Caso 1.500 en Mexicali

El isleño Rafael Torrejón desapareció hace año y medio en México junto a su amante como 1.499 personas más desde el año 2.000; sus padres se temen ya lo peor

Los padres de Rafael Torrejón, en su casa de San Fernando, mirando la foto de la boda de su hijo desaparecido con su mujer mexicana.
Rosa Romero / Cádiz

29 de marzo 2009 - 05:01

La última vez que se les vio fue el 2 de septiembre de 2007. Acababan de presenciar allí, en Mexicali, una ciudad enclavada en el desierto mexicano de la Baja California, un partido del Real Madrid en un bar. "Es que allí los dan al día siguiente", apunta desde San Fernando su padre, Rafael Torrejón, como él.

Rafael Torrejón, el hijo, salía desde hacía año y medio con una joven mexicana bastante más joven que él. Él tiene 46 años. Ella, Celia María Santiago Guerrero, 23. Salieron del bar, fueron al apartamento de ella y desaparecieron sin llevarse ninguna pertenencia. No ha vuelto a saberse nada de él desde hace año y medio. No ha vuelto a saberse nada de ella.

Rafael Torrejón se fue a vivir a Mexicali hace unos ocho años. Viudo con dos hijos, Jordi y Rocío (de 20 y 18 años ahora, que viven en Barcelona con su abuela materna), chateando por Internet entabló relación con una mexicana, Nicolaza Valenciana Moreno, con la que se acabó casando, yéndose los dos a vivir a la Baja California. Hace algo más de seis años tuvieron un hijo, Sebastián. Pero las cosas empezaron a ir mal en el matrimonio y él inició una aventura con Celia.

En agosto de 2007, como todos los veranos, vino a San Fernando con su mujer y su hijo pequeño a pasar las vacaciones con sus padres, Rafael, de 74 años, y Rosario, de 72. A la semana de su vuelta, en Mexicali, desapareció junto a su amante sin dejar rastro.

La historia de su desaparición es investigada por el periodista del periódico Crónica de Baja California, Hugo Ruvalcaba, quien, alarmado por las 1.500 personas que desde hace ocho años han desaparecido en la zona, según la mexicana Asociación Esperanza Contra asa Desapariciones Forzadas, comenzó a interesarse por ello, y en concreto por los españoles desaparecidos. De este modo se topó con el caso de Rafael Torrejón, natural de San Fernando, contactando con este diario.Ruvalcaba lleva tiempo intentando desentrañar los entresijos de una desaparición muy extraña en la que, asegura, las autoridades de la zona y del país apenas se han tomado interés.

La mujer presentó al día siguiente una denuncia, por un posible secuestro, pero esa teoría quedó descartada al comprobarse que era incierta la llamada que en el hotel que él trabajaba dijeron que habían recibido pidiendo un rescate.

En España, aquí, en La Isla, los padres se temen ya lo peor. El cabeza de familia, albañil jubilado con una pensión que apenas supera los 500 euros, en una entrevista concedida a este periódico, muestra su impotencia. "Lo peor es no saber nada. Escuchamos la tele y me entero de tantas cosas malas que ocurren por allí, de gente que paga a gente para que maten a personas, y aquí sólo podemos suspirar. Su mujer, con la que no se llevaba ya bien, no hace nada para buscarlo. Sólo se mueve la madre de su novia, pero no logra que le digan nada. Si ella que está allí no consigue nada, ¿qué hago yo allí, sin dinero, cuando todos dicen que en México todo es a base de dinero?".

Rafael se enteró de la desaparición de su hijo y su amante poco después, al llamarle un tío de la chica. Contactó con la Embajada española, "pero nada". "Estoy harto de llamar a Madrid, y tampoco nada. Hablo con la madre de la muchacha todos los meses, pero la Policía de allí no hace nada, España no dice nada tampoco y aquí seguimos suspirando".

A su hijo le iban bien las cosas en México. Según le contaba (todas las semanas le llamaba por teléfono), trabajaba en un hotel. En el Motel Mediterráneo de Mexicali. Y como tenía una paga que le daban en España, todo lo que ganaba allí lo invertía en acciones en el negocio hotelero, llegando a ser "subgerente". Su mujer trabajaba de maestra. Todos los veranos, Rafael pagaba los billetes de avión para encontrarse con los hijos de su primera mujer en San Fernando. "El año pasado, como él ya no estaba, no pudieron venir. Pero este verano, como ya son mayores, les vamos a mandar dinero para que vengan en tren", dice el padre.

Al lado, la madre, entre sollozos, sigue suspirando.

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