Cultura

'Baeza de Machado' retrata el viaje del poeta del duelo a la serenidad

  • Fanny Rubio describe en un nuevo libro de la Fundación José Manuel Lara la estancia del autor en la ciudad, a la que llega abatido por la muerte de Leonor

La escritora linarense Fanny Rubio recrea la estancia de Antonio Machado en la localidad de Baeza, donde el poeta se traslada en 1912 para impartir clases y cambiar de vida tras la pérdida de su esposa, en un nuevo volumen de la colección Ciudades andaluzas en la Historia de la Fundación José Manuel Lara.

Baeza de Machado describe la transformación que experimentó el autor en este escenario, que contempla en un principio con indiferencia debido a la desgracia personal que arrastra, pero al que finalmente acabará encontrando un rostro humano, vibrando con su música secreta. "A Baeza llega de mal humor, casi como un suicida, y no mira la ciudad", mantiene Rubio, que cree que aquel enclave es, no obstante, "el espacio ideal para catartizar su duelo".

Machado toma posesión de la Cátedra de profesor de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico el 1 de noviembre de 1912. Es un hombre que huye de sí mismo, de los fantasmas de la dicha vivida junto a su amada Leonor, ya fallecida. Rubio opina que "ese amor ha sido de mucha potencia, anómalo, y el duelo por la pérdida también lo es".

El poeta alberga "una enemistad no consciente" hacia Baeza, a la que encuentra "en estado de superstición milagrera", también "monótona y mortecina". Una escenografía habitada por "los donjuanes pegados al casino, sus ganaderos a la espera de la feria del ganado". Machado sí muestra interés, no obstante, por "los labradores y las mozuelas de las rejas capaces de cantar un romance".

En las páginas de su ensayo, Fanny Rubio -actual directora del Cervantes de Roma- no oculta estos primeros desencuentros entre el recién llegado y Baeza, entonces impermeable a los cambios -la Guerra Mundial, la Revolución Rusa- que alteraban el mundo. "No he querido prescindir del tono crítico que tiene Machado en sus cartas", expresa la autora.

El autor de Soledades, galerías y otros poemas, "un hombre muy curvilíneo, muy femenino, que no es un hombre de acción, sino alguien melancólico", no conecta con esas costumbres locales "en las que los hombres tienen derecho a todo y están siempre en la cofradía o la taberna. Le molesta ese tipo de gañán adinerado que se encuentra".

Sin embargo, el escritor sevillano tiene acceso asimismo a "las mentes más liberales de la ciudad", a esa "clase media y culta, y minoritaria", en las tertulias de la rebotica de Adolfo Almazán, en la calle San Francisco. Y en sus frecuentes paseos -suele andar unos nueve kilómetros, hasta llegar a Úbeda- va sintiendo una revelación que Rubio identifica como "la fuerza cósmica del olivo".

Las visitas de un joven García Lorca a Baeza, que realizó en 1916 y 1917, fueron determinantes para que Machado valorara, gracias a la mirada del granadino, los encantos de la localidad. En una velada en el Casino de Artesanos, Lorca interpreta al piano La danza de la vida breve, de Falla, y Machado recita fragmentos de su poema La tierra de Alvargonzález.

Machado, que confiesa no tener vocación de maestro, desarrolla una didáctica "muy en la línea de Giner de los Ríos". Rubio cuenta que "le molestaban los exámenes, hablar con autoridad, el someterse a un libro de texto. Él baja siempre del púlpito". Se da la paradoja, además, de que en sus clases difunde la cultura francesa, que contempla con cierta ambigüedad. Es, según Rubio, "un profesor de francés que a veces se replantea la manía de ser antifrancés". Rubio explica así esta curiosa antipatía: "Cuando Machado estuvo en Francia le fastidiaba el ombliguismo de su cultura, la grandeur, ese egocentrismo que identifica lo francés con lo mejor. Para él, los alemanes eran el súmmum del pensamiento".

En los siete años que Machado pasa en Baeza, el autor engendra sus grandes heterónimos, Abel Martín y Juan de Mairena. Halla en el entorno del director del instituto, Leopoldo Urquía, una familia que lo acoge. Y su contacto con los obreros y los trabajadores del campo abre dentro de él "una visión solidaria" que influirá en él de manera decisiva. Cuando se marche a Segovia, en el año 1919, el poeta será ya un hombre más afín a la vida, con las heridas ya cicatrizadas.

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