Melendi conecta con un público cómplice

El artista ofreció casi dos horas de concierto el sábado en Anfiteatro

El artista Melendi arrodillado ante su público en la sala Anfiteatro.
El artista Melendi arrodillado ante su público en la sala Anfiteatro.
Tamara García / Cádiz

14 de mayo 2012 - 05:00

Casi dos horas de historia de amor. Así debe de ser el amor, pienso. No tiene por qué ser perfecto, no tiene por qué ser ideal, ni a medida. Simplemente es amor. Una complicidad y una conexión especial. Un cable que se aferra a otro, se abrazan y saltan chispas. ¿Química, quizás? Quizás, al fin y al cabo solo sea eso... Y en Anfiteatro hubo química de la buena. Me siento en la grada y casi me alejo de lo artístico porque la energía, a mi alrededor, me come. Melendi sale escena, apenas dos frases, dos versos, de Sin noticias de Holanda y el público agita los brazos y canta. Lo canta todo, lo saben todo, lo comprenden. He ahí el amor.

El asturiano sale a escena con vaqueros y camiseta roja, camiseta que una hora después se podía exprimir, y la locura se desata. Los palos de luz son agitados con brazos adornados por una manga que emulan un tatuaje, cortesía ambos de DYC a la entrada, mientras que el cantante hace lo suyo. Cantar e introducir cada canción con frases que contienen la clave, el título, un guiño, a cada tema.

Canciones nuevas y antiguas. Saltos, energía. Los veinteañeros lo pasan en grande, los que pasan de los treinta (alguno había) también pero con más moderación. David y Adrián, que han ganado un concurso y se sitúan en la zona VIP, tienen la sonrisa pintada en sus caras desde el inicio hasta el final del concierto. Los que están en la arena del Anfiteatro luchan por colocarse en primera línea de escenario. Y es que Melendi se muestra cercano y no duda en dar la mano a sus fans, en señalarlos y sonreírles. Una chica dice que se ha hartado de llorar "con la canción de la droga". Cierra los ojos suena y Melendi se pone muy serio. Insinúa que ya pasó la etapa de los excesos y que ahora es un respetable padre de familia. Los chicos se emocionan.

Con la luna llena, Caminando por la vida, Quisiera yo saber... La noche se teje entre la influencia flamenca y la rock. Hubo hasta un recuerdo para Robe y Extremoduro y no sé si en el auditorio alguien sabe de qué está hablando Melendi. Y qué más da. Así es el amor. Ellos confían y aplauden.

La calle pantomima, Barbie de extrarradio, Llueve, Volver a empezar, Pirata del bar Caribe... Un chico la lanza una bandera del Cádiz C. F. y Melendi, que la guarda en su bolsillo, desea suerte para el ascenso. "A ver el Oviedo...", anhela. Una chica hace lo mismo pero con un fular plateado que él ata en el pie del micro. Y las canciones se suceden y el público está roto de cantar y animar. "¡Que te como!", advierte alguien.

Los músicos están a la altura y pintan una buena escena para esta historia de amor. Dos guitarras eléctricas, una española y, acústica a veces, el bajo y el batería. Y mucha caña y mucho amor. Y Melendi de rodillas, agradecido.

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