Las ajetreadas vueltas al mundo del Bukowski de Conil
En Tailandia pueden pasar muchas cosas. Por ejemplo, que te intenten atracar unas prostitutas y emprendas medio desnudo una huida de película por Bangkok perseguido por aguerridos proxenetas a los que se van sumando más y más tailandeses y te conviertes en el enemigo público número uno hasta que consigues escapar a bordo de un tuck tuck. Esta es una de las historias que ha recopilado Félix Garcés de sus viajes por todo el mundo en un libro que se ha autopublicado y del que vende cada noche en los bares de Conil una decena de ejemplares. Un best seller del boca a boca.
Porque, sin intermediarios, Félix enseña la mercancía, invita al posible comprador que abra al azar una de las páginas del libro y lea una anécdota. Al momento, el lector se troncha. Por tanto, el trabajo de Félix Garcés, el vasco que en los 80 creó uno de los locales míticos de la madrugada conileña, La Otra Punta, es contar su vida. Hace poco le vendió un ejemplar a Óscar Ladoire, que se interesó por saber cuántos libros había vendido. Al escuchar la cifra, el actor resopló: "Caramba, yo nunca he vendido tanto".
Quedamos para tomar unas cañas en El Camelo, que regenta Txirlín, su antiguo socio nocturno, que ahora se ha vuelto diurno y hace una tortilla de patatas demoledora. Félix cuenta sus estrategias promocionales. Hace giras. Sí, en serio, hace giras, presentaciones. Ha estado en Bilbao, en Burgos, en Madrid. Y siempre llena. Porque juega con dos ventajas. Una, que las presentaciones son en bares; dos, que Félix conoce a gente en todas partes.
¿Cómo empezó esto? Se sitúa, piensa. "En Perú empecé a escribir y cuando tenía el libro medio hecho me enrrollé con una piba y perdí el libro. Al año siguiente, en Marruecos, decidí reescribir lo que había escrito".
No escribe Félix con una vocación literaria, aunque algunos de los pasajes escabrosos evocan obligatoriamente al Bukowski más bestia, sino con el objetivo de revvir lo vivido. "Si no escribes las sensaciones en el momento, corres el riesgo de perderlas". Ha inventado una nueva técnica de escritura que ha bautizado como "deltironismo", esto es, del tirón. Escribe lo primero que se le pasa por la cabeza. Le digo que eso es lo que hacía Jack Kerouac con lo que él llamó escritura eléctrica, pero Félix no renuncia a su término. "Ah, ¿que Kerouac también practicaba el deltironismo?".
A continuación, desgrana una cascada de anécdotas, de cuando navegó en Libia, de cuando se puso ciego de gambas en Filipinas, de cuando encontró una caja de calendarios hasta arriba de bellotas de hachís en Marruecos. Pero no caigamos en el deltironismo, vayamos por orden. ¿Cómo acabaste aquí, cómo fue que Félix Garcés se convirtió en uno de los vascos fundacionales de la pasión vasca por Cádiz? Félix viene de una familia acomodada de Bilbao, su padre se dedicaba a la construcción y él heredó el negocio. No le faltaba el trabajo ni el dinero, pero tenía spíritu de bala perdida. Viaja. Es lo que le hace feliz. En uno de sus viajes, con su inseparable amigo Txirlín, recala en un extraño camping junto a un paisaje asfixiantemente hermoso, El camaleón, desde donde se divisa el faro de Trafalgar. Los dueños del camping les avisan antes de contratar la noche: "Aquí no hay hora de silencio". Félix y Txirlín acaban de entrar en el templo del despendole, acaban de encontrar su hábitat. Ya nunca se moverán de Cádiz, excepto, claro, para arrojarse al mundo, para viajar.
El proyecto de vida empieza a cuajar. Regresan a Bilbao con pegatinas del nuevo pub que van a abrir, La Otra Punta, que no está en la otra punta de Bilbao, sino que está en la otra punta de España. "Ese pub era la otra punta de cualquier otro sitio, era también la otra punta de Conil. La gente se confundía de nombre y le llamaban El Quinto Pino".
El garito es un éxito. Abren cuando todos los demás cierran. Félix y Txirlín consiguen lo que no ha logrado ninguna campaña de la Consejería de Turismo: "Es impensable que en Bilbao haya alguien que no haya oído hablar de Conil". Pero el objetivo no es el garito, el objetivo no es el negocio. El garito es el medio, no el mensaje. Lo define muy bien Félix, que, tras la botella de agua mineral, se ha decidido ya por la primera Cruzcampo del día: "Teníamos una idea clara: se trataba de un equilibrio entre trabajo y dinero. De nada nos servía el dinero si no teníamos tiempo para disfrutarlo. Ganábamos, gastábamos".
La Otra Punta, que al estar en la otra punta no molestaba a nadie,no era muy estricta con los horarios de cierre. Acumularon toneladas de apercibimientos por incumplimientos en el horario. Cuando, al terminar el verano de 1991, Félix y Txirlín emprendieron su viaje anual, esta vez a Venezuela, se encontraron a su regreso con que les habían cerrado el bar.
Entonces los dos amigos bilbaínos se volvieron mayores. Montaron El Camelo, todo muy formal, todo muy legal, se acabó la juerga. Un bar diurno con tapas. "Eran 15 horas al día trabajando. Formalidad. Ya no éramos la escoria de Conil, ya no más esas noches con sexo por un tubo, cada noche con una distinta. Trabajé como un mulo, pero no era persona...", dice Félix recordándolo con auténtico agobio, como si le faltara el oxígeno.
"Yo celebro mi cumpleaños el 30 de octubre". Naturalmente, Félix no nació el 30 de octubre, pero ese fue el día en el que terminó su jornada laboral, cogió sus billetes de avión para Cabo Verde y decidió no tener ninguna jornada laboral más. Hay decisiones vitales que no deben de ser enjuiciadas. Félix decidió vivir sin trabajar. Quería ser fiel a su juramento: el equilibrio. El dinero no es el objetivo, sino el medio para conocer nuevos lugares, nuevos mundos. Por tanto, Félix se hace buscavidas. Entra en el gran casino global. Juega a la Bolsa y gana, se mueve en el mercado inmobiliario. El no ha escrito las reglas. Las reglas están ahí y, mientras dura la burbuja, se aprovecha de ellas. Pero no se apuren, si no les gustan mis principios, tengo otros. Pincha la burbuja y Félix rescata sus cuadernos escritos a mano con letra abigarrada con técnica deltironismo reivindicando el hedonismo.
Así que si ven a Félix con su libro o se toman una copa en Cádiz en La Canela o La Colonial -son libros para clientes de bar y en estos bares se vende- ya saben lo que encontrarán en sus páginas, la vida de un vividor en la más noble de las acepciones del término. Vividor: aquél que disfruta de la vida.
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