Juanino, el defensor de la nobleza del burro que escucha el alma de Vejer

Gentes del campo

Entre molinos y montes, Juanino cuida de nueve asnos y de una forma de vivir que se apaga entre el turismo y la prisa

El Isla, uno de los supervivientes de la última estirpe de los pastores en Cádiz

Juanino posa sonriente ante el mural que tiene en la trasera de su casa.
Juanino posa sonriente ante el mural que tiene en la trasera de su casa. / Julio González

Los grandes imperios de la historia no se forjaron a lomos de caballos sino de burros. Pocas veces la humanidad ha juzgado más injustamente a un animal que al asno, que tuvo una importancia decisiva en la conquista, expansión y consolidación de las culturas en Europa. Su papel, fundamental tanto en los ámbitos económico, militar y social como en la transmisión cultural y tecnológica, apenas se ha reconocido. No obstante, hay personas, quizá provistas de un sexto sentido o de una inteligencia superior, que un buen día se encariñaron con los burros y aún hoy les compensan tanto desaire. Algo así le pasó hace un cuarto de siglo a Juan José Román García, conocido en Vejer como Juanino, un catedrático de la vida a quien podríamos escuchar durante horas mientras nos cuenta no sólo la historia de su pueblo desde la Reconquista castellana sino la manera de entender una sociedad actual que se ha convertido en sierva de la tecnología.

El encuentro: Jiaaaaaaa

Habíamos quedado con Juanino en la explanada de los molinos de Vejer, donde tres magníficas contrucciones siguen en pie esperando a que algún loco las confunda con gigantes. Al llegar Juanino nos llama a su manera, como si fuéramos asnos. Jiaaaaaaa... Mientras termina un tazón de café del tamaño de un submarino ruso nos explica que una de sus ideas es colocar delante de su casa lo que ha bautizado como El rincón de los abrazos. “La gente ahora se abraza poco. Yo soy de muchos abrazos, de tal manera que voy a poner cuatro manos que van a hacer una recreación de un árbol que se quiere abrazar con otro, como en una especie de emparrado, y debajo de esa cúpula es donde la gente se va a abrazar. Hoy en día lo que nos hace falta es abrazarnos para que la energía se comunique. La buena se venga y la mala se vaya. Cuando tú te agarras a alguien, unes los corazones. Eso nos hace falta hoy día”, dice.

Juanino con varios de sus burros en Vejer, donde vive desde que nació hace medio siglo.
Juanino con varios de sus burros en Vejer, donde vive desde que nació hace medio siglo. / Julio González

Tras echarse el café al coleto nos encaminamos hacia la zona de monte donde tiene sueltos a los nueve burros de los que cuida. Al pasar por el antiguo matadero de Vejer inicia el relato de una infancia dura que le despertó los sentidos como sólo sabe hacerlo el hambre. “Nací en Vejer hace 50 años. Mis padres, yo y mis nueve hermanos, ya sólo me quedan siete, vivíamos en frente del matadero. Mi madre era una mujer muy seria, muy trabajadora. Me decía, Juanino, yendo allí siempre te vas a traer algo de carne pa casa. Y así era. Mi padre estaba enfermo. Enfermo por el alcohol. El cuerpo llamaba a ese veneno todo el día y el dinero que ganaba se lo gastaba en su vicio. No le culpo. Era un enfermo. Pero en casa había que comer. Yo ayudaba al hombre que le daba al veterinario la carne que necesitaba para hacer las pruebas de los animales. Una vez que el veterinario la cogía ya no se utilizaba para venderla en las carnicerías, sino que se regalaba a alguien pobre, porque al veterinario con un trocito le bastaba para sus análisis, y el resto es lo que repartíamos. Le fui ayudando a los del matadero y, como me gusta tanto la gente mayor, que digo yo que algo tendré que hace que a ellos también les guste hablar conmigo, fui aprendiendo y cogiendo conocimientos. Con 11 años era conserje del matadero, y con 12 me hice matarife. Gracias a eso hoy en día me va fenómeno porque es mi oficio, actualmente trabajo en Cárnicas Alcázar, aquí cerca, en la carretera de Patria. Desde pequeño tengo una afición, que es entrevistar a gente mayor, y eso me ha empapado de cultura”.

Juanino recuerda con enorme cariño a Horacio, su profesor, “posiblemente el hombre que más me ha querido en el mundo”, y como se escapaba de la escuela para poder trabajar en el matadero. “El director del colegio, don Pedro, me dejaba a mi aire, yo entraba y salía de la escuela a mi antojo porque necesitaba ir al matadero a por carne para mi casa”.

Nada más acercarnos al lugar donde pastan, los burros huelen a Juanino, que les trae trozos de pan duro, y comienzan a rebuznar. Para los burros un cacho de pan duro es como la ambrosía de los dioses del Olimpo. Jiaaaaaa, los llama con un vozarrón que mueve las copas de los árboles. Vamos, como antes hizo con nosotros mismos. Debe ser un lenguaje universal, porque Juanino también saluda así a los zagales con los que nos cruzamos. Juanino es más conocido en su pueblo que la Coca Cola. Pasamos al campo y vemos cómo los burritos, suaves y peludos como Platero, le arriman los hocicos para que los acaricie. “Acércate que no hacen nada”, dice. “El burro es un animal noble, lo que pasa es que es tan inteligente que tiene las cosas muy claras, y si dice que por ahí no pasa ya te puedes poner como te pongas que no le vas a convencer. A un mulo, a un caballo, le das con una vara y es capaz de tirarse por un barranco. Un burro no. Si no quiere hacer algo, si entiende que eso lo va a poner en peligro, prefiere que lo mates antes de dar su brazo a torcer. A ver si te crees tú que a las guerras antiguas iban los caballos... pero si había dos o tres, y los tenían los señores. Los que conquistaron Europa fueron los burros, que al único lugar al que no llegaron fue al ártico. Además, que este animal sigue trabajando aunque esté en las últimas. Un caballo se tira al suelo en cuanto que le falta el agua. Un burro sigue adelante hasta el último aliento”, cuenta Juanino mientras los arrulla.

Varios de los burros que cuida Juanino con ternura.
Varios de los burros que cuida Juanino con ternura. / Julio González

Juanino nos cuenta que tiene un proyecto precioso para sus burros y para su pueblo que, de momento, duerme el sueño de los justos atascado en la telaraña de la burocracia. Lo ha bautizado como El paraíso de los burros. “Estaría situado entre la zona norte y el levante de Vejer. A 160 metros sobre el nivel del mar está construido el pueblo. Hay dos laderas que componen una vaguada preciosa. Casi a la mitad ya pierdes la acústica del pueblo, los coches, la gente hablando..., todo el ruido desaparece. No me preguntes por qué, no sé explicarlo científicamente, lo que sé es que corta el sonido. La presión que hace la tierra expulsa arriba todo lo que quiera bajar”. Como en esos terrenos escarpados no se construye, la idea de Juanino sería soltar ahí varios burros, que se encargarían de limpiar el terreno haciendo un cortafuegos que sería muy útil en caso de que se produzca un incendio. “Al pueblo no llegaría tan fácil el fuego porque los animales mantendrían limpio ese espacio. En algún momento se podría hacer un sendero que desemboque en uno de los caminos principales de entrada que tenía Vejer, el de la Cuesta de la Barca. Sería un sendero perfecto, de un metro y medio nomás, para no partir el ecosistema, y que la gente pudiera pasear. Los burros estarían semisalvajes para poder verlos, fotografiarlos, pintarlos, estudiarlos... Y de paso que el humano tomara conciencia de ese espacio natural. Por allí podrían corretear los chavales. Un verdadero paraíso”, dice. A Juanino, que está casado y tiene cinco hijos, no le gusta que los niños fijen tanto la mirada en sus móviles y tan poco en lo que les rodea. “Es que ni hablan entre ellos”.

Juanino comenta con tristeza que Vejer ha perdido buena parte de su identidad en las últimas décadas. “El turismo está bien pero Vejer, como todos los pueblos, están equivocados, porque el dinero ha envenenado la estabilidad social del ser humano. Esos humanos tenían antes una vida social, los vecinos se ayudaban unos a otros, eran casi una familia. Vejer era uno de los pueblos más ricos de todo Cádiz. Por su agricultura, por su extensión, por su cultura. Al ser uno de los pueblos más peligrosos que existía durante la conquista árabe todos los que se instalaron aquí eran de mentes muy potentes. Date cuenta que en esta zona están los latifundios más grandes de España. Aquí vinieron algunas de las familias más poderosas de toda España. Ahora, con los turistas comprando las casas del pueblo, se está perdiendo su idiosincrasia. ¿A qué crees que vienen los turistas? ¿A tomar el sol y beber cerveza? Pues no, eso lo tienen en cualquier sitio. Les gusta escuchar el acento de la gente de Vejer, o de la de Conil, que es precioso también. Todo se está perdiendo y cuando hayamos perdido nuestra cultura, lo que nos hace diferente, no habrá marcha atrás. Será irreparable”.

Al regresar a nuestro punto de partida Juanino se sitúa debajo de un gran mural donde aparece junto a dos burros, un ruc catalán y otro de raza andaluza. “Quería que el autor representara la importancia que la unión de la cultura vasca, castellana o catalana tuvo en Vejer. Fueron esos grandes señores que llegaron a estas tierras desde el norte para la reconquista quienes nos dieron nuestro carácter”. Y es que a Juanino le gusta compartir, sumar, abrazar otros corazones. Nunca dividir.

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