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Entrevistas

"En el cine hay que aprender a convivir con la frustración"

-Los ilusos viene a decir que en la parálisis de la crisis se pueden seguir levantando proyectos.

-Hay que tener cierto cuidado con ese latiguillo, eso de que la crisis es buena para el arte y la cultura porque estimula el talento de los creadores... porque puede ser un discurso frívolo y peligroso: hay mucha gente que se ha quedado sin trabajo y vive en una situación que nadie desearía. El cine siempre ha estado en crisis, y más el cine español. Pero si hubo algo parecido a una pequeña industria, está a punto de ser barrida del mapa por culpa de los recortes, las subidas del IVA y todo tipo de políticas entorpecedoras ante cualquier empuje de creadores emprendedores.

-Pero su película plantea una gratificante resistencia a esos obstáculos, indica que siempre se va a hacer cine, de un modo u otro.

-Sí, siempre vamos a seguir haciéndolo, de eso no hay duda. Por eso es bonito imaginar una posibilidad del cine volátil, que se hace con poco o casi sin nada. Mucha gente sale de ver Los ilusos con ganas de hacer cosas, no ya películas sino cualquier cosa. Quizá es porque la película apela a todo eso que podemos hacer por nosotros mismos, como si empezáramos de nuevo y lo hiciéramos por primera vez, contando sólo con lo que tenemos cerca o al alcance de la mano. Se trata de sentir que podemos hacer cosas con muy poco, y encontrar ahí un placer renovado.

-La producción no ha sido convencional, pero la distribución tampoco.

-El distribuidor soy yo mismo, y acudo a los cines que se interesan por la película. La mayoría de las veces el cineasta se exime de esta responsabilidad y deja el trabajo de mucho tiempo en manos de personas que no sienten ninguna cercanía por la película y la tratan como mera mercancía. Quería evitar eso. Hemos dado preferencia a filmotecas y salas alternativas, ahí encuentras a personas maravillosas que siguen queriendo y apostando por el cine, y de pronto les das una relevancia como exhibidores que los distribuidores no suelen darles. Todo se hace mucho más humano y real.

-El título de Los ilusos proviene de un libro de Azcona. Usted no ha necesitado matar al padre, a sus maestros y compañeros de viaje.

-Me gusta sentir que viajo con todos esos maestros y padres. ¿Por qué no? Sería muy estúpido por mi parte pretender echarlos por la borda. Siempre he intentado aprovecharme del privilegio de haber crecido en una familia de cineastas, pero no para ganar influencias sino para disfrutar y entender el cine de una manera más cotidiana. Pero es inevitable que otros te miren con un cierto prejuicio y te estén cuestionando, exigiendo que demuestres tu independencia y cosas así. Lo asumo como peaje, pero sigo haciendo lo que puedo, intentando ser yo mismo, sin pensar que tenga que demostrar nada a nadie.

-Junto a la película aparece Las ilusiones, un libro en el que usted muestra la vulnerabilidad y los hallazgos del proceso de creación.

-Es un libro escrito con la urgencia del día a día, sin ninguna intención de hacer literatura, tratando de dejar constancia de todas esas dudas, de todos esos destellos de ilusión esporádica que casi siempre se pierden o desvanecen con las incertidumbres e ilusiones del día siguiente. Es un libro que se siente escrito con letra temblorosa, me gusta eso.

-El cineasta Peter Hutton, como usted cuenta, dice que los cuadernos de notas y esbozos le resultan más interesantes que las obras que originan. ¿Qué se queda en el papel que no puede materializarse en el cine?

-La literatura es una máquina de generar imágenes mucho más poderosa que el cine, porque esas imágenes las genera el propio lector y las posibilidades son infinitas. En cambio el cine parece que ya te da las imágenes hechas y hasta masticadas, y el espectador corre el peligro de relajarse demasiado y acomodarse en una cierta pasividad. Por eso los buenos cineastas me parece que son los que trabajan generando imágenes más allá de las imágenes que proyectan en la pantalla, generando dudas, a través de la sugerencia, la contradicción, la sutileza.

-Perder el tiempo ya no puede considerarse una obra de arte. Y eso, dice usted, es la "tragedia" de los personajes de su película.

-Lo cuenta muy bien una canción del gran músico Rafael Berrio que se llama Mis amigos, a los que califica de esa "bohemia que ya no existe", gente que gravita en torno a los libros, la pintura o las películas, tratando de sobrevivir a veces no se sabe bien cómo, pontificando o especulando sobre las cosas por hacer aunque la mayor parte del tiempo prefieran no hacerlas... En esa canción está muy bien expresado todo, y siento que yo mismo podría ser uno de esos amigos suyos a los que se refiere. Les pone un altar, la propia canción, y les ofrece un brindis siempre que quede una botella en común. Los ilusos es un gesto parecido a ese.

-En las páginas de Las ilusiones usted retrata a un productor que pronostica "la muerte del cine". Y luego habla de una película de Mia Hansen-Løve en la que un productor que no se ha vuelto cínico y aún ama su trabajo se suicida... ¿Hay esperanzas para el productor, digamos, artesanal?

-Siempre, y quizá ahora más que nunca. Confío en que van a volver los productores artesanales. Igual que aparecen nuevos distribuidores, gente joven con otra mentalidad y con ganas de hacer las cosas a una escala más humana, por el placer de hacer cine, aspirando a sobrevivir con él pero no más. Los que sufren más ahora son los que sólo trabajan el cine de una manera más industrial.

-Un elemento muy atractivo de su obra es que son constantes las referencias culturales, pero siempre están muy ligadas a la vida.

-Es que esa es la vida cotidiana también. Normalmente las referencias se ocultan, yo prefiero que estén visibles, no hacen daño, y no deben verse como una demostración de nada sino como un signo de honestidad. Me gusta poner los textos, las ideas y las imágenes que me han ayudado a abrirme camino en la película, de alguna forma también ayudan a abrirse camino al espectador.

-En Las ilusiones se pide a sí mismo "no soñar demasiado, no generar demasiadas expectativas". ¿Es posible ser realista en un mundo como el del cine?

-Este es un oficio en el que hay que aprender a convivir con unos niveles de frustración muy altos. Hasta que no asumimos eso los cineastas no podemos ser moderadamente felices. Muchos de los cineastas que más me interesan se han hecho grandes a partir de esa frustración que después le ha llevado a buscar nuevas puertas y maneras de hacer el cine.

-Usted cree que se puede aprender de las cosas más insospechadas: intuye que una fotografía de un rodaje de Rossellini esconde, si uno se detiene a mirarla, lecciones de cine.

-Es que si estás atento, el cine te trae las revelaciones más insospechadas, todo se encuentra en los pequeños detalles, en los gestos y los comportamientos de la gente que te rodea, del tiempo y las circunstancias. El cine es una herramienta de descubrimiento apasionante y por lo tanto es un arma cargada de futuro, si seguimos sintiendo curiosidad por las cosas.

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