Wilo del Puerto, donde anida la pasión y el sentimiento

El cantaor portuense desparramó, la otra noche en la Asociación El Chumi, toda su fuerza y todo su arte, ante un público entregado, que abarrotaba el patio del Matadero Viejo

El Wilo de El Puerto, durante su concierto en la sede de Amigos de El Chumi. / Miguel Naveiro

Mientras la luna asomaba por los esteros y las marismas portuenses, El Wilo del Puerto desgarraba su voz acompasada y metálica en una explosión de arte. A partir de ahí, poco importa lo que pudiera contar en esta crónica. Las frases decaen ante esos palos que duelen y se hacen presentes. Ante una amalgama de sensaciones difícil de describir. Lo intentaré. Tan solo una cosa, pocas veces antes viví un encuentro musical con tanta verdad. Y así, trascurrió -la otra noche en la sede de Asociación Cultural El Chumi-, una velada inolvidable. Entrañable a más no poder y llena de matices, de arte de emoción…

Jorge Ramírez, El Wilo, comenzó a cantar a los 14 años cuando le vino el gusanillo del cante gracias a su padre. El joven cantaor se rodeó de gente de peso en el flamenco: Fernando de la Morena, El Torta, Periquín, Niño Jero, Miguel Chamizo, Pansequito o Pititi del Puerto. Hoy por hoy, es algo más que una promesa. Se mueve con soltura entre los cantes grandes: la soleá, la malagueña, la seguiriya…

De su calidad artística ya nadie duda. Así lo jalona sus premios: primero como cantaor en el Concurso de Guitarra Amigos de Paco Peña (córdoba); segundo premio en el cante por serranas de Prado del Rey, o tercer premio en Coria, Utrera y El Puerto. En 2018 logró la Silla de Oro de Leganés.

Considerado puro en todo su armazón, estuvo acompañado de Jesule del Puerto a la guitarra y José Peña y Manuel Vinaza a las palmas.

Saco a relucir su pasión desbordada y su afán por defender las causas solidarias y a veces perdidas en el olvido. Su fandango sobre el Alzhéimer -corazón entre sus manos- caló, y de qué manera, a los que nos dimos cita en el Chumi. Nos estimuló y nos hizo participes de esa bonhomía y sencillez que lo caracteriza, durante las casi tres horas de concierto. Y como no, puso su vida y su alma -expuestas a borbotones- en su particular homenaje a la Paquera de Jerez…

El Wilo, con ese desparpajo que lo caracteriza y ese rictus de hombre bueno (que lo es), tal como avanzaba la noche, se metió de lleno por esos recovecos de tanta enjundia. Voz metálica, poderosa. Cantes de ida y vuelta. Historias de ida y vuelta. O de vuelta y de ida, que más da. Palos que duelen y transmisión a flor de piel. Pellizcos que llegan y se quedan…sabor andaluz. Genuino, de profundo sentimiento. Jondura y buen hacer… Sin duda, el flamenco celebra la vida, ¿hay acaso una verdad más jonda que esa?

Soñador empedernido, niño para sus adentros. Da siempre lo que tiene y trabaja duro, porque sabe que lo que plantas ahora se cosechará más tarde. Lo imagino cada tarde, cuando pasea por El Puerto haciendo suya la reflexión -a modo de estrofa- de Concepción Arenal: “Qué difícil, te lo juro/ ser, como el arroyo, puro/ y ser grande, como el río”. Tengo claro que después de eso: todo es nada. O nada es todo, como ustedes quieran. Si puedes imaginarlo puedes lograrlo, si puedes soñarlo, puedes hacerlo realidad, que decía el escritor Arthur Ward.

El arte (con mayúsculas) de Wilo nos hizo sacar a paseo nuestros malos modos. Su característico ceceo nos llevo en volandas por las estanterías del alma, que a veces tenemos adormecidas. Nos arrastró, pisando la arena bajo nuestros pies. Y nos hizo volar con sus desafíos “a capela” por esos lugares mágicos del flamenco. Su pasión y su sentimiento anida en cada concierto y se acrecienta. Así es El Wilo. Y así lo vivimos. Canela en rama.

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