Asesino a bordo
Galería del crimen
El viernes 13 de marzo de 1992 dos marineros fueron asesinados en la travesía del ferry entre Tenerife y Cádiz l La Policía determinó que el asesino fue un ex legionario que nunca apareció
LA bodega del barco esconde demonios verdes de grandes lenguas rojas, un canguro gigante, la entrada a un palacio del terror y la garra de Freddy Kruger. Son sombras que se mecen con el balanceo del mar. Tras las atracciones de los feriantes, otra sombra se mueve entre los camiones. Se escucha un golpe, una luna rota. "Eh, ¿quién anda ahí?". Son las cuatro de la madrugada del viernes 13. Marzo de 1992. Navegamos a 250 millas de Canarias, a 450 millas de Cádiz.
Andrés Costoya, el capitán del Ciudad de Palma, el ferry que se estrenaba sustituyendo al histórico JJ Sister en su viaje entre Tenerife y Cádiz, se sentía un poco extraño haciendo lo que tenía que hacer. No es que su barco tuviera el glamour de aquellos primeros viajes entre Canarias y la península, cuando había camarotes de lujo para que los más pudientes se sintieran en un semicrucero. Ahora en el Ciudad de Palma viajan currantes, turistas que tratan de descabezar las juergas del carnaval e incluso el gobierno canario paga el billete a algún mendigo latoso para quitárselo de encima. El capitán no se encontrará con joyas y largos trajes de noche. Hacer lo que uno tiene que hacer... "Se ruega a todo el pasaje que se reúna en el salón principal del barco". 241 personas somnolientas acuden extrañadas a la llamada del capitán envueltas en un murmullo.
Costoya se enfrentaba a una situación más propia del Orient Express. El cocinero del barco, Daniel Balboa, gallego de 47 años, había aparecido muerto de varias puñaladas y otro tripulante, Mateo Mena, de 52, algecireño, se debatía entre la vida y la muerte. Alguien había dado la voz de alerta de que un hombre ensangrentado corría por la cubierta del barco. Un tercer marinero iba a perseguir al agresor hasta que escuchó gritos de su compañero Mateo. El capitán tenía dos tareas que hacer: decidir si el barco se desviaba a Casablanca para ingresar al marinero herido e intentar encontrar a un asesino. Hacía frío esa noche en alta mar. Según se acomodan los pasajeros, se despeja la primera incógnita. El marinero encontrado en la bodega acaba de morir. Se seguirá hasta Cádiz.
A lo largo de la reunión, en la que no faltan gritos histéricos, según afirman las crónicas de la época, salen varios hechos a la luz. En la convención de pasajeros no se encuentra uno de ellos, el que más se ha hecho notar desde que salieron de puerto. Iba andrajosamente vestido con unos pantalones anchos que se descolgaban de su cintura y un gastado jersey de pico rojo, limosneaba entre los pasajeros, había robado una tortilla en la cocina y la última noche lanzó un mensaje apocalíptico a los comensales: "Sois todos unos pecadores y hundiré este barco antes de que llegue a puerto". Nadie se lo tomó muy en serio. Algunos dicen haber visto sobresaliendo de su pantalón la empuñadura de un machete. Varios pasajeros ratifican esta historia.
El segundo hecho obliga al capitán a abandonar la reunión y acudir de nuevo al lugar donde apareció el cuerpo del cocinero, en cubierta. Un reguero de sangre se extiende por el suelo y se pierde en la popa. ¿Se ha tirado o lo han tirado? O no se ha tirado y sigue entre nosotros, argumenta su segundo. Un salvavidas está fuera de sitio, falta otro. Miran hacia abajo, el remolino ensordecedor de las hélices. Su espuma es lo único que se ve en el negro universo acuático. "Si se ha tirado..." Pero el problema está en que no lo haya hecho.
Rápidamente se informa a la comandancia de Cádiz. "Atracaremos con dos cadáveres a bordo, muertos de manera violenta, y quién sabe si un asesino a bordo". Piden tranquilidad al pasaje, pero, por precaución, mejor no estar solo, recomienda uno de los cinco guardias civiles que realiza el viaje custodiando un furgón con los fondos del banco de España que se trasladan de la isla a la península. Son ellos los que organizan la seguridad.
El barco avanza hacia Cádiz con el silencio de un sepelio y fondea en la Bahía. Unos treinta agentes de la Guardia Civil y Policía suben al Ciudad de Palma sobre las ocho y media de la tarde comandados por la juez de guardia y son recibidos por un capitán con el rostro cansado. Relata minuciosamente los hechos. El forense examina los cadáveres. Cuchilladas profundas asestadas con saña. Este es el rastro de sangre, se pierde aquí. Los agentes se introducen en la bodega, en esa gran feria silenciosa. Este es el vehículo con la luna rota. Ya entrada la noche se decide llegar a puerto. Esperan los familiares rotos de dolor.
José López pensó que era hora de volver a Granada. Canarias es un asco, todo el mundo le mira como a un hombre de la luna, lanzan miradas que le insultan. Y él rumia su venganza. Ha sido legionario, es un hombre y un hombre peligroso. Lo pone en su tatuaje. Eso la gente no lo sabe. El sí. Embarca para regresar a casa, quizá allí dejen de mirarle como le miran en este barco. Forcejea con el cocinero por una tortilla, la mierda de turistas son unos agarrados, nadie suelta un céntimo. "¿Aquí no dan de comer?" José López, caballero legionario, se violenta en la cafetería. Le dicen que se esté tranquilo. ¿Tranquilo? No saben que soy un hombre peligroso, lo pone mi tatuaje. "Hundiré este barco", proclama. Y se va a cumplirlo. Fisgonea. Si no me dan, lo cogeré. Se mueve entre monstruos que le observan, demonios con colmillos, un canguro desagradablemente risueño, garras de largas uñas... la feria despierta para enfrentarse al caballero legionario. Buscaré, buscaré... con el codo rompe la luna de un vehículo. "Eh, quién anda ahí?" Yo estoy aquí, pero no me oyes, no me ves. Se mueve en silencio, pero el otro cuerpo se delata con la luz de la linterna. Ahora... dos cuchilladas. Corre, corre. "Eh, alto". Otro enemigo, todos enemigos. Más, más cuchilladas, soy peligroso, yo lo sé y escaparé. Vuela sobre el mar, se hunde, a 250 millas de Canarias, a 450 de Cádiz, entre la espuma de las hélices.
(La Policía atribuyó al ex legionario José López, alunado mendigo de carácter pendenciero, el crimen de los dos marineros. Su cuerpo nunca apareció. El Ciudad de Palma fue vendido por Trasmediterránea en 2005. Fue trasladado a China. Hoy es un casino residencia. Le cambiaron el nombre. Ahora se llama Oriental Princess).
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