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El Flamenco es Universal | crítica

Flamenco eterno

Carmen Linares

Carmen Linares / Antonio Pizarro

En más de cuatro horas y media da tiempo de lo mucho y de lo poco; de lo bueno, de lo malo y de lo regular. Todo ese tiempo, sumado al que duraron unos prolegómenos que habían ocupado las dos horas y media anteriores a la gala, con el desfile de artistas, famosos y personalidades variadas, hicieron que lo que comenzó siendo un evento lleno de vida, efervescente, terminase con menos de la décima parte de los espectadores -todos por rigurosa invitación, para esta noche no se habían puesto localidades a la venta-  que lo habían comenzado, a los que, además, había que llamarles la atención de vez en cuando para que guardasen la debida compostura ante el arte que se les estaba ofreciendo desde el escenario. La gran gala de El Flamenco es Universal, enmarcada en la Santalucía Universal Music Week, con ocasión de los Grammy Latinos, que se está celebrando en la enorme carpa instalada en la Plaza de España, fue de la cima a la sima en algunas ocasiones; de levantar Sara Baras a todo el auditorio con su baile, a que a las bulerías de Luis el Zambo no les echase cuenta ni Dios; del recogimiento con que todos los espectadores escucharon la interpretación de La Isleta de los Patos de Rafael Riqueni, a la desazón del Todo es de color que estaba cantando Alba Molina acompañada al piano por Dorantes. Momentos mágicos fueron los que nos brindaron las voces de Antonio Reyes, La Tana, paseándose por el repertorio de Camarón después de los dulces compases con que Tomatito introdujo La Leyenda del Tiempo en un originalísimo arreglo para su guitarra, y momentos en los que apenas nos dio tiempo de aprehender otros jirones de magia con Israel Fernández rendido a La Niña de los Peines con el fabuloso toque de Diego del Morao, y con José Mercé por seguiriyas acompañado por la guitarra de Tomatito, porque sus apariciones fueron un visto y no visto. Aunque Mercé volvió después, de nuevo con Tomatito, para acompañar por soleares el baile de Manuela Carrasco y todo el público volvió a levantarse en masa embrujado por ella.

En el espectáculo organizado se trataba de homenajear a grandes maestros y géneros del flamenco: Camarón, Manolo Sanlúcar, Los Sordera, Paco de Lucía, del que solo la vista de su nombre en la grafía de las pantallas que iban separando las apariciones de los diferentes artistas levantó una de las mayores ovaciones de la noche, Carmen Amaya, Lole y Manuel, Morente; el fandango, la bulería; los tablaos, Sevilla y Jerez. Y lo iban a hacer unos 130 artistas -de los que solo 15 eran del sello Universal Music- entre cantaores y cantaoras, bailaores, bailaoras y cuerpo de baile, guitarristas, percusionistas, instrumentistas de piano, bajo y guitarra eléctrica, de saxo y armónica, palmeros. Carmen Linares abrió la marcha convirtiendo romeras en alegrías de Cai, en las cantiñas de Toma este puñal dorao, con una elegancia y naturalidad prodigiosas; le siguió Pedro el Granaíno bordando las seguiriyas de Tomás Pavón, Mal fin tenga este sueño, Reniego yo, Los días señalaítos de Santiago y Santa Ana, cambiando la alegría gaditana por seriedad y concentración maravillosamente y Rancapino Chico honró la zambra de Caracol, metiendo por soleá las bulerías de No niego haberte querío. Marina Heredia recordó con desgarro a Bambino en Reirse y a Lola Flores en Una casa en el aire sin estridencias y tras ella apareció el primer bailaó, Jesús Carmona, mostrando su coreografía estilizada en un corto fragmento de su Baile de Bestias.

El homenaje a Camarón fue uno de los momentos álgidos de la noche. Tomatito paró el tiempo con su guitarra, de manera calmada al inicio, imprimiendo luego poder a su toque cuando comenzaron a hacerse más reconocibles los acordes de La leyenda del tiempo para que La Tana comenzase a desgranar por bamberas los míticos versos de Lorca y Antonio Reyes le tomase el relevo con Como el agua. Ahora hubiese entrado perfectamente el homenaje a Paco de Lucía, sin embargo a quien se le hizo fue a Manolo Sanlúcar; Juan Carlos Romero llevó el peso de la guitarra principal, acompañado también por la de Paco Jarana y la caja de Tino di Giraldo, para que La Macanita pusiese voz al fragmento de la Tauromagia del maestro sanluqueño; el corte por bulerías de De muleta fue el elegido. La saga de los Sordera se hizo presente con Vicente Soto y su hija Lela; el primero dejó huella recordando por soleares hechas bulerías que el barrio de Santiago y el barrio de San Miguel son dos pilares del cante que mantienen a Jerez, en el segundo nacieron Antonio Chacón, Juan Mojama y Manuel Torre también. Luego Lela Soto -¡vivan las sagas!, gritó alguien- demostró que lleva la tradición familiar inyectada en la sangre.

Hasta tres guitarristas se unieron para el homenaje a Paco de Lucía: Antonio Sánchez, José Mari Bandera y el Niño Josele, arropados por el bajo de Rainer Pérez y la batería de Tino di Giraldo, para hacer una versión de Entre dos aguas que dejó bastante fríos a los espectadores, con unos arreglos incluso extraños en la parte en la que Diego Villegas cobró protagonismo con la armónica. Tino se quedó en el escenario haciendo un solo de cajón mientras se preparaba la compañía de Sara Baras, para hacerle los honores a Carmen Amaya, plena de poderío y pasión. Sola, acompañada del cante, de las palmas, del saxo, de las cinco bailaoras que la acompañaban, Sara fue un torbellino fusionando estilos con una belleza plástica y un vértigo imposible. Estuvo sobre el escenario veinte minutos o incluso algo más, que no se hicieron nada largos, aunque contrastaron con los apenas tres y pico que estuvo Israel Fernández recordando a La Niña de los Peines con aquellas bulerías por soleá de Mi mare me lo decía. Y de ese poco tiempo, casi la primera mitad la ocuparon las gloriosas falsetas de la guitarra de Diego del Morao. También Dorantes ocupó con su piano toda la primera parte instrumental del homenaje de Alba Molina a sus padres, Lole y Manuel, con un desdibujado Todo es de color, que en ningún momento consiguió acallar los murmullos irrespetuosos de la gente, que cada vez iba más a su bola con charlas propias del acto social que también era en gran parte esta cita flamenca.

Con Riqueni en el escenario seguían las charlas -habrase visto semejante despropósito y sacrilegio-, pero con siseos admonitorios de parte del público se fueron apagando y pudimos disfrutar de La Isleta de los Patos, que fue el homenaje a Sevilla de la noche. Su toque fue un prodigio que nos sacaba lágrimas de regocijo. Llegó después el turno de los Morente, Estrella y Kiki, para traer el Omega de su padre, Enrique. Las voces poderosas de los cantaores que iban con ellos, la guitarra eléctrica, que por primera vez acompañó a la flamenca, el mantra ominoso de fondo, siguió manteniendo la atención de la gente complaciendo al público más entregado y decepcionando un poco a los más críticos, entre los que no ocultaré que me hallaba yo mismo. Mucho más me gustó el trío de cantaoras que trajeron al fandango al primer plano: Argentina, Sandra Carrasco y Ángeles Toledano. Y había que ver con que arrobo miraba la primera a la niña, a Ángeles, mientras cantaba esta; como las madres orgullosas a sus hijas. Terminaron las tres juntas paseándose del brazo por la Calle Real del Alosno. Qué bonito fue.

José Mercé trajo seguiriyas jondas, de las que duelen. Y las enmarcó la guitarra de Tomatito. Y se fueron. Pero volvieron, acompañados de Manuela Carrasco, que bailó, mística, suprema, las soleares de Mercé al cante y Tomatito al toque; ¡ole las gitanas puras!, le gritó el cantaó a la bailaora y hasta el aire se conmovió. La noche se quedó en Jerez para empezar el fin de fiesta por bulerías: El Zambo bastante hizo para imponerse por encima del compadreo general; Diego Carrasco llamó más la atención con su cante, baile y guasa festera; Fernando Soto fue cabal donde Diego fue disparatado y María Terremoto nos devolvió el embrujo.

Y todo se fue diluyendo. Subió al escenario la familia de Camarón para que el maestro luthier José Rodríguez regalase a Chispa una de sus guitarras artesanas, que habían firmado todos los artistas presentes. El parón recrudeció las molestas voces de fondo para mantenerse mientras cantaban los acompañantes de El Farru. Hasta que él salió a bailar, y sus taconeos y golpes de bastón callaron a todo el mundo. El arte por encima de todo, como debe ser, y este bailaor es un virtuoso del ritmo. El escenario tembló con él encima. Ahi llegó el punto final, con la invitación a subir también para el fin de fiesta por bulerías a otros artistas que veía entre el público: su madre, La Farruca, y El Carpeta; también algunos de los artistas que ya habían ido pasando en las horas anteriores. Y así, acompañado por Marina Heredia cantándole a Las campanas de San Miguel fui abandonando también yo la fiesta, demasiado larga por momentos.

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