El sistema penitenciario en Cádiz

Madre y reclusa

  • La única unidad donde las internas pueden estar con sus hijos en Andalucía está en la cárcel de Sevilla 1

Entrada al módulo 9, el mixto de trabajo, de la prisión de Puerto 3.

Entrada al módulo 9, el mixto de trabajo, de la prisión de Puerto 3.

En las prisiones españolas sólo hay tres unidades para madres. Una de ellas se encuentra en la provincia de Sevilla. En ellas se permite que las internas puedan convivir con sus hijos hasta los 3 años. Incluso hay casos en los que se hace la vista gorda para que los pequeños puedan estar hasta los 5 sin despegarse de sus madres, lo que, en la mayoría de los casos, acarrea un trauma de consecuencias impredecibles en los pequeños. Una vez que transcurre ese periodo, y si ningún pariente se hace cargo de ellos, hay madres que se ven en la tesitura de entregarlos a familias de acogida o, incluso, en adopción. “Es una situación muy complicada”, comenta la abogada que se encarga de atender a las reclusas en la cárcel de Alcalá de Guadaíra en nombre de la APDHA.

“El tiempo en la cárcel pasa muy lento para todas las internas salvo para las madres, que ven como el momento en que tienen que separarse de sus hijos se acerca”, asegura.

Hasta hace poco tiempo la cárcel para mujeres de Alcalá de Guadaíra contaba con su propia unidad de madres, aunque ahora se ha trasladado a la cárcel Sevilla 1. La letrada cuenta que para poder acogerse a los beneficios de la unidad de madres antes hay que haber alcanzado el tercer grado. “Hablamos de dependencias que no parecen cárceles, con sistemas de controles perimetrales pero sin muros, sin alambradas, un ambiente menos hostil para madres y niños”, dice.

La APDHA está reclamando para la prisión alcalaína un módulo de extra respeto, donde poder ingresar perfiles más primarios. “Las prisiones están pensadas en masculino”, afirma.

Advierten desde la APDHA que las comunicaciones entre las madres y sus hijos resultan muy traumáticas. “Hace años llevamos una Proposicón No de Ley al Senado en la que pedíamos una modificación de la Ley General Penitenciaria para cambiar todo esto”.

Porque la realidad para los pequeños es dramática. Pasan de estar todo el día con sus madres a poder verlas solo 40 minutos un día a la semana o dos días 20 minutos cada uno, pero separados por una mampara de cristal. No pueden tocarlas. No pueden sentir sus abrazos. La comunicación con familiares sin ese cristal de por medio sólo se realiza una vez al mes, y dura entre una y tres horas. La convivencia, en la que la interna puede estar seis horas con su familiar, tiene lugar una vez al trimestre. “Los niños que ya son algo más mayores tienen que pasar por barreras, cacheos, arcos de seguridad. Es un mundo poco recomendable para ellos”, afirma la abogada.

La Universidad Pablo de Olavide de Sevilla realizó recientemente una investigación con funcionarios y alguno llegó a relatar el drama que supone tener que decirle a un niño que no puede entregarle a su madre esa planta que ha cultivado con todo su amor durante una semana. Y esto hasta los 10 años, porque a partir de esa edad, y eso que hasta los 14 los niños son vistos por pediatras en las consultas de atención primaria, ya son considerados adultos a la hora de visitar a sus madres en prisión. Son las contradicciones de una sociedad que, en algunos aspectos, sigue anclada en el siglo XX.

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