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Sevilla

Pablo López en Sevilla: Km 0 de las emociones

Pablo López en concierto

Pablo López en concierto / Juan Ayala

“Ella quiere que le dé / y después le dé banda. /Blanquita, parece de Holanda. / Pero se pone en cuatro y yo le digo: / “Baby, dale, tú eres la que manda”. Esta era la letra que sonaba -y que se coreaba- en el escenario de la Santalucía Universal Music Week, mientras dos balones -gigantes- se pasaban de mano en mano por la pista. Eran las nueve menos algo de la noche en la Plaza de España de Sevilla. En una España compartida a la que quizá le alivie este paisaje abierto y festivo, banal y efímero, feliz y despreocupado. En general se agradecen las plazas llenas de público con ganas de pasarlo bien. Más aún cuando, en lugar de plazas con ganas de fiesta, últimamente nos topamos con tantos callejones sin salida. Ya saben.  

Pablo López se hacía esperar. El público, paciente. Bailando y a lo suyo. Con su reguetón latino o hispano,  celebrando la vida o el amor. Un ambiente adulto y simpático que se transformó en entusiasta en cuanto apagaron las luces del escenario: Pablo López aparecía en la escena. Al piano, dando las buenas noches a la ciudad. Discreto y tan artista comenzó con El abrazo más grande de todos los tiempos, uno de sus últimos éxitos. Abrazo en una plaza que abrazaba el buen rollo -parejas cogiéndose de la cinturita, cantando, dándose besos-; en una plaza que, entre sus arcos, abraza a Sevilla desde hace casi un siglo.  

Aunque aquí, entre tanto público y emociones, lo que apenas cabía era el tiempo. Es lo que tienen los buenos en un escenario: tienen la virtud de suprimir esa medida de las horas, y todo parece estar suspendido. Pablo López daba dimensión de sus cualidades como compositor y músico con La niña de la linterna. Sus seguidoras le gritaban “¡guapo!”, y al ratito se hacían un selfie y entonces se gritaban “¡guapa!” entre ellas. Foto para Instagram y también para el recuerdo, claro.  

Los conciertos son una oportunidad para reforzar el vínculo íntimo que surge entre la gente que queremos.

Las luces del escenario iban mudando de colores. Del rojo al azul. Aunque por este paisaje del concierto se asomaron otros tantos colores. El color de los amores, que ya hemos dejado caer, el color de las amistades, el color de las familias; y otros, como el color de las canciones legendarias –Sevilla, de Pareja Obregón, o Devuélveme la vida, de Antonio Orozco-, y el color de la música misma. Colores del concierto de Pablo López, que era a su vez, mientras todo este plan sucedía, una especie de km 0 de las emociones.  

Casi media hora ya de actuación. El artista brevemente se levantaba del piano por vez primera. Gratitud hacia los suyos, hacia su gente, su público. Y sin más demora de nuevo a su piano.  Las manos de Pablo López, dándole a las teclas, tenían algo acontecimiento insólito, de belleza inesperada o de lugar familiar al que volvemos para ser quienes en una ocasión fuimos. Sonaba entonces El patio: “Fuera, vete de mi casa. / Suéltame las manos. / No soy mas que un niño. / Con los pies descalzos. / Y yo sigo jugando…”. Pablo López siguió jugando, sí. O deleitando. Quizá sea esta una palabra más adecuada. Deleitando a los congregados en el espacio de Santalucía Universal Music Week. En estos días de música y de conciertos previos a la gala de los Grammy. 

 Quasi fue otro de los temas que el cantante interpretó. Canción reciente que antecedió al clásico de Queen The show must go on. Siguió el popurrí con VI. Gesto de felicidad y de disfrute en Pablo López al ver cómo reaccionaba el público a la música y a la letra: “Perdí, gané. / Crecí con la batalla. / Vi el engaño. / Vi algunas verdades. / Vi que estamos solos. / Vi fortunas, vi necesidades. / Vi quemarse todo”. En la Plaza de España todo también se quemaba, pero era una quema que no causaba ceniza, sino energías. Vida. Esas cosas que sí lo merecen.  

Aquellas amigas que antes se hicieron el selfie y se gritaban “¡guapa!” ahora bailan, beben y se miran con complicidad al sonar la canción Te espero aquí: “Y tengo que decirte / que nunca pierdo el sueño por cualquiera. / Que se quedó en mi pecho lo que hiciste. / Que no debí bajar esa escalera…”. Termina la letra y se abrazan. “Quiero llorar”, dice una. Y poco más que decir, añadiría cualquiera. Los conciertos son una oportunidad para reforzar el vínculo íntimo que surge entre la gente que queremos. Aquella imprescindible para seguir en los contratiempos cotidianos.  

La Plaza de España siguió también con su abrazo al escenario de la Santalucía Universal Music Week. Con sus espacios abiertos y ayer vivos, que es lo que echamos últimamente en falta.

Diez de la noche. No decae el ánimo ni están las manos en los bolsillos, aunque no fuese este un espectáculo dado a los efectismos visuales o a una puesta de escena que impresione -en el sentido de la magnificencia-. Tiró Pablo López de Estoy hecho de pedacitos de ti. Se repite Antonio Orozco en este concierto. A continuación, esos “hijos del verbo amar” y, a su fin, los aplausos. De nuevo el cantante en pie.  

Pablo López dedicó elogios a su equipo, a quien felicitó por el trabajo que habían hecho para este concierto -no sabemos muy bien por qué, pero al hablar Pablo López no era muy allá la acústica-. Inmediatamente después fue el turno del tema El mejor momento. Levantó las manos el publicó, quien coreaba al unísono en lo que supuso el último tramo del concierto. Pero aún hubo lugar para el homenaje, a Alejandro Sanz con ¿Lo ves? o a Joaquín Sabina con Peces de ciudad. Y para la fiesta, más movidita, con Suplicando

Siguió la noche y siguió Pablo López con su piano y sus destrezas vocales –“me acaban de avisar del resultado del derbi”, apuntó, entre bromas, el cantante-. La Plaza de España siguió también con su abrazo al escenario de la Santalucía Universal Music Week. Con sus espacios abiertos y ayer vivos, que es lo que echamos últimamente en falta. Lugares abiertos a la música, a la emoción, a los selfies entre amigos, a las parejas que se besan, a los aplausos felices.  

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