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libros | doble o nada

Un jardín para idiotas

Una de las creaciones de Nicolas Jolivot para 'Viajes por mi jardín'. Una de las creaciones de Nicolas Jolivot para 'Viajes por mi jardín'.

Una de las creaciones de Nicolas Jolivot para 'Viajes por mi jardín'. / E.N.

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Un jardín y una biblioteca. Desde Cicerón (al menos) el dúo se vende como un combo imbatible: aquello a lo que uno debe aspirar si desea algo parecido a la felicidad. Tan simple, tan ambicioso.

Para quien ama los libros, el tema de la biblioteca está claro, ni computa, va tomando forma más allá de la voluntad. Sólo con el tiempo, la aspiración a un pedazo de verde va enraizando. Un reducto vegetal como refugio frente al mundo: ese terminó siendo el caso, desde luego, de las experiencias que publica Errata Naturae. Editando los Viajes por mi jardín, del francés Nicolas Jolivot, Errata se marca el tanto de haber dado salida a uno de los libros más hermosos de los últimos años: Jolivot va recorriendo, mes a mes, los viajes por la parcela de la casa familiar.

En febrero de 2019, cuenta el autor, al volver de su “enésimo viaje a China” y tras treinta años dando tumbos por el mundo, sintió que había cumplido su cupo de desplazamientos. Por entonces, no conocía ningún nombre de plantas ni de insectos, pero sólo hizo falta un mes para que Jolivot se diera cuenta de la “infinidad de lo diminuto”. El francés realiza un delicado y minucioso recorrido por las estaciones, con unas ilustraciones hechas para perderse en el detalle que van alternándose con otras de trazos simples, que llaman a las estampas orientales.

A la vez que nos presenta a Jean-Noël, el petirrojo, o nos explica las peculiaridades de sus plantas –muchas de ellas, procedentes de sus viajes por el mundo exterior–, Nicolas Jolivot nos va contando la historia de su familia, ligada a la finca desde hace justo un siglo. El juego del jardín entra, así, en una espiral de tiempo –que es también, en gran medida, lo que ocurre con los libros–. El abuelo cultivando patatas, la abuela quitando malas hierbas, los niños jugando en piscinas hinchables: todos vuelven de repente, todos están allí, soplando dientes de león y disfrutando de la higuera. Y Nicolas, y tú mismo, mientras contemplas las glicinas, en medio de todo.

También de Errata es Las virtudes del huerto, un texto de Pia Pera que viene a complementar de forma fabulosa el álbum ilustrado de Jolivot. La biografía de la autora italiana está hecha asimismo de letras y tierra: dejó el ámbito académico para dedicarse a escribir, traducir y, sí, cuidar de su jardín. De niña, dice, su mayor deseo era tener uno: semilla que fue creciendo en ella tras leer El jardín secreto. “Cultivar la tierra es cultivar la felicidad”, se subtitula esta entrega en la que Pia Pera trata de mostrar qué hay tras esa sensación de haber “encontrado nuestro lugar en el mundo” entre las plantas: quizá el calmar un dolor de infancia, una afrenta contra la naturaleza que entendimos, desde lo profundo, como la encarnación de lo injusto. Pera nos habla del encanto de un jardín en invierno o de la magia de las semillas de Masanobu Fukuoka, envueltas en arcilla.

Y es que, como diría Cortázar, hay que ser realmente idiota para encantarse con los brincos de un mirlo o una flor de calabaza. Un sublime idiota.

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