Nuestros vecinos de Zhejiang
Lin, comerciante de Cádiz, proviene, como casi todos los chinos de la provincia, del sur
Si uno se sitúa en un mapa de la inmensa China y busca la región de Zhejiang, la encontrará al sur, debajo de esa colmena humana que es Shanghai. Puede parecer relativamente pequeña en comparación con otras regiones chinas, pero allí viven 46 millones de almas, tiene un litoral de más de 6.000 kilómetros y sus 3.000 islas son más islas que todas las que hay en el resto de China. Zhejiang no es una región pobre, pese a que lo ha sido y mucho. Cuando se vivía del arroz y la pesca, la miseria era la rutina de sus habitantes; ahora que vive del turismo nacional y de la industria textil crece a un ritmo del 10% en cada uno de los años de la última década. Y de la emigración. Zhejiang también vive de la emigración.
De esta región proviene Lin y la inmensa mayoría de los chinos que residen en la provincia. Lin nos recibe con su hospitalidad habitual y una enorme sonrisa en su pequeña tienda del barrio gaditano de Bahía Blanca donde se anuncia un atractivo precio para los huevos de Conil que le sirven especialmente de las granjas. No pone objeción a la foto, pero dice que prefiere no hablar "porque hablo muy mal el español". No es del todo cierto. Se defiende con cierta pericia con el idioma, aunque su compañera lo habla un poco mejor.
En el caso de Lin, su compañera y sus dos hijas se da un caso de plena integración con el barrio. Frente a otros, apegados a través de internet con su país, Lin intenta conocer las cosas que pasan en España y, si es tarde de fútbol, en un transistor estará sintonizado uno de los carruseles deportivos. E incluso se permite la pequeña licencia, si hay un Madrid-Barça, de abandonar el comercio donde cada día come, el comercio que casi nunca cierra, para ver un rato del partido en la televisión del bar de al lado.
Afirma estar contento en Cádiz. "Llevo nueve años en España y cinco en Cádiz. Aquí es mejor. En Madrid o en Valladolid era más difícil". Hace un gesto con la mano de sustracción y adquiere un tono de confidencialidad: "Allí te robaban y la gente no hablaba contigo". "¿Y aquí?" "Aquí no, gente no roba y habla contigo de las cosas que pasan aquí en Cádiz, en España". Al recordar sus primeros años en España da la sensación, un pequeño gesto, de que lo han debido pasar mal, que el desarraigo les debió pasar factura, que España no parecía ser el lugar soñado que les ofrecieron. Pero rápidamente recupera su eterna sonrisa. Lin tiene una pequeña parroquia de vecinos que siempre se pasa por allí a darle conversación a él y a su mujer, que es dicharachera y una chispeante bromista. Ella defiende que no somos tan diferentes. "En el fin del año chino, allí en China, nos pasamos quince días yendo a las casas de los familiares. Comemos y bebemos. Como vosotros en la Navidad".
Pero sí hay diferencia: "Trabajo, trabajo, comer, trabajo, dormir. No juego con los ordenadores, no hablo por los ordenadores. Alguna película. Pero lo demás trabajo, trabajo. Hay que trabajar". Su hija mayor habla perfectamente español. Lin intenta que no pierda las raíces, pero quiere que, al mismo tiempo, esté integrada por completo en España, que se sienta española. Es un caso tipo. Dice la investigadora Amelia Sáiz en su trabajo sobre los emigrantes chinos en España: "La biculturalidad puede convertirse en el mejor aliado para los negocios familiares y para el futuro de los hijos tanto en origen como en destino, dos polos direccionales que cambian su sentido con el paso de las generaciones puesto que el origen de los padres no lo asumen necesariamente los hijos. De hecho, muchos de los escolarizados en la sociedad de acogida consideran el castellano como su primera lengua y con el paso de los años manifiestan una desvinculación afectiva con el pueblo de su familia natal".
Lin intenta ir cada año a China, a su pueblo, un pueblo diezmado por la emigración. "Hace diez años había unos 60.000 habitantes. Ahora no. 40.000 más o menos nos vinimos a Europa: Francia, Italia, España, también África". "¿Y por qué te fuiste?" "Todo el mundo se iba". "¿Qué era tu padre? ¿Trabajaba en el arroz?" Sorprendido: "No, no. En la fábrica. Fábrica de ropa. Mucha ropa en China para vender". Al marcharnos nos ofrece un refresco: "¿Cocacola, una cerveza? Tomad algo". Lin es un vendedor nato, pero también sabe ser el anfitrión perfecto. Lin es, sobre todo, un buen hombre que trabaja como un mulo. Y siempre sonríe.
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