Cultura

Silencio en la sala

  • Marchante fue una persona que amó al cine por encima de cualquier otra cosa

En la sala del cine de Cádiz se ha hecho el silencio antes de que se apaguen las luces, en esta ocasión la oscuridad será algo más larga de lo habitual, porque acaba de fallecer en Madrid el gaditano José Manuel Marchante, un cinéfilo total.

Marchante fue una persona que amó al cine por encima de cualquier otra cosa y a él se dedicó, de por vida, para bien y para mal, de todas las formas posibles. Porque vivir para el cine es optativo (si no estás atrapado) pero vivir del cine es muy difícil, lo hacen muy pocos y la mayoría después de un tiempo lo deja y emprende otros caminos laborales y personales. José Manuel no dejó nunca su amor apasionado por el cine, adaptando a él su vida bohemia y sin concesiones: dirigió cine-clubs, hizo cortometrajes, trabajó como ayudante de dirección, como guionista, haciendo localizaciones, escribiendo críticas, dando cursos y conferencias… y últimamente, cuando ya estaba mal de salud y las fuerzas físicas escaseaban, casi vivía en la Filmoteca de Madrid, donde pasaba todas las tardes visionando clásicos en blanco y negro en versión original, revisando ciclos de películas ya conocidas y hablando de cine y literatura con todos los amigos y conocidos de la cafetería del Cine Doré, que eran todos. Allí yo me dirigía por las tardes si estaba en Madrid, sin llamarlo ni quedar con él, y allí nos veíamos de tarde en tarde para habla de cine y de estrenos; a los que oficialmente iba por las mañanas con no sé qué acreditaciones y donde quedaba con sus amigos, entre otras cosas, para recoger todos los pressbooks que inundaban la buhardilla donde vivía y evitarse los almuerzos.

Pero además, José Manuel no dejaba de cuidar e incrementar su filmoteca particular de miles de películas en antiguas cintas de vídeo y en modernos DVD. Una colección que, junto a su gran biblioteca cinematográfica, le iba comiendo el espacio vital de su casa, a la que tenían que acudir estudiosos y universitarios de toda España, si estaban haciendo estudios específicos o tesis doctorales sobre el cine húngaro de la posguerra, el cine mudo griego, el cine francés durante la ocupación o cualquier otro asunto de exclusivo interés histórico e intelectual. También yo, en ocasiones, acudí a él, o le di su teléfono a profesores o entidades que querían hacer algún ciclo de cine sobre… lo que fuese, por que José Manuel de todo sabía.

Marchante tenía que vivir en Madrid, no se podía vivir en Cádiz ni en ningún otro lugar de España si uno quería vivir para el cine. En Madrid estaba la industria, el comercio y el mundillo del cine en el que José Manuel se encontraba como pez en el agua y donde de vez en cuando salían variopintos trabajos a los que poder dedicarse laboralmente. Porque José Manuel, primero en Cádiz y después en Madrid, tuvo algún trabajo fijo y de oficina relacionado con la educación y la cultura, pero los dejó porque no eran estrictamente cinematográficos y la burocracia le resultaba insoportable; no haciendo concesiones al posibilismo del sueldo fijo, si el precio era desplazar el cine sólo al campo de la afición, en la que otros muchos vivimos.

La cinefilia de José Manuel se fraguó en los cines de Cádiz de los años cincuenta, en el Cine Gades, en el Cine Municipal, en el Teatro Falla, en el Teatro Andalucía, en el Cine San Miguel, en el Cine Nuevo, en el Terraza, en el Cine España, en el Cine Caleta, etc., y después de formarse en varios Cine Clubs de la ciudad, en 1968 se vio felizmente envuelto por el torbellino Quiñones y el festival Alcances. A partir de entonces fue el colaborador más cinematográfico de Quiñones y su mano derecha en los veraniegos festivales alcancistas. Así fue hasta que el festival, ya más puramente cinematográfico, cambió de rumbo y Marchante se hizo cargo de su dirección de forma natural, a los 33 años, en 1979.

El cambio de gestión (como lo era del conjunto de la sociedad, con las primeras instituciones democráticas) fue radical: de ser Alcances una actividad cultural particular que tenía subvenciones y ayudas de las instituciones, a ser una actividad institucional que encargó a Marchante la dirección del festival. Con esta fórmula, dependiendo primero de la Diputación (los 10 primeros años) y después del Ayuntamiento, el Festival de Alcances conoció los mejores años de su historia. Marchante vivía todo el año por y para Alcances, iba a los festivales de Cannes, de Berlín, de Carlo Vivari, de Venecia o de San Sebastián y escogía lo que consideraba más interesante para ver en Cádiz. A su concurso se presentaban películas no estrenadas en España y las productoras del Este de Europa y latinoamericanas lo tenían como referencia. Grandes títulos, magníficos directores, ciclos inolvidables, visitas de personalidades del mundo del cine, etc. Una época dorada del festival, convertido en acontecimiento social colectivo, que bien recuerdan todos los cinéfilos de la ciudad y de la bahía.

Pero Marchante siempre tuvo una relación ambigua con Cádiz, la conocía bien y había cosas que no le gustaban, pero como era una persona tan apasionada por el cine, tan cordial y tan afectuosa, creo que hizo una extraña distinción entre la ciudad y "el Cádiz cinematográfico", sus salas de proyección, sus técnicos, sus colaboradores (los de sus equipos de Madrid y los de Cádiz), los aficionados al cine y el público, al que entregó, como si fuese su gran familia, todo lo que sabía y sentía sobre el cine, su vida. Esa fue unas de las razones por las que el festival cinematográfico, bajo su dirección, entre 1979 y 1992, alcanzó sus mejores cotas de excelencia cultural y servicio público. Un festival que José Manuel dejó, sin concesiones (para no variar), cuando creyó que las normas burocráticas lo encorsetaban y se limitaban sus expectativas de crecimiento como festival internacional. Se marchó en su día como director, dejando recuerdos imborrables en la memoria de los buenos aficionados al cine y ahora se ha ido dejándonos a los amigos con la ausencia de una persona buena y entrañable.

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