Paco Romero, toda una vida de trabajo entre la leña y la alpaca

Gentes del campo

Con apenas tres años ya ayudaba a su madre a dar de comer a los pavos y desde entonces no ha parado de esforzarse para intentar que a su familia no le falte nada

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Paco Romero posa sentado en unas alpacas de paja en la nave de su finca. / Julio González

Paco no recuerda la vida sin trabajar. Entre jirones de la memoria cree entrever que cuando era un niño de pecho estuvo algunos meses tumbado panza arriba en la cuna mirando las musarañas, pero en cuanto se puso en pie y echó a andar empezó a currar. Paco Romero nació hace 63 años en Paterna, de donde era su madre, aunque pronto se trasladó a Alcalá de los Gazules, localidad natal de su padre. Allí pasó su infancia y aún sigue en el pueblo, vendiendo leña, corcho y fardos de alfalfa, heno y paja. No es lo único que hace, porque con su camión ha recorrido media España transportando ganado o simplemente muebles de toda una vida hacia un nuevo horizonte. Por más que ahora Trump y sus coleguitas yankees intenten imponer como una novedad eso que dan en llamar trabajos 24/7, en pleno corazón del parque natural de Los Alcornocales hace siglos que saben lo que es ganarse la vida sin vacaciones.

Paco nos cuenta que con tres años su madre lo esperaba que volviera del colegio con la ropa de faena preparada para que se cambiara y le ayudara a echarle de comer a los pavos. “Nunca he sido mucho de libros y escuelas. En casa éramos siete hermanos y a todos nos ha gustado el campo. Yo estuve interno primero en Sanlúcar estudiando, y luego aquí en Alcalá, cuando abrieron otro centro educativo, pero en cuanto pude lo dejé y me vine a trabajar al campo, que es lo que me tira. Podría decirse que soy adicto al trabajo. Por eso, a mis 63 años, no está en mis planes jubilarme. Jubilarse es como morirse un poquito. Yo estoy activo, me siento bien y me gusta trabajar. El día que estoy dos horas sin que suene el móvil para darme faena me siento raro”, nos cuenta con una sonrisa amable en la cara.

Nuestro protagonista de hoy haciendo un descorche al trozo del tronco de un alcornoque. / Julio González

Paco insiste en tratarnos de usted, por más que le insistamos en el tuteo. “No me sale. Mire usted, una vez, siendo un chaval, llegó a casa El Tableta, que era un amigo de mi padre. Paco, dale algo de comer, me dijo. Así que yo, con la confianza, le dije: ¿tú qué quieres tomar Tableta? ¿Cómo lo has llamado?, se me encaró mi padre. A mí no me puso jamás una mano encima mi padre, mi madre algún que otro alpargatazo sí que me arrió porque no había forma de levantarme temprano para ir al colegio y porque era más malo que un demonio, pero mi padre jamás. Ahora, cómo sería la mirada que me echó que desde entonces no he vuelto a tutear a nadie”, nos explica.

Paco tiene una nave en la carretera que une Alcalá de los Gazules con Paterna. Quedamos con él junto a la piscina del pueblo y lo vemos pasar con su enorme camión gris, que conduce con la soltura con la que los adolescentes de los 80 manejaban los vespinos. Lo seguimos como podemos. Es decir, como si fuéramos Starsky y Hutch en una de sus aventuras pero sin la rayita hortera en el coche.

Tras llegar a su finca, vemos que a unos pocos metros de la nave de almacenaje está su propia casa, en una propiedad que se extiende por el monte y donde también está criando algunas ovejas con cuya leche, en el futuro, quiere hacer queso emborrado a la antigua usanza de la Sierra de Cádiz. “Mi madre hacía unos quesos maravillosos. Venía gente de todos lados de España a por ellos. Hacía miles. Mi hija trabaja en quesos El Gazul, aquí en Alcalá, pero yo tengo la ilusión de hacer mis propios quesos, con leche de mis ovejitas, con el cuajo de los cabritos para que corte la leche, como se hacía antiguamente. Quesos de esos duros que para cortarlos hay que darle con un cincel y un martillo”, dice Paco.

En la nave hay mucha paja pero también alfalfa y heno. Es un negocio muy sacrificado y con escaso margen de beneficio, aunque claro, gota a gota también se llena un vaso. Y es que a un fardo de paja Paco le saca un euro de beneficio, porque lo compra por uno y lo vende por dos. Claro que si vendes muchos miles... “Ahí está la cosa. Hay que ser trabajador. Y estar todo el día pendiente. Si me dicen que les lleve un camión hasta arriba de alpacas hasta el Campo de Gibraltar pues allá que me voy. Este trabajo no lo quiere cualquiera. Ymenos los chavales de ahora, que no están dispuestos a trabajar tanto. Yo me levanto a las seis menos cuarto de la mañana todos los días. Y no tengo jornadas de descanso. Sábados y domingos incluidos. Si paro es para llevar a mi mujer a algún sitio a comer. De vacaciones ni hablamos. Solo trabajando mucho he podido tener un pequeño patrimonio para que cuando no pueda aguantar el ritmo y me jubile no tenga que vivir con 800 euros al mes”, explica.

Paco está casado y tiene dos hijas y un nieto de 21 años. Sus hijas no van a seguir con el negocio. “Con los ahorros que he ido reuniendo a lo largo de toda la vida he podido comprar un terreno donde he levantado un recinto para celebraciones, bautizas, comuniones, esas cosas. Con eso, y mucho sacrificio, vamos tirando. Pero no corren buenos tiempos para ganar dinero vendiendo leña”.

Porque en la finca de Paco lo que más hay es leña. Y corcho. Mucho corcho de los alcornoques. Con una máquina nos enseña a hacer un descorche limpio y rápido. Nos cuenta que una tonelada de leña la puede vender a 60 euros. Pero su mayor enemigo no sólo es el elevado precio del gasoil, que no le compensa a la hora de hacer grandes desplazamientos con su camión, sino el cambio climático. De hecho, mientras hacemos el reportaje estamos todos en camiseta de mangas cortas. “Con este calor que hace a las puertas de noviembre ¿quién se va a atrever a comprar un montón de toneladas de leña? De un tiempo a esta parte el negocio ya no es tan rentable, pero qué le vamos a hacer. No sé hacer otra cosa que trabajar”.

Paco insiste en que todo lo que tiene lo ha ganado con el sudor de su frente. “Mi padre murió joven, con 46 años. Lo pilló un camión. Yo tenía entonces 18 años y me dejó una moto y una becerra. De ahí empezamos, casi de cero. Igual que mi hermano, que tiene otra nave aquí al lado y se dedica a lo mismo que yo, a la leña y a las alpacas. Gente trabajadora. Yde campo. Me acuerdo que cuando era chico mi padre me soltaba por el monte y me decía: si te pierdes agárrate al rabo de un cochino que verás como te trae a casa”.

Paco, en su camión. / Julio González

Paco comenta que ha llegado a llevar ganado en su camión a Salamanca, a Tres Cantos, en Madrid, que ha pasado noches conduciendo, aunque aclara que ahora procura no castigarse demasiado. “Superé un cáncer y una caída fuerte del camión que me ha dejado como bonito recuerdo un par de placas en la espalda. Pese a ello me encuentro muy bien físicamente, pero tampoco estoy ya dispuesto a hacer algunas cosas. Y más ahora, que con estos camiones modernos no puedes conducir más de nueve horas”. Aunque por horas que no queden. Las 24 del día se le quedan cortas a Paco, un hombre que lleva a rajatabla la máxima de Karl Marx que dice que el trabajo dignifica al hombre.

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