El Puerto

"Mi uniforme negro, colorado y oro, de Isaac Peral"

  • En torno a 'El submarino Peral', de Juan Ramón Jiménez

Se han cumplido recientemente 120 años del ingreso de Juan Ramón Jiménez (1881-1958) en el colegio de los jesuitas de El Puerto. Fue el 20 de septiembre de 1893, miércoles, el día anterior al comienzo de las clases. Juan Ramón, niño entonces de 11 años, llegó con ánimo "tristón" a ese prestigioso internado que "estaba sobre el mar y rodeado de grandes parques", como recordará más tarde el poeta de Moguer.

Siguiendo los "planes cortos" de los ministros Lasala (1880) y Groizard (1894), Juan Ramón Jiménez pudo cursar el bachillerato en cinco años, los dos primeros en su pueblo natal y los tres restantes en el colegio de San Luis Gonzaga de El Puerto. El expediente académico de Juan Ramón durante su etapa portuense nos revela a un alumno destacado, aunque no brillante. Los dos ejercicios para la obtención del grado de bachiller, que realizó en el Instituto de Jerez en la convocatoria de junio de 1896, los superó con sendos aprobados.

La misma calificación obtuvo su compañero de clase Pedro Muñoz Seca, después popular comediógrafo. Mejor calificado -con sobresaliente- resultó el sevillano Fernando Villalón, otro futuro poeta. Sin embargo, sí se distinguió "el Andaluz Universal" por su conducta escolar: poco después de su llegada fue admitido en la Congregación de San Luis Gonzaga, que dirigía el P. Oliver-Copons; en 1894 alcanzó la dignidad de edil y al año siguiente la de tribuno. La media de alumnos por curso durante la época de Juan Ramón Jiménez fue de 210, el 90 % de ellos en régimen de internado. Ejercía el cargo de rector "el excelente padre Castelló, tan fino, bondadoso, caballero" y el de prefecto el P. José María de la Torre, tan alto que andaba con la cabeza caída y "mirando siempre, para no tropezarse, a todos los techos", en palabras de Juan Ramón.

Podemos encontrar en la atractiva prosa juanramoniana varios fragmentos en los que evoca sus años escolares en El Puerto. El que ahora nos ocupa, El submarino Peral, es un emotivo ensayo escrito en 1927 que se dio a conocer el 7 de mayo de 1933 en el diario madrileño El Sol bajo el título Prosa inédita (Entes y sombras de mi infancia) y que el autor de Platero y yo integró posteriormente, con algunas variaciones, en su admirable libro Españoles de tres mundos (1942). En El submarino Peral, Juan Ramón Jiménez vuelve la vista atrás hasta "aquella noche primera" de otoño en que, encendidos los grandes focos del patio central del colegio "para deslumbrarnos la nostalgia", todos los internos hablaban de Isaac Peral (1851-1895) y de su submarino. Tres alumnos de Cádiz -citados solo por sus apellidos, Picardo, Duarte y Topete- aseguraron entonces que el Peral "estaría en la Carraca al día siguiente", domingo. El primero de ellos podría ser cualquiera de los hermanos Picardo Blázquez (Ángel, Luis o Agustín); identificamos luego a Luis Duarte Lacave (1881-1920), siendo el último José Ignacio Topete Bustillo (1879-después de 1925). Aunque el colegio de San Luis Gonzaga no iba a disponer de una instalación eléctrica estable hasta comienzos de 1895, un dato nos induce a enmarcar el episodio rememorado por Juan Ramón en septiembre de 1893 o, tal vez, de 1894, y no del año siguiente: el gaditano Luis Duarte estuvo interno en El Puerto solamente durante los cursos 1893-1894 y 1894-1895, por lo que no podía figurar ya entre los alumnos del curso posterior.

La corriente de esos focos a los que alude Juan Ramón procedería entonces de un generador privativo del centro de enseñanza jesuita. El colegio de San Luis será después uno de los primeros edificios a los que la Sociedad Electra-Peral Portuense -operativa desde el 8 de diciembre de 1894- suministre el alumbrado eléctrico. La "fábrica de electricidad", ubicada en la que ya se llamaba plaza de Isaac Peral, tendrá como presidente-fundador, precisamente, al inventor del torpedero submarino.

Tanta era la ilusión de los alumnos por ver el sumergible que los inspectores jesuitas les llevan el domingo por la tarde, en sus "ternas rumorosas", en dirección a la playa de la Puntilla. Al no estar encauzado aun el Guadalete, por el camino van pisando latas "en fango y retama". Juan Ramón utiliza un neologismo para describir la fábrica del gas, que aquella tarde desapacible le pareció "más negra y obstaculadora que nunca". Se trataba de la factoría de la Compañía Lebon, inaugurada en 1871 y dirigida ahora por Rafael Caruana. Una vez llegados a la playa, se afanan los colegiales en avistar el Peral frente a Cádiz, pero ninguno lograba verlo: "¿Yacía acaso el submarino muerto como una lapa? ¿Era aquel pez cadáver flotando en la onda baja?", se pregunta Juan Ramón. Lo cierto es que difícilmente podía entonces -en 1893 o 1894- el Peral surcar la bahía gaditana, a no ser remolcado por otro buque. Y es que, aunque las pruebas oficiales del sumergible habían concluido con éxito en el verano de 1890, la Junta Técnica de Marina planteó en su informe dudas sobre la eficacia militar del prototipo, por lo que recomendó la construcción de un segundo torpedero más perfeccionado. Esta tarea le fue encomendada en octubre al propio Peral, quien aceptó inicialmente el encargo, pero con ciertas condiciones (entre ellas, la dirección exclusiva de las obras). Sin embargo, el Consejo Superior de la Marina -presidido por el ministro Beránger, hostil a Peral- no accedió a las pretensiones del inventor y obtuvo del Gobierno de Cánovas del Castillo la ratificación del acuerdo por el cual se rechazaba definitivamente el proyecto y se instaba al todavía teniente de navío a que entregase bajo inventario todo el material del submarino (Real Orden de 11 de noviembre de 1890).

Desde junio de 1892, aproximadamente, el casco de acero del Peral quedó arrumbado en seco en el Arsenal de la Carraca (San Fernando), ya desprovisto de los motores eléctricos y demás maquinaria, incluyendo el novedoso tubo lanzatorpedos. Allí permaneció, en el olvido, hasta su traslado a Cartagena en 1929.

Juan Ramón, desengañado, termina su relato poniendo en duda la realidad de un submarino que no había podido ver. Para el niño, mucho más auténtico era el submarino Peral estampado en color morado en el centro de su pañuelo de seda favorito: "El submarino mejor estaba en mi pañuelo, malva ya de los lavados, sobre mar sedoso amarillento. Yo los tenía allí, mar y submarino, de veras, purito de chocolate, también con papel de plata, en el bolsillo alto de mi uniforme. De mi uniforme negro, colorado y oro, de Isaac Peral".

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