El Isla, uno de los supervivientes de la última estirpe de los pastores en Cádiz

Gentes del Campo

Juan Alfonso Parrazuelo, conocido en toda Paterna como El Isla, lleva desde los 23 años cuidando de un rebaño que ha hecho crecer hasta las 1.602 ovejas

Domingo el Pavero, una vida entre caracoles, faisanes y perdices en Paterna

El Isla camina por una finca cercana a Baños de Gigonza seguido por su rebaño.
El Isla camina por una finca cercana a Baños de Gigonza seguido por su rebaño. / Julio González

Siempre palante, nunca patrás. El pastor de ovejas que ayudó al Isla a dar sus primeros pasos en el oficio le obsequió de propina con una filosofía que igual vale para el rebaño que para desenvolverse por este mundo. Vista al frente. Paso firme. Trabajo, trabajo y trabajo. Cuando Juan Alfonso Parrazuelo, es decir, el Isla, nos cuenta su vida y milagros a la sombra de un acebuche, en una finca cercana a los Baños de Gigonza, tenemos la sensación de estar viendo una película, un western crepuscular protagonizado por un vaquero, un tipo duro con la mirada del color de la hierba fresca que ha sido capaz de prosperar en un oficio donde hablar de relevo generacional suena a cuento chino.

Cuando el Isla se acostó la noche del domingo tenía 1.603 ovejas. Cuando se despertó el lunes le quedaban 1.602. “Esto es así”, nos dice con naturalidad. “He tenido años en que se me han muerto cientos”. ¿Y eso? “Cosas de las lluvias. Tan malo es que el campo esté seco como que llueva a mares. La humedad es mala para los bichos. Muchos enferman y se mueren”. Es en estos momentos duros cuando recuerda sus comienzos y las enseñanzas de su maestro:Siempre palante, nunca patrás. “Como te pongas a pensar en que se te ha muerto una oveja, o diez ovejas, malo... Hay que seguir palante, no queda otra”, repite como un mantra.

El Isla no heredó la pasión por el campo y la ganadería de su padre sino de su abuelo. Y de su madre. A su padre no le gustaban los animales, pero su madre cuidaba pavos en aquellos años en que comerse un pavo era algo extraordinario. Los criaba bien gordos y los vendía por unos buenos dineros cuando las sonajas de las panderetas empezaban a anunciar la llegada del Niño Dios.

El Isla tiene 58 años y empezó a pastorear a los 23. Como fue poco al colegio, porque se pasaba media vida ayudando a su madre a engordar pavos primero y a desplumarlos después, apenas si sabe escribir, aunque la profundidad de su mirada deja traslucir una mente despierta. Son los ojos del superviviente de una estirpe. Porque el Isla ha sido capaz de juntar una piara, como él dice. “Cuando era un zagal los mayores me señalaban y decían:éste sí será capaz de tener su propia piara. Y lo hice”.

Una imagen del rebaño de parte del rebaño del Isla.
Una imagen del rebaño de parte del rebaño del Isla. / Julio González

Claro que los comienzos fueron duros. El precio de esa independencia lo pagó con muchas noches a la intemperie, durmiendo sobre una manta en el suelo. Nos cuenta que con unos pocos duros que sacó de vender cuatro vacas que tenía su familia, y que ya no eran rentables, pudo comprarse unas cuantas ovejas. Siempre ha vivido en Paterna, pero reconoce que el cuidado de sus ovejas le llevó en numerosas ocasiones hasta Benalup, Facinas o Tahivilla. Años duros en los que, a lomos de un borrico, iba de un lado a otro de la comarca en busca del mejor pasto para el rebaño. “La vez que más tiempo estuve sin pisar mi casa fueron 20 días. Casi tres semanas sin poder lavarte más que la cara o los pies en un arroyo, durmiendo al raso. Domaba dos ovejas y me acostaba entre ellas para que me dieran calor. Echaba la manta al suelo y allá que me tumbaba. Lo malo era cuando empezaba a llover, puff. Anda que no he pasado yo noches en vela, sentado en una roca con un capote echado por lo alto, empapado pero vigilando el rebaño”.

Durante años llevó a sus ovejas en busca de pastos por medio Cádiz subido en un borrico

Porque las ovejas, las 1.602 que tiene ahora y los pocos centenares que tenía antes, necesitan atención las 24 horas del día. Al despuntar el alba las más atrevidas suelen intentar una evasión condenada al fracaso porque el Isla y sus perros están al quite. Quizá por eso reconoce que nunca en su vida ha cogido vacaciones. “Esto es un trabajo muy esclavo, pero es que las ovejas tienen que comer todos los días, hay que cambiarlas de pastos regularmente, hay que atenderlas cuando se ponen a parir y luego cuidar a los corderos”.

Algunos de esos corderitos a los que el Isla ha ayudado a nacer corretean junto a sus madres durante nuestra charla. Ycorren como demonios. De hecho lo comprobamos cuando Francisco, otro ganadero que ha ayudado al Isla a bajar sus ovejas para que las esquile un grupo de sudamericanos que son los mejores en esto de quitar lana, intenta atrapar alguno para que podamos fotografiarlo en brazos del Isla, como si fuera una Santa Madonna del Renacimiento.

El Isla sosteniendo en brazos a un corderito.
El Isla sosteniendo en brazos a un corderito. / Julio González

Aprovechando la captura, que ha necesitado varios movimientos en bloque del grueso del rebaño, el Isla nos cuenta cómo lo hacía cuando una oveja daba a luz en medio de una de sus trashumancias. “Los cogía y los metía en los serones del burrito un par de días, para que no se quedaran atrás ni entorpecieran el paso del resto”.

El Isla es un enamorado del pastoreo, del campo, de la comunión con la tierra, pero advierte que podemos estar ante los estertores del oficio. “Si acaso le echo siete años más a esto. Pastores con 60 años hay unos cuantos todavía, de 50 alguno, de 40 pocos, y de menos de 30, apenas. Las nuevas generaciones no quieren saber nada de la ganadería. Nos cuesta hasta encontrar mano de obra. Ni los inmigrantes quieren. A veces doy de alta a alguno unos días pero pronto me pide la cuenta y se larga. Este trabajo no es para todo el mundo”.

Claro que eso no lo dirá por su hijo menor, Ángel, que con cinco años lleva el pastoreo en la sangre. Con una sonrisa orgullosa nos muestra en su móvil un vídeo en el que vemos como el crío es capaz de agrupar el rebaño para dejar paso a un coche ante la atenta mirada de sus padres. “El tío es pa comérselo de gracioso”, dice mientras nos muestra una foto en la que se ve a Ángel disfrazado de pastor. “Dice que cuando crezca quiere tener ovejas. Mis dos hijas mayores no quieren saber nada de esto, pero al chico le encanta”.

La ilusión que le hace hablar del menor de sus herederos se le nubla al recordar que las subvenciones gubernamentales a la ganadería han descendido drásticamente en los últimos años. Si antes le daban hasta 36 euros por oveja, ahora apenas si se queda en diez. “Con otras ayudas podemos irnos a los 16 euros por cabeza, pero es que una paca de heno cuesta 50 euros. Y los animales tienen que comer. Cuando están embarazadas o paren hay que cuidarlas más, hay que comprarles grano, se va un perraje curioso. Si hay un año de sequía ya ni te cuento”.

Eso sí, a pesar de mantener la tradición para muchas cosas, el Isla es un pastor con Tik-Tok. Gracias a ello ha hecho amistades con ganaderos de otras regiones. La pasada semana, de hecho, compró diez hermosos carneros en Murcia. “Hay que refrescar la sangre del rebaño, de lo contrario se va debilitando”, explica el Isla, en un claro ejemplo de que la endogamia también aumenta el carajotismo ovino. Tras despedirnos nos montamos en el coche y el Isla corre hacia nosotros con una pregunta importante: ¿Cucha, cuándo sale esto?

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