déficit hídrico

La alargada sombra de la sequía del 95 en Cádiz

Aspecto actual del embalse de Guadalcacín. Aspecto actual del embalse de Guadalcacín.

Aspecto actual del embalse de Guadalcacín. / Lourdes de Vicente

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Gran parte de nuestra concienciación respecto al uso el agua procede de la última gran sequía que ha quedado en el imaginario, la del 1995. Así la nombramos, pero realmente la sequía del 95 culminó un periodo seco de cuatro años. El consumo humano estuvo restringido a un puñado de horas al día; en la zona de la Bahía de Cádiz, se llegó a traer agua de otras provincias. En Andalucía, el nivel de los embalses llegó a estar al 15% (la comunidad autónoma está ahora al 24,8%, tampoco es que sea muy esperanzador). Dentro de la provincia, hubo marcas por debajo del 10%.

El emblemático embalse de los Hurones llegó al 12,6% (actualmente, está al 45%). Unas cifras que eran igual a cero porque, como apunta el ecologista Juan Clavero, llega un mínimo en el que el agua embalsada no es apta para consumo humano. Lo impactante del asunto es que un año antes de su mínimo histórico, en 1994, Los Hurones estaba al 30% de su capacidad. Así de poco llovió. “El único que quedó fue el de Arcos porque es un pantano de regulación, para que el agua salga por el canal de riego”, añade Clavero. Hubo que recurrir a pozos de emergencia para intentar abastecer a los municipiosuno de ellos, se ha abierto para prestar suministro a San José del Valle, la única localidad de la provincia que anunció hace poco restricciones al consumo–. “Incluso hubo un proyecto de hacer una desaladora de emergencia en Cádiz”, añade. En el 96, el cielo se rompió. Se desbordó el Guadalete. Los Hurones pasó de estar prácticamente seco a rellenar en un 86% su volumen. Fue maravilloso.

¿Qué aprendimos de entonces? Pues, a nivel ciudadano, aprendimos a reducir nuestro consumo. Se mejoraron las infraestructuras y se optimizaron los sistemas de riego, pasando de superficiales a localizados. Se añadieron dos nuevos embalses al sistema: el actual de Guadalcacín y el de Zahara. También se llegó a la conclusión de que los quince municipios de la Zona de Abastecimiento Gaditana, que consumían unos 90 hm3, necesitaban unos 60 hm3 más, y la solución fue aumentarla hasta los 145 hm3: “Aunque nosotros apuntamos que con la reducción de consumo y reciclado de aguas residuales se podría garantizar el agua el futuro”.

En los peores momentos de la sequía de los noventa, Los Hurones llegó al 12,6% de su capacidad: un año antes, estaba al 30%

Desde luego, no todo se hizo bien. De aquel Plan Hidrológico Nacional, auspiciado por Borrell, se quedó la especie de que hay cuencas con agua “sobrante” y otras, “deficitarias”. Y, sobre todo, está el aumento de la demanda agraria que hemos vivido desde entonces: del 97 a 2008, la superficie regable en Andalucía aumentó en un 35% Actualmente, la superficie de regadío ha aumentado en unas diez mil hectáreas desde entonces, situándose en 1.117.858 hectáreas.

“La reducción en los consumos no ha supuesto un aumento de las reservas. El ciudadano se ha portado bien pero no ha tenido recompensa”, asegura Clavero, apuntando las ampliaciones de distribución de agua realizadas desde el Consorcio para la nuevas urbanizaciones proyectadas en Vejer o las de Atlanterra, garantizando que hay agua suficiente parar abastecer la futura demanda, “en una línea similar a lo sucedido con la macrourbanización de Trebujena”. “Si hubieran gestionado bien nuestros ahorros –continúa–, en Los Hurones se hubiera acumulado nuestra agua. Una buena planificacion implica, que en el peor de los escenarios, vas a disponer de agua para todos los usos: si hay restricciones es que has planificado mal”.

Y es que, aunque el ciclo de sequía funcione de forma distinta (y sea más feroz), sabemos que es una conocida histórica. La de los noventa es la que aún podemos tener en sangre, pero aún peor fue la “pertinaz sequía” –dicho con voz de NODO– de los cuarenta, que vino a rematar la posguerra. “Y luego, en los sesenta, llovió muchísimo:eso es lo que se ha perdido, esos ciclos largos de lluvia –explica Juan Clavero–. En 2018, por ejemplo, también llovió muchísimo, pero tras años más bien secos lo que provoca es muchas escorrentías y daños. Las olas de calor son muchos más fuertes y el déficit hídrico es mayor porque se necesita más riego y con periodos de sequía más prolongados. Este año, toda la zona de la campiña de la Cartuja, por ejemplo, se está regando desde enero. No hay agua ni para tanta superficie, ni para regar tanto tiempo”.

El embalse de Zahara es el que presenta actualmente un menor porcentaje de agua almacenada, un 10,6% de su total

Así, para los ecologistas, el gran pecado es haber acometido ampliaciones “irresponsables” de las zonas regables, metiendo además producción de regadío en cultivos de secano, “realizando concesiones a olivar en intensivo: por mucho que optimices el consumo de agua, no te chupa lo mismo que en tradicional. O la barbaridad que han hecho con el almendro:que sí, que te produce 10 en secano y 20 en regadío, pero cuando llueva menos, seguirá echándote 10”.

“Si no llega a ser por la reducción del consumo y Guadalcacín, ya estaríamos en restricciones”, asegura Juan Clavero. El panorama, si las lluvias del próximo ciclo no lo solucionan, nos aboca a restricciones de aquí a un año. En la zona de Barbate, las proyecciones hablan de ampliar las restricciones al término del verano. Entre otros muchos factores, Clavero apunta al aumento del cultivo de arroz en la zona –cuya cosecha ha sido la primera en caer este año–: “Secamos la Janda y luego, la inundamos, con el añadido se que se dan concesiones en suelo público para regar con agua de la que no son propietarios. Sin olvidar que Barbate, Vejer y Tarifa cuentan con grandes planes urbanísticos”. El embalse de Barbate está actualmente al 12,4% de su capacidad –el de Zahara, al 10,6%–.

“Lo peor –añade– es que hay planes hidrológicos que vuelven a proponer un escenario en el que parece que se va a seguir regando con las mismas dotaciones, y eso es imposible”.