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Cultura

Gestos de sutileza artística

  • El artista murciano Carmelo Trenado exhibe en Benot una muestra con dos de momentos artísticos diferenciados como son la pintura y el dibujo

Carmelo Trenado junto a su obra en Benot.

Carmelo Trenado junto a su obra en Benot. / jesús marín

Vuelve Carmelo Trenado a Cádiz tras aquella magnífica exposición del Castillo de Santa Catalina en la que los gaditanos pudieron comprobar la madurez creativa de un artista en posesión de un personalísimo lenguaje, eso que, ahora, tan difícil es de encontrar por el adocenamiento de un arte en el que todo se parece a todo. El profesor Trenado regresa a la galería Benot que es uno de los espacios que, desde años, contó entre sus autores a este murciano, afincado en Granada y pieza fundamental para el conocimiento del arte que se hace en la ciudad de la Alhambra.

La exposición nos vuelve a descubrir a ese artista serio, que realiza una pintura poderosa, de planteamientos acertados, donde cada pincelada tiene un porqué y plantea un desenlace plástico lleno de energía, contundencia formal y rigor artístico. Y es que Carmelo Trenado es un pintor de los que te hacen creen en la pintura y en sus hacedores. Su historia es tan apasionante como su pintura. Formado en la, entonces, todopoderosa Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, llega a Granada cuando el arte en general y la pintura en particular, ya, había conquistado extensos territorios de una sabia Modernidad -existe otra Modernidad que puede ser nueva pero no es sabia-. Allí se encontró con artistas que ejercían una pintura asentada en serenas posiciones de solvente manifestación. Su trabajo de aquellos tiempos ya desarrollaba las argumentaciones de un rigor creativo que no ofrecía duda. Un poco más tarde llegaría la puesta en marcha de la Facultad de Bellas Artes de Granada y Carmelo fue incluido en un claustro de Profesores con ganas y distinto a lo que era habitual en otros centros de enseñanza donde se buscaba más el título que el entusiasmo por el arte y la motivación artística. La voz potente de Carmelo Trenado despertó muchas conciencias y enseñó a encontrar rutas para los que quisieran caminar bien provistos por los senderos de un arte que necesitaba buenos creadores. Mientras tanto su pintura seguía avanzando sujeta a una sabiduría creativa que se manifestaba en un lenguaje que no se parecía nada más al de Carmelo Trenado; un lenguaje personal e intransferible que lo acompañaría siempre, sólo cambiando de estructuras pero manteniendo la gramática de la forma y la sintaxis del orden y la buena dicción.

La exposición que se presenta en la galería de la gaditana avenida Ramón de Carranza nos conduce por dos momentos artísticos perfectamente diferenciados, salidos de ese postulado de serias connotaciones pictóricas de la que hace gala el pintor. Por un lado su pintura, esa fusión de realidades extremas, donde las formas se adivinan en un entramado plástico que augura evocaciones y suscita la expectación. Una pintura que configura una determinante carga plástica; con unas gamas cromáticas que, se podrían decir, al modo Trenado, en las que los grises, los cálidos anaranjados y los fríos azules interactúan en un apasionante escenario formal que hace descubrir a la mirada ciertos argumentos concretos sutilmente planteados. En estas obras encontramos el lenguaje más puro de Trenado, ese que justifica su discurrir, aquel que adivina territorios encubiertos en la trama de una forma que el artista domina y sabe dotarla de indiscutible entidad y personalidad. Son obras de un formato más bien pequeño -piezas más grandes serían del todo imposible para los espacios de la galería -, pero que invitan a realidades más amplias e, incluso, a superficies de gran tamaño como vimos en aquella gran muestra del Palacio Almudí de Murcia. Obras que recobran el aliento de una pintura que se nos antoja sabia recreación de un arte convencido y absolutamente convincente; un arte sin tiempo y, mucho menos, sin complejo alguno.

La segunda parte de la muestra de la galería Benot nos lleva por una serie de dibujos que transcriben un universo entusiasta de formas, elementos y velados personajes. Cada una de estas obritas de Trenado es un mágico escenario donde se representa un jugoso papel lleno de vida. Con una gran economía de medios, un elegantísimo dibujo y, a veces, una mínima marca cromática, el artista nos sitúa por una historia muy bien contada pero que necesita la complicidad de un espectador para encontrar su definitiva forma. Con estos dibujos se nos oferta toda una lección de síntesis, de sutileza compositiva, de profundidad estética; como dije en otra ocasión refiriéndome a ellos "de conseguir lo máximo con lo mínimo, de plantear la suma esencia de la representación o, dicho de otra manera, dibujos donde la realidad se nos representa con lo más esencial de su relato".

De nuevo, Carmelo Trenado consigue llevarnos por los entresijos de una pintura grande a la que él dota de trascendente personalidad. Otra vez, un ejercicio pictórico nos devuelve el gran sentido del arte verdadero.

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