histórica. Y antipático.

-Con ellos no lo hago, aunque hay líneas que dicen que chocan mucho con la mentalidad de hoy día: más allá de la ideología, porque resultan de una utopía muy cerrada. Igual de chirriante podría ser el discurso de un comunista de la época... Fue un periodo en el que nos dejamos llevar por las pasiones. La indignación se elevaba a la máxima potencia.

-¿Tenía miedo de tratar un 'rara avis' como es la vivencia de unos monárquicos en la República?

-Tengo que pensar que algo de valentía tengo al atreverme a contar algo que no se ha contado. Se ha hablado mucho de las izquierdas, de los grandes perdedores de la Guerra Civil... Pero muy poco acerca de lo que le sucedió al bando monárquico que, al cabo, terminó decepcionándose al entender que el que creía su bando tampoco iba a instaurar la monarquía. Está, por ejemplo, la anécdota de don Juan, que entra en España al estallar la Guerra Civil pensando que van a luchar por su padre y, al llegar a Burgos, tiene que irse.

-La voz de la narradora no es la de una mujer convencional en la época...

-Todas las mujeres de la familia eran tituladas superiores, incluso Cristina, la monja. Entonces era muy raro que las mujeres acudieran a la universidad... María, la hermana mayor, era realmente así: madre hasta de su propia madre, muy manipuladora. Estaba siempre manejando las vidas de los demás según creía que podían o tenían que ser las cosas.

-Colateralmente, se explica hasta qué punto debemos la conservación de parte de nuestro patrimonio a la aristocracia.

-En mis presentaciones, pongo un power point en el que hablo de los castillos y palacios desaparecidos... De alguna manera, lo que plasmo en el libro es una especie de Downton Abbey y su desaparición. Cómo las familias nobles se enfrentaban, de repente, a no saber qué era lo que tenían, lo que se había conservado.

-Cádiz aparece en la novela, a raíz de la participación de dos miembros de la familia en la Sanjurjada.

-A Sanjurjo lo internan en Santa Catalina y, al resto de sublevados, en Villa Cisneros (Marruecos). En los diarios de la época, como ABC, se dice incluso el nombre del barco que los ayudó a escapar del Sahara. Había un langostero que hacía la ruta hacia Cádiz. Al ser esta ciudad, desde hace tres años, mi ciudad de elección, lo aproveché para incluirla en la trama... Así, aparecen la calle Plocia, el antiguo Hotel Atlántico, Alfonso XIII...

-¿Qué es lo que más le ha sorprendido al sumergirse en el archivo familiar?

-La integridad con la que defendían sus ideales. No es algo malo: luchaban convencidos por lo que luchaban. Hoy día hay mucho más veleta. Ellos eran fieles a una ideología: en la actualidad, nadie se juega la vida por unas ideas, lo que es de agradecer. Luego está la propia historia de la última carta de Borja, que mi abuela (Rafaela) negó haber conservado cuando le pregunté por ella. Pero luego, dos semanas después, me llamó y me la entregó. La había guardado toda su vida.

-Pero, como dice, su abuela sabía bien a quien le entregaba esa carta...

-Desde luego. Ella aún vivía cuando publiqué Éboli y llegó a acompañarme a alguna Feria del Libro. Tal vez no quería recordar o hablar de ciertas cosas pero tampoco quería que se olvidaran.

-¿Qué cree que sentiría su abuela de poder leer este libro?

-Pues creo que satisfacción. Aunque cuando lo estaba escribiendo, me pasaba el rato mirando hacia arriba y pensando: "Espero que no os enfadéis". Porque en la novela salen muchas frases que les escuchaba decir a ellos, cosas íntimas de los personajes... Pero eran, al fin y al cabo, personas muy humildes, y tuvieron esos sucesos y recuerdos amordazados toda su vida.

-Esa es una frase que se suele escuchar cuando se habla de los represaliados.

-Fueron unos años tan brutales que las personas que los vivieron prefirieron hacer como si no hubieran existido, borrarlos de la memoria. No querían rememorarlo por el bien común. De hecho, esperé a escribir esta novela a que la última de las hermanas muriera.

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