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El refugio de las palabras

Interior de una librería en Granada. Interior de una librería en Granada.

Interior de una librería en Granada. / José Velasco

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Sólo hay un paso -afirma Rivero Taravillo en Un hogar en el libro– entre ser muy buen cliente de librerías y pasar a trabajar en una de ellas. Mi generación, a más colmo, tiene dos responsables claras de esta fascinación: Meg Ryan, como ejecutora, y Nora Ephron, como autora intelectual. De montar una librería, o acercarte a nada parecido a la idea de vivir de ello, es una manía de la que te saca, rapidito, cualquier librero. Su naturaleza de refugio, sin embargo, sigue siendo importante –y lo será, me temo, mientras libros haya–.

Un hogar en el libro (Newcastle Ediciones) es el texto en el que el escritor Antonio Rivero Taravillo rememora su experiencia al frente de La Casa del Libro de Sevilla. Ahora lo contemplamos con tierno bochorno, pero la apertura de la megatienda fue todo un acontecimiento. Qué inocentes, y catetos, éramos entonces, nos decimos; y no éramos los únicos: Rivero Taravillo recuerda que algún nombre de peso llegó decir, para insulto de las buenas librerías sevillanas, que los andaluces ya no tendrían que viajar en el AVE a MAdrid para comprar los libros que no podían encontrar. Afanado en los muchos palos del mundo libresco (librero, editor, escritor, traductor), Antonio Rivero Taravillo nos muestra en este recorrido lo mucho de trastienda que tiene ser librero: hay cajas que mover, almacenes que atender, listados. Y los libros –para muestra, tantos botones– atraen a los locos.

Pese a su carácter pantagruélico, La Casa del Libro actuó con vocación de núcleo cultural en sus inicios, en este cambio de milenio. Acogió un Taller de Creación Literaria –el primero que ofrecía una librería en Sevilla– y organizó numerosas presentaciones y actividades culturales. Ahí estuvo la librería, cuenta Rivero Taravillo, acompañando en la celebración del Año Cernuda y del Bloomsday sevillano. Intentar hacer de un centro de estas características un punto de encuentro y referencia era también una forma, admite el autor, de estar presente con asiduidad en la prensa local sevillana.

Y sí, no acaba bien. La inercia empresarial era cada vez más hacia el puro mostrador, estableciendo un marcaje claro y limitando la capacidad operativa de los responsables y jefes de planta. Esa línea chocaba de frente con el cuidado en la selección y el trato personalizado y de cierto poso. Aunque el curso de los tiempos haya terminado barriendo de escena a justos y pecadores, desde luego lo que ha dejado de tener sentido es la mera transacción: para eso están pantallas. “¿Fue Alessandro Baricco el que montó una librería muy sui generis, o Roberto Calasso, que dijo que lo que valora en una librería no es encontrar los libros que busca, sino los que no sabía que buscaba?–explica Rivero Taravillo–. ¿Y no es eso, acaso, lo que sucede con el amor?”.

También de la importancia de las librerías como toma a tierra para muchos viene a hablarnos El fantasma de las palabras, de Louise Eldrich, título publicado por Siruela. Como la autora, la protagonista tiene ascendencia objiwey y trabaja en una librería. No sabemos si también como a la autora pero, desde luego, como a muchos, a la protagonista fueron los libros los que le salvaron la vida: frase hecha que, en el caso de Tookie no lo es tal, ya que a ellos se entregó en cuerpo y alma mientras cumplía condena.Tal vez por ello, se vuelca en su trabajo de librera como en un sacerdocio (el local en el que trabaja tiene, de hecho, y muy apropiadamente, un antiguo confesionario) y, como voz evangélica, se dispone a salvar las almas de quienes traspasan el umbral.

Una vocación, vemos, casi metafísica que encuentra la horma de su zapato en lo que ella afirma es el fantasma de una antigua clienta, pegada desde el otro mundo a aquellas estanterías. La librería (y los libros) subrayan, también, su carácter de refugio ante el fragor de los tiempos: su concepción como servicio básico durante la pandemia; el sufrimiento ante su posible desaparición, engullida por el caos, en los conflictos de Minneapolis. En esta novela, “los libros son asuntos de vida o muerte y los lectores traspasan reinos desconocidos para mantener alguna conexión con la obra escrita. Lo mismo ocurre con la librería –en este caso, el negocio real, Birchbark Books–. Si vas a comprar un libro, incluido este, acude a tu librería independiente más cercana”.

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