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Cultura

Un mundo sorprendente

  • Muriel Barbery desmonta la sociedad de las apariencias

¿Qué puede tener en común la vida aparentemente anodina de la portera de un edificio de apartamentos de lujo de París y la de una niña resabiada, hija de un alto cargo del Gobierno francés? Si alguna vez se ha hecho usted esta pregunta o alguna parecida, La elegancia del erizo (Seix-Barral. Biblioteca Formentor. 2007), de Muriel Barbery (Casablanca, 1969) es su libro. Fenómeno editorial en Francia, con más de 600.000 ejemplares vendidos, La elegancia del erizo intenta desmontar el mundo de las apariencias para enseñarnos que tras la puerta de una casa se esconde un mundo a veces sorprendente.

Renèe es portera de un lujoso edificio de un barrio bueno de París, y Paloma una niña de 12 años superdotada e inconformista que vive en un enorme piso del mismo edificio. Dos personajes que no tienen en apariencia nada en común, pero que comparten casi su absoluta incomunicación con el mundo que los rodea y su amor por el Japón, como representante de un mundo de belleza ideal y de ideales imperecederos. Recluida en la burbuja de su soledad, Renèe está totalmente entregada a disfrutar de sus libros y de sus películas, mientras aparenta ser la tosca e iletrada casera que todos esperan encontrar en ella. Por su parte, Paloma investiga a su alrededor en busca de un motivo para seguir viviendo, mientras prepara su suicidio y la destrucción de su casa.

Para no perder el tiempo hasta que llegue ese fatídico día, se plantea explicar el sentido de la vida partiendo de una serie de "ideas geniales", que decide formular en esos poemas japoneses -haikús o tankas- que tanto le gustan, aunque en la traducción española no queda rastro de estas sutiles formas métricas, lo que desvirtúa el efecto perseguido por la autora.

La llegada de un hombre misterioso al edificio, japonés para más señas y con el evocador apellido de Ozu, despertará la curiosidad de Renée y Paloma, sacándolas de la burbuja personal en la que viven para ayudarlas a enfrentarse, por primera vez, a un mundo que poco a poco deja de parecerles absolutamente hostil. Juntas, descubren intereses comunes, una forma particular de enfrentarse a los problemas y el consuelo que pueden proporcionar esas pequeñas cosa que hacen que la vida tenga sentido. La elegancia del erizo mantiene la optimista tesis de que siempre es posible la felicidad si se sabe encontrarla en los pequeños tesoros que esconde la vida cotidiana: la amistad, la literatura o el cine, por ejemplo.

La autora ha confesado en alguna de la muchas entrevistas que le han hecho con motivo de la publicación de este libro, que acometió la escritura de la novela, en la que empleó un año, sin un plan previo, dejándose llevar por sus sentimientos, por sus conocimientos y por intuición literaria. Esto se nota en el desarrollo de esta obra, donde los personajes elucubran en primera persona sobre lo divino y lo humano hasta alcanzar un punto de pedantería que, en ocasiones, cansa. Barbery se deja llevar por su gusto por la filosofía, de hecho es profesora de esta asignatura, y pone en boca de la portera coprotagonista de la historia verdaderas lecciones magistrales que no sabemos exactamente a dónde nos llevan.

Y es precisamente éste el punto débil de la novela: que cuesta trabajo discernir a dónde nos conduce todo ese bienintencionado y emotivo discurso. No obstante, uno también puede dejarse llevar sin más por el placer de esta lectura amena. Y si no, esperar a que llegue la película, que, por lo visto, no tardará mucho.

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