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Nora Ephron: la mujer de tecla eléctrica

La autora estadounidense Nora Ephron. La autora estadounidense Nora Ephron.

La autora estadounidense Nora Ephron. / Reuters

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Vivir para contarlo, la frase que da nombre a las memorias de García Márquez, podría bien resumir los dos títulos de Nora Ephron que han visto la luz gracias a Libros del Asteroide. En ambos, nos cuenta cómo lidiar con la inevitable decrepitud –que pensábamos, durante tanto tiempo, que nos iba a respetar–; en ambos, nos narra por qué la peor profesión del mundo es la mejor profesión –y en este punto, siento decirlo, Nora, menos mal que ya estás muerta–.

Aquí, Nora Ephron nos da las claves para avanzar por la vida hasta llegar a ponerte un cuello vuelto con toda la dignidad posible:el humor y el amor por las pequeñas cosas. Dos recursos que cualquiera podría subscribir, en general, y que ella misma se dedicó a rubricar, una y otra vez, en particular, cada vez que tenía ocasión. En esta parte del mundo, viene a decirnos, la vida es un caos fascinante: dejad de quejaros y aprovechad maravillas como el strudel de col que venden en la Tercera Avenida. Ephron -no podía ir contra sí misma- parecía recién salida de una velada en el Upper East Down Side, o doquiera hipsterlandia resida. Pero, si podemos hacer uso de pértiga de charco a charco –y de cuenta bancaria a cuenta bancaria– el mensaje sigue siendo contundente. Un mensaje que no sólo transmite en los libros ahora recuperados (No me gusta mi cuello y No me acuerdo de nada), sino en muchas de las películas que firmó (no filmó), negro sobre blanco –entre ellas, Silkwood, Cuando Harry encontró a Sally, Tienes un email–.

Escrito en 2006 y de nuevo en las estanterías desde hace unos meses, No me gusta mi cuello se lee como un divertido ejercicio de adaptación a una vida que se empieza a no entender. Una reflexión que comenzó, confesaba la propia autora, a partir de la insistencia por parte de “gente de cierta edad” de que aquella época era sin duda la mejor de toda su vida:“¿Qué les pasa? –se preguntaba Ephron–. ¿Es que no tienen cuello?”. Y el cuello de tortuga es sólo una de las señales de lo inexorable:otra es la desaparición de toda tipografía por debajo de un tamaño 10. Otra, la mayor pesadilla del nido vacío: que los hijos se vayan y nadie te diga cómo va el mando de la tele. Luego, la cuestión cada vez más tediosa y sanguinaria del mantenimiento. Pero también nos habla de que el amor tiene muchas formas, por ejemplo, la monogamia en serie con los gurús de la cocina. O el enamoramiento definitivo ante una casa que siempre será tu casa, a pesar de las que vengan. O la existencia de libros que te succionan como ondinas.

No me acuerdo de nada se publicó poco antes de la muerte de Ephron, a los 71 años, y esta vez el inicio de la madeja lo marca la pérdida de memoria:otro de esos farolillos rojos que te dicen que el zeitgeist ya no es tuyo. Y, entre las cosas que se propone no olvidar –y por eso recopila– está el periodismo. Nora Ephron era guionista, era escritora, era redactora, era una mujer de teclazos eléctricos: como la Sally de su película, ella también llegó a Nueva York a ser periodista y a tener una vida fascinante. Entró en Newsweek en 1962, cuando a los chicos con experiencia y título los ponían a redactar y a las chicas, a repartir correo –pero nuestra Nora no tardó en ascender al siguiente escaño femenino: recortes–. Luego llegó al New York Post: la plantilla era escuálida, cuenta, “pero allí trabajaban más mujeres que en todos los demás periódicos de Nueva York juntos”. Aun así, aquello era “un zoo. El editor era un depredador sexual. El jefe de redacción era un pirado. A veces parecía que la mitad de la plantilla estaba borracha. Pero me encantaba mi trabajo. El primer año aprendí a escribir porque cuando empecé no sabía”.

El compendio de No me acuerdo de nada es un intento de conservar los destellos de un mundo que, Ephron lo sabe, se apaga:“Una vez a la semana llega una mala noticia. Una vez al mes hay un funeral”.

Pero, como en Las invasiones bárbaras –una película que no es suya–, Nora Ephron consigue que esta premisa desoladora (divagaciones sobre los estados de gracia y cómo gestionar el adiós) se salde con algo parecido al optimismo y que, en vez de desamparo, encontremos consuelo. Pero no puede evitarse, cómo duele, el pellizco: “Cosas que echaré de menos: A mis hijos. A Nick. La primavera. El otoño. Los gofres. El concepto de gofre. Leer en la cama. El árbol de Navidad. Darme un baño. Las tartas”.

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