MIENTRAS la silla de Sánchez se tambalea, Rajoy se mantiene seguro en su puesto. Ha anunciado que si se adelantaran las elecciones volvería a presentarse como candidato a la Presidencia del Gobierno. No cabía otra respuesta a la pregunta. A nadie se le escapa que Rajoy cuenta con el respaldo del partido a pesar de que el resultado no ha sido, ni de lejos, el que esperaban. Hay que preguntarse por qué Sánchez lleva días sufriendo el desamor de un sector importante del PSOE mientras Rajoy no es cuestionado por los suyos. Y si alguien no lo apoya, no se mueve ni monta alharacas.

Son varios los motivos. El fundamental, que Rajoy ha ganado las elecciones aun con un resultado muy bajo, sacando 6 puntos a la segunda fuerza. Sánchez, además de mal resultado, tiene el aliento de Podemos en la nuca, a poco más de un punto de distancia. Y con el agravante de que es sensación generalizada que si se celebraran elecciones a corto plazo, el PSOE de Sánchez sería rebasado ampliamente por el Podemos de Iglesias.

Más diferencias: Rajoy sufre el desgaste de todo presidente de Gobierno, infinitamente mayor cuando debe hacer frente a una crisis económica como la que él encontró; ha puesto los cimientos para empezar a superarla, y los sacrificios que ha pedido le pasan factura. Sánchez no ha aprovechado esa ventaja y ha llevado al partido a las cotas más bajas de su historia, provocando enfados monumentales con decisiones que ha impuesto sin consultar, entre ellas, dar entrada en las listas a Irene Lozano o Zaida Cantero mientras colocaba en posiciones de imposible escaño a gente de la máxima relevancia del partido, o incluso a su rival en las primarias, Eduardo Madina, lo que en el PSOE se ha visto como una venganza inadmisible, una bajeza.

Rajoy no es el dirigente indiscutible, pero los suyos le respetan. Hoy es imposible predecir el futuro de Sánchez. Mientras que Rajoy, si finalmente se va a casa, lo hará recibiendo el homenaje de sus compañeros.