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Cultura

Vestida de nit y con el alma desnuda

  • Sílvia Pérez Cruz deja al Falla sin aliento en la vuelta a los escenarios de su proyecto con quinteto de cuerda tras el reciente lanzamiento del disco

Sílvia Pérez Cruz y el quinteto de cuerda, la noche del sábado en el Falla.

Sílvia Pérez Cruz y el quinteto de cuerda, la noche del sábado en el Falla. / LOURDES DE VICENTE

La voz de la emoción es multilingüe. Abre las compuertas con las palabras mágicas. Y nada se comprende y todo se entiende. La voz de la emoción habla un idioma antiguo, una lengua muerta que resucita en las gargantas de unos pocos privilegiados. La voz de la emoción rinde la última defensa del corazón, hace volar los cerrojos y retuerce las rejas. La voz de la emoción canta en catalán, en portugués, en castellano y en inglés, serpentea entre los tímpanos y emprende el viaje de ida y vuelta, del cerebro a las entrañas. Ya te ha invadido, ya te ha rendido. ¿Qué ocurre entonces? Que te levantas del asiento, puede que con los ojos humedecidos o puede que con un hormigueo extraño en el estómago... Y aplaudes. Mucho, mucho.

La voz de la emoción, he dicho, sólo pertenece a unos pocos privilegiados y nada tiene que ver con aquellos de voces grandes o esos otros de voces personalísimas. La voz de la emoción lleva aparejada una tesitura extraordinaria, posee todos los colores del pantone y, quizás, una delicadeza en el rictus de la boca, una gracia natural en el movimiento de los brazos, una calidez en el gesto, en la forma de subir los hombros o de deslizarse por la escena. Porque, no se engañen, no es la cabeza la que ordena a ese cuerpo, es la voz de la emoción luchando por materializarse. El sábado ocurrió. Con Sílvia Pérez Cruz en el Gran Teatro Falla.

Dice Salvador Sobral, el joven que esa misma noche conmovía al mundo con su actuación en Eurovisión, que Chet Baker, Billie Holiday y Caetano Veloso son sus referentes. Y Sílvia Pérez Cruz. Magnífica casualidad, mientras el portugués se vestía de campeón en la cita televisiva, el portento de Palafruguell se vestía de noche (nit) y desnudaba su alma en Cádiz.

Sílvia jugaba a los equilibrismos entre las cuerdas del quinteto (Miquel Àngel Cordero, Joan Antoni Pich, Elena Rey, Anna Aldomà y Carlos Montfort) que la rodeaba, la retaba y la guardaba a pecho descubierto. Sin atril ni partituras. El basamento del proyecto Vestida de nit es la confianza. La plena y absoluta confianza entre la intérprete y los músicos, entre los propios músicos y entre el conjunto y el público, de forma que lo complicado, lo complicadísimo, parece sencillo, natural, como la forma de la catalana de recogerse el pelo, de ordenar con la mano, sin pizca de altivez, el ritmo de la noche, como hacer posible que estas versiones y revisitaciones de temas propios parezcan nacidas para los nuevos arreglos (algunos de ellos del pianista gaditano Javier Galiana, "Javier Galiana de la Rosa", tal y como lo mienta la artista).

Porque todo encaja cuando no hay artificio, porque si en algún lado vive la verdad lo hace en la desnudez. La voz de la emoción sólo lo será si es auténtica. Y su Hallelujah no es el de Cohen, ni sus gallos los de Sánchez Ferlosio, ni su Estranha forma de vida la de Amália Rodrigues y su lambada, que el Teatro corea melodioso y esforzándose en no meter la pata, no es la sensual danza que se popularizó en los noventa. Porque todo se transforma a la manera de Sílvia (riesgo, elegancia y honestidad). Y funciona, bueno que si funciona...

Y hay hueco para la diversión -en un mosaico hecho con retazos del Rehab de Winehouse, el Single lady de Beyoncé, la elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández (te retequiero...) y hasta la Macarena de los del Río-, para la complicidad -"Javier Galiana de la Rosa" bañándose con Sílvia en una Noche en el río-, para la denuncia -rescatando de Verde o No hay tanto pan de su Domus- y para los recuerdos -Gloria y Cástor y la canción que engendraron, su hermana, Vestida de nit-. Y para la emoción, claro, en el lamento adherido a cada nota y entre los silencios que la separan.

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