Érase una vez en un barrio de Kingston
El tradicional ciclo musical de Alcances contará con el magistral retrato de Bob Marley realizado por Kevin MacDonald
Los documentales musicales tienen todos, más o menos, la misma estructura. Vemos al inicio la imagen de un niño con sus padres y el narrador nos va contando cómo se construye una estrella, un icono universal a través, primero, de fotos de familia, y luego de películas caseras, y luego de vídeos de sus primeras actuaciones y luego de grandes conciertos para acabar con su declive, el fin. Y, a continuación, el documentalista ilustra acerca de cuáles son los motivos de que este personaje haya dejado un poso en nuestras almas, ya que estos documentales, en líneas generales, están hechos para los convencidos, para los fans.
Alcances contrapone en su tradicional programación rocanrolera dos de los más celebrados documentales musicales del último año. ¿Qué hace que, teniendo parecida estructura, Marley, de Kevin MacDonald, director escocés que firmó una notable aproximación al monstruo de la Gestapo Klaus Barbie, sea apasionante y George Harrison: living in the material world, de Martin Scorsese, que no necesita presentación, que se marcó en sus años de cocaína una pasada llamada The last waltz y que, ya de mayor, hiciera la emocionante biografía de Dylan en No ditrection home, sea un auténtico tostón? El personaje podría ser, ¿no? Yo puedo ser un fanático de los Beatles y tener mis reservas sobre el reegae, pero tengo que reconocer que Bob Marley es mucho más personaje que George Harrison. Puede ser eso, pero hay algo más.
Le guste a uno o no le guste Bob Marley no debe perderse el próximo viernes 14 el trabajo de MacDonald porque trasciende del personaje al que examina. Rober Nesta Marley es un bastardo (aunque con apellido) de un inglés que hizo fortuna en Jamaica 50 años mayor que su madre. Marley es un mestizo en tierra de negros que inicia una ascensión a los cielos gracias a sus obsesiones. Por la música, por supuesto, descubriendo un modo de tocar la guitarra inédito pero basado en los melosos grupitos americanos de negros de principios de los 60 como los Drifters. Por el fútbol, que le llevará a la muerte. Por la maría, inevitable. Por el sexo, que le dará once hijos de siete mujeres, aunque su mujer siempre será Rita Anderson, la cantante de las Soulettes que aguantó con estoicismo la desenfrenada promiscuidad de su chico (es conmovedora Rita en el documental, eso es amor). Y por Jamaica, o más exactamente por su barrio de Kingston, Trench Town, en el que chapoteó en la miseria.
Todos estos elementos, con el apoyo narrativo de otros grandes personajes del reegae, como el gran Pete Tosh (que no sobrevivió muchos años a Marley), integrante de los primeros Wailers, le sirven a Macdonald para hablar de muchas más cosas que de Bob Marley. El error de Scorsese en su documental sobre George Harrison, que los incondicionales de Alcances pudieron ver ayer y podrán ver mañana, es que, básicamente, habla de George Harrison. No habla de mucho más. Si uno es un incondicional de este beatle incomprendido, no hay problema, no hay engaño. Si a uno ni le va ni le viene George Harrison, lo que puede ser, si viniéramos de un planeta en el que nadie hubiera escuchado nunca a los Beatles, Scorsese no aportaría gran cosa acerca de qué va la vida en la Tierra. De hecho, el extraterrestre pensaría que en la Tierra somos estrafalarios y aburridos.
Si uno no se llama Scorsese, todos los pecados son más veniales, como podrán contemplar en los pases musicales de hoy y mañana. Así nos debemos tomar la hagiografía que desperdicia la potencia de un personaje clave en la España de los 80 como es Jaime Urrutia, líder de Gabinete Caligari, transgresor castizo de la Movida que bautizó Umbral, al que hay que reivindicar no desde las relamidas apreciaciones y generalidades de las generaciones posteriores, sino desde desgarros como Pecados más dulces que un zapato de raso, el poema de Eduardo Haro Ibars, el estereotipo de maldito, con el que se abre Camino Soria. Sin embargo, lo que vemos en la imagen, que está muy bien porque el personaje lo merece, es un epitafio adelantado que si yo fuera Urrutia me preocuparía. Es Urrutia saliendo por la puerta grande como un gran toro camino del despiece.
El ciclo musical se completa con Barón Rojo, resistentes del heavy patrio, a los que sólo se les puede mirar con simpatía, y un clásico del fake más gamberro, This is the Spinal Tap, vista mil veces y que se puede ver otras mil. Si no la han visto, no se la pierdan. Se troncharán.
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