AQUÍ | CRÍTICA
La vida, nada menos: atrevimiento y técnica no bastan
Cádiz/En la madrugada de ayer murió en Cádiz el encuadernador Antonio Galván Cuéllar (Cádiz, 1931), un referente internacional, un emblema, en el mundo de la encuadernación artística junto a su hermano José. Ambos supieron dar continuidad a la labor iniciada por su padre, José Galván Rodríguez, cuando en 1945 fundó el taller en el que desde entonces se han encuadernado valiosos ejemplares que se guardan en bibliotecas de todo el país y también en aquellas instituciones públicas y colecciones particulares que confiaron al taller de los hermanos Galván un lujoso ropaje final para sus libros más señalados y especiales.
El fallecimiento de Antonio Galván, de 86 años, suscitó ayer mismo numerosas reacciones en la ciudad que lo vio nacer. También en las redes sociales se pudieron leer decenas de mensajes que lamentaban la pérdida y, al mismo tiempo, destacaban el altísimo grado de calidad artística que habían alcanzado sus trabajos, premiados en numerosas ocasiones y destacados también por las revistas internacionales especializadas en el campo de la encuadernación.
El taller logró, entre otros galardones, la Medalla de Andalucía en 1991, la Placa de Plata de la provincia en 1995 y el homenaje del Ayuntamiento de Cádiz en 1999, en el transcurso del Congreso Nacional sobre Bibliofilia, Encuadernación Artística, Restauración y Patrimonio Bibliográfico. Estos reconocimientos fueron otorgados a los dos hermanos, como continuadores y pilares fundamentales del taller fundado por su padre. Antonio Galván, viudo y con tres hijas, era además académico de Bellas Artes desde 1996.
Antonio nació en Cádiz en 1931. Cursó sus primeros estudios en el colegio salesiano San Ignacio y después con los marianistas en San Felipe Neri. Se incorporó al taller familiar en 1948, sólo tres años después de que fuera fundado por su padre José Galván Rodríguez, uno de los más importantes encuadernadores de principios del siglo XX que desarrolló su labor profesional en Cádiz desde muy joven pese a nacer, en 1905, en la localidad sevillana de Cazalla de la Sierra.
El fundador encontró sin duda en sus hijos a los mejores aliados para afianzar el prestigio alcanzado por el taller, que primero se ubicó en la avenida de Portugal y que después, en 1957, se trasladó a la zona de Lebón. Desde allí se han realizado las encuadernaciones artísticas con las que han participado en exposiciones y concursos. En 1986, el taller expuso en la Biblioteca Nacional, en Madrid, donde Antonio Galván pronunció la conferencia El libro, la bibliofilia y la encuadernación. En 1993, los Galván obtuvieron el primer premio en el Concurso Nacional de Encuadernaciones de Arte convocado por el Ministerio de Cultura por la obra Un verano en Tenerife, de la poetisa cubana Dulce María Loinaz. El ejemplar fue donado a la Biblioteca Nacional.
Por sus magistrales manos han pasado ricos códices y raros incunables, además de obras como la Gramática de Nebrija, la Geographia de Ptolomeo, Etimologías de San Isidro, Biblia Políglota, Arquitectura de Palladio, el Fuero Real de Castilla, El Qujiote de Miciano y primeras ediciones de libros escritos por Federico García Lorca, Pablo Neruda, Antonio Machado y Vicente Aleixandre, entre otros.
Su extensa obra adorna bibliotecas nacionales y extranjeras, como la citada Nacional de Madrid, el Palacio Real, el Museo del Prado, Montreal y Bartolomé March, considerado uno de los más importantes mecenas de la encuadernación en el siglo XX. También sus obras se incluyen en las colecciones de destacados libreros y bibliófilos nacionales.
También en el taller de Antonio y José se han confeccionado los libros de honor de instituciones como el Congreso de los Diputados, la Presidencia de la Junta de Andalucía, el Museo del Prado, la Cámara de Comercio de Madrid y, evidentemente, el Ayuntamiento y la Diputación de Cádiz.
La obra creativa del desaparecido Antonio Galván, realizada a mano, se ciñe, fiel a los parámetros en los que siempre se ha movido el taller que regentó con su hermano, a los elementos y técnicas clásicas de la encuadernación como el dorado, gofrado y mosaico de piel, cuyo dominio requiere gusto, tiempo y destreza, como ellos mismos han explicado en ocasiones.
El taller de los hermanos Galván ha guardado siempre una estrecha y fructífera relación con este periódico, sobre todo por la amistad y la admiración que unía a ambos hermanos con Federico Joly Höhr, un exquisito bibliófilo y coleccionista que desde siempre se interesó por el magistral oficio de Antonio y José. A ellos les encargó el Diario, entre otros trabajos, la restauración del tomo con el primer ejemplar, el libro de firmar o el embellecimiento del artículo que Pemán dedicó al Diario en su centenario.
También te puede interesar
Lo último