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Cultura

Fina y emotiva experiencia musical en el Museo

Gratísima experiencia vivida en el Museo hace dos días. Organizado por la gaditana Asociación Qultura, el Octeto de violonchelos Ámsterdam, actuando como solista la mezzosoprano Elena Gragera, interpretaron un conjunto de finísimas obras de tres compositores argentinos, ya fallecidos, todas de clara inspiración folclórica, recogidas de entre la riquísima veta melódica de ese país. Resulta ejemplar que jóvenes instrumentistas originarios de distintos países europeos, sean capaces de interpretar melodías para ellos exóticas, con maestría y elegancia, mostrando una vez más la inagotable capacidad de amalgama social que la música ofrece en estos momentos de tanta tensión internacional, y ello con sencilla naturalidad, pero expresada con exquisita sensibilidad.

Alberto Ginastera, inquieto seguidor de diversas sensibilidades, vivió un tiempo en Estados Unidos, donde fue alumno del famoso Aaron Copland, que seguramente lo contagió de la concepción musical de Stravinski, además del jazz nativo. La interpretación de un conjunto de canciones argentinas, fruto de su primera etapa creadora, sonaron con gran belleza, que no habría sido posible sin la deliciosa y cuidada voz de Elena Gragera, cuyo vibrato es de gran dulzura, no obstante su capacidad de incrementar su volumen siempre bello. De entre ese grupo de canciones, destacaron Triste y Arrorró, dulce canción de cuna esta última.

Intercalado entre las canciones, el Octeto interpretó la conocida Pampeana Nº2, con los solistas Putowski y Trajko, mostrando estupenda coordinación y afinación, no obstante la dificultad que suponía una armonía dura y avanzada.

El mismo Octeto ejecutó después en solitario el Ballet Estancia, donde Ginastera se luce utilizando la tonada, la vidala y otros aires del folclore argentino, con elegancia y gran contraste orquestal. Sobresalieron la tierna Danza del trigo, el sincopado Los peones de la hacienda, y el sugerente Amanecer, donde el alba va despertando con creciente intensidad, terminando con Malambo, un diálogo entre cellos que sublima el ritmo de la danza.

De Carlos Guastavino, contemporáneo del anterior, pero de corte más tradicional, el grupo orquestal acompañó a Elena Gragera en cuatro canciones de gran hermosura, dotadas de un exquisito sentimentalismo al que las letras alusivas agregaban emoción. Fueron Hermano, de fino expresionismo, Abismo de sed, con ritmo de vidala, El Sampedrino, muy dolido, para terminar con Mi viña de Chapanay, que sonó rítmico y hermoso en la voz de la mezzo, siempre elegante en su expresión.

Por último, sonaron diferentes y más próximas al tango tradicional, dos obras del conocido Astor Piazzolla, Alguien le dice al tango y El títere, donde nuevamente Elena Gragera lució voz y talento, que el público premió con entusiasmo.

En definitiva, un concierto de lujo, en formato de cámara, de gran ejecución, pero sin apartarse de un tierno y culto mensaje folclórico.

No puedo terminar sin felicitar aquí al presidente de la Asociación Qultura Pedro Fernández Enríquez y a su siempre laboriosa Coordinadora, Ana Rodríguez Tenorio, por esta estupenda iniciativa.

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