Cultura

Miguel Poveda contra los elementos

  • El cantaor protagonizó anoche la tercera cita en el Castillo de San Sebastián La actuación comenzó antes de que el total del público ocupara sus asientos

"Muchos son los adversarios, Cádiz, y el levante y el frío me van a dejar mudo pero lo que no me van a quitar son las ganas de estar aquí". Ya en mangas de camisa oscura, ya una vez pasado el principio de la tempestad, ya dejando atrás su homenaje a los poetas, ya cara a cara con el flamenco, Miguel Poveda reconocía los inconvenientes del cante a la intemperie en este punto geográfico que se siguen disputando los vientos. Frío en el Castillo de San Sebastián, viento (que no era levante, ahí se equivocaba el catalán) que viraba a poniente se colaba como un instrumento más entre los micrófonos. Poveda contra los elementos en la tercera cita del ciclo Conciertos para la Libertad. Contra las fuerzas naturales, más difíciles de remediar, y contra las humanas, en teoría, más previsibles. Pero anoche unas y otras se aliaron para hacer un tanto complicado el inicio de la actuación del intérprete de Badalona que utilizando todas sus armas artísticas, que son muchas, superó las adversidades y volvió a rendir a sus pies al respetable gaditano.

Un público que al principio se alzó en rebeldía, y con razón. El concierto de Poveda comenzó ayer a las once menos cuarto de la noche, apenas un cuarto de hora después de lo previsto, pero el total de los asistentes no habían ocupado sus localidades. Así, mientras el virtuoso honraba la memoria de Miguel Hernández con la acertada Para la libertad, tema inaugural del recital, los numerosos aficionados a los que aún la organización no había acomodado comenzaron a protestar tocando pitos. Desconcierto, desconcentración. Ni los jaleos de los acompañantes de Poveda tapaban el barullo desde el malogrado patio de butacas.

Las letras de Lorca tampoco se escucharon en el clima apropiado, afortunadamente y por el bien del espectáculo, las aguas se fueron calmando toda vez que todas las personas ocuparon sus lugares. Tampoco estuvo fino del todo el cantaor cuando quitó importancia a la desorganización arguyendo que él estaba ajeno "a lo que pasa ahí afuera" y que había decidido comenzar con el concierto porque se estaba quedando "helado". Eso sí, los argumentos, a tenor de la sonada ovación, parecieron convencer a los afectados.

Pero, dejando atrás el movido arranque, Miguel Poveda ofreció, como es habitual, un espectáculo de altísima calidad musical (estupendo sonido) y artística sustentando, también una vez más, su recital en tres patas: los poetas (esta vez más cortita), el flamenco y la copla, además de una sorpresa especial, la presencia de cinco artistas invitados que lo fueron acompañando en distintos momentos del espectáculo.

El veterano Rancapino, la promesa de Écija Kiko Peña, el gaditano David Palomar, el chiclanero Antonio Reyes y la granadina Marina Heredia fueron presentados por el protagonista de la noche a la mitad de una cita que estuvo cercana a las tres horas de duración. Se retarían, amigablemente por martinetes; juntos celebrarían la gloriosa La leyenda del tiempo de Camarón, y por separado también tendrían su espacio que, generosamente, les cedería el anfitrión.

Antes, el catalán también habría hecho lo propio con su equipo dando su lugar al guitarrista isleño Jesús Guerrero, que junto a Chicuelo fueron los escoltas a las seis cuerdas de Poveda, a los percusionistas Diego Montoya y Paquito González, y al jerezano El Londro, a quien le dejó el remate por bulerías de las alegrías que Miguel Poveda abordaba para Cádiz cosiendo con su privilegiada garganta cada letra dedicada a la ciudad.

También habló por Triana con el cante, el baile y la palabra. Los tangos del barrio sevillano fueron manejados con destreza por el cantaor que no se cortó al emular los movimientos sensuales con los que se baila el palo, cual Elvis flamenco. Las primeras filas tampoco se achantaron, que lo diga la señora que se levantó para hacer su propia versión del baile que recibió con simpatía el artista que se lamentó de la pérdida de las antiguas casas de los gitanos de Triana, todo un "terrorismo artístico", tildó. Y no fue la única reivindicación de la noche ya que el cantaor también tuvo un recuerdo para Gaza.

Habló y cantó. Por malagueñas, por soleá, por fiestas... Poveda se reivindicó como lo que es, cantaor y ni el molesto Eolo pudo con él. Hubo jondo, sí, y copla, cómo no, con el maestro Amargós. La canción andaluza sonó de A ciegas, a Y sin embargo, de Alfileres de colores a Tres puñales, dedicada a Curro Romero, presente en el recital.

Poveda venció a los elementos. Pudo más el calor de su cante iluminado por el faro de La Caleta.

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