Cultura

Hermosos y malditos

  • Alcances exhibe las rarezas y el 'feísmo' de los años de la Transición

Muerte, amor, locura. Hablamos de hechos inmutables propios de la condición humana. Siempre han existido y siempre existirán. ¿Qué puede variar en ellos a lo largo del paso de los años? ¿En qué puede influir la transformación social para que puedan exhibirse como deformidades de una feria de monstruos? Los programadores de Alcances han reunido una trilogía de la Transición verdaderamente notable que han bautizado como Malditos y han conseguido un retrato de los años mitificados que siguieron a la muerte de Franco. Como descripción estética de aquel tiempo la selección es notable, como descripción moral es impagable.

El ciclo se compone de tres documentales que alcanzaron una notoriedad extraña a nuestros ojos de hoy para productos de este tipo, aparentemente destinados a un público marginal. No fue así. Los tres, Función de noche, Animación en la sala de espera y Cada ver es... fueron acontecimientos de aquel tiempo, quizá porque ponían un sórdido espejo delante de una sociedad tutelada que despertaba a una mayoría de edad. Ahora que esa sociedad que entonces nacía está en demolición es interesante volver la vista, regresar a los orígenes.

El que mayor éxito cosechó fue, sin duda, Función de noche, donde la directora Josefina Molina rodaba, quizá sin saberlo, uno de nuestros primeros realities -otro, un poco anterior, podía ser la maravillosa El desencanto, donde la familia Panero aireaba con notable histrionismo sus trapos sucios-. Por tanto, quizá haya que buscar el éxito de esta película en haber sido un ancestro aristocrático de Sálvame Deluxe.

A principios de los 80 la actriz Lola Herrera triunfaba cada noche con la puesta en escena de la obra de Miguel Delibes Cinco horas con Mario. Y al decir triunfar quiero decir triunfar. Esa obra de teatro fue un fenómeno de masas. Molina y Herrera propusieron al ex marido de la segunda, Daniel Dicenta, someterse a una catarsis en el camerino del teatro. Dicenta se prestó a ser destripado en celuloide. Su visión en la actualidad nos trasladará a tópicos muy recurrentes de la generación de nuestros padres, los padres del baby boom. Decenas de veces vamos a escuchar en esta conversación íntima y sobreactuada -tan propio de las discusiones de parejas 'comprensivas' y 'civilizadas'- la frase "nos han estafado" o "nos robaron nuestras vidas". Toda la caspa que desprende lo que se dice en Función de noche pertenece a aquel tiempo en el que se acababa de aprobar la ley del divorcio y en el que la mujer todavía era -aún hoy, en demasiados casos, lo sigue siendo- una rehén del macho. El contraste de la libertad de Dicenta con la mojigatería de Herrera exhibe todo lo que hemos tenido que destruir para lograr convivencias y separaciones más racionales. En ese sentido, Herrera apareció como una Juana de Arco y Función de noche hizo mucho por desenmascarar al varón español. Daniel Dicenta, no sin valor -hay que reconocérselo-, se inmoló como cobaya y mártir de la causa.

Más sobrecogedora es Animación en la sala de espera. Para entender la antipsiquiatría que hacía furor a mediados de los 70 es necesario volver a pasear por los loqueros de la época, donde se arrumbaban desechos humanos en inmundas condiciones. Hoy no existen los manicomios -al menos no como los de hace treinta años-. Los enfermos mentales no son prisioneros de instituciones que sólo cabe calificar como sádicas. Es cierto que la falta de recursos ha endosado a las familias el papel de cuidadores, no siempre cualificados, pero también es cierto que la galería de personajes alienados que vemos desfilar ante nuestros ojos en Animación en la sala de espera ha desaparecido. El loco cronificado de miradas muertas ya no está entre nosotros porque ese loco era producto de la propia existencia del psiquiátrico concebido como centro de ocultación de nuestros desperdicios. El impacto de Alguien voló sobre el nido del cuco y la contribución documental de Animación en la sala de espera ayudaron a que las reformas psiquiátricas se pusieran a la cabeza de las transformaciones que era necesario realizar en nuestro país. Andalucía fue pionera, aunque sobre sus resultados, si los comparamos con los ambiciosos objetivos, habría mucho que hablar.

Juan Espada del Corso es el protagonista de Cada ver es..., de Ángel García del Val. La película llegó a tener la calificación de 'S', como si la muerte fuera pornografía. Lo que vamos a ver es un hombre solitario realizando su trabajo, tratar con cadáveres, que forman el elenco de esta obra singularmente bella que nos relata vidas escapadas en cuerpos inmóviles. La morgue como metáfora del fin. Ahora haría falta una secuela.

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