Tribuna Libre

¿Tiene arreglo El Puerto?

Las obras del parking de Pozos Dulces vuelven a estar  totalmente paradas.

Las obras del parking de Pozos Dulces vuelven a estar totalmente paradas. / Andrés Mora Perles

Es casi una pregunta desesperada la que he elegido para titular el enésimo artículo que dedico en las páginas de este periódico al lugar donde hace ya muchos años y trabajando todavía de corresponsal en el extranjero compré mi segunda residencia para pasar en ella largas temporadas una vez llegada mi edad de jubilación.

Vuelvo todos los años a El Puerto de Santa María con la esperanza de encontrar algún cambio, por pequeño que sea, que indique que la ciudad que tan bombásticamente se promociona como la de los Cien Palacios ha iniciado el camino de la recuperación, pero mi esperanza se ve una y otra vez cruelmente defraudada. ¿Tiene arreglo El Puerto?, me pregunto cada vez que la piso.

Mi ánimo se viene abajo nada más entrar cuando veo que apenas han progresado los trabajos en el aparcamiento de Pozos Dulces, junto al Guadalete. ¡Qué lamentable carta de presentación de la ciudad para el visitante!

Veo también que continúa la margen derecha del río convertida en una serie de parkings. Dicen que el Ayuntamiento ha llegado a un acuerdo con la Autoridad Portuaria para hacer por fin un paseo que permita pasear hasta la playa de la Puntilla, pero ignoro cuándo podrá inaugurarse si es que alguna vez se termina.

He escrito ya en otras ocasiones, y no me importa repetirlo, que El Puerto de Santa María ganaría muchísimo si se eliminase el tráfico rodado del casco histórico como se ha hecho en tantas ciudades europeas de muchos más habitantes que ésta, pero no parece que las autoridades municipales estén en ello.

Uno se sienta a tomar una copa en las terrazas de los bares o restaurantes de la Ribera del Marisco o en otras calles del centro y tiene que soportar no ya sólo el ruido de las motos sino los gases de los tubos de escape de los automóviles que no dejan de pasar porque aquí parece que se utiliza el coche para todo y que los únicos que usan la bicicleta son los pocos extranjeros que nos visitan.

Paseo diariamente por el casco histórico y veo cómo todo continúa degradándose sin remedio por culpa de un abandono que no sé ya si atribuir a los propietarios de edificios y comercios o a la propia desidia del Ayuntamiento, que no sólo no los obliga a cuidarlos como debería, sino que parece hacer la vista gorda cuando no pone continuas pegas burocráticas a quienes tratan de realizar alguna mejora, lo que parece ser una queja generalizada.

Veo así escaparates abandonados desde hace años, llenos de latas vacías y otros desperdicios que la gente arroja en ellos como si se tratara de algún basurero, fachadas de valor histórico y monumental estética protegidos por vallas para evitar que un trozo de balcón se caiga encima del que pasa por allí, aceras interrumpidas por enormes estructuras metálicas que sostienen algunos de esos edificios.

Escucho una y otra vez de inversores sobre todo extranjeros que se han interesado por alguna vivienda, pero que se han marchado con su dinero a otra parte en vista de las dificultades de todo tipo que encontraban para hacerla habitable. Parece como si se prefiriera que las casas terminasen derrumbándose antes de permitir que se toque nada.

Hace tiempo que sugerí en un artículo que El Puerto necesita que el visitante pase aquí más de unas horas, algo a lo que contribuiría la apertura de uno o varios museos que hablasen de su pasado: del comercio transatlántico, de sus bodegas, de las salinas, de la pesca, es decir de todo lo que hizo un día su riqueza. Pero no veo que apenas se esté haciendo algo en ese sentido cuando otras ciudades más pequeñas y de menor importancia histórica tienen ya sus propios museos.

No deja de sorprenderme, por otro lado, la pasividad de quienes, dado su patrimonio o gracias a su profesión, podrían tener alguna influencia en el progreso de la ciudad. Oigo decir muchas veces cuando hablo con hoteleros, comerciantes o vecinos que en El Puerto “cada uno va a lo suyo”, sin que nadie parezca preocuparse por la colectividad.

Escucho continuamente quejas sobre el trabajo de algunos funcionarios del Ayuntamiento. Éstos no tienen que responder ante los electores a diferencia de los políticos, que parecen, sin embargo, tener garantizado también su porvenir con independencia de cuál haya sido su gestión porque el partido siempre les encuentra un acomodo en algún otro sitio.

¿Hay alguien que esté pensando en el futuro de El Puerto, en qué tipo de turistas, pero también de inversores, quiere atraer? No hace falta encargar costosos estudios para analizar lo que le conviene. Basta con salir del Ayuntamiento y darse una vuelta por la ciudad, ver todo lo que está mal, hablar con la gente y estudiar lo que han hecho otras ciudades dentro y fuera de España. No hay que inventar nada. Sólo hay que sentir orgullo por la ciudad donde uno vive y tener además voluntad de hacer cosas.

Se está empezando a instalar, dicen, fibra óptica, algo necesario para la gente joven, de que tanta necesidad tiene El Puerto, pero también para el teletrabajo. ¿Por qué no aprovechar el clima envidiable que se disfruta aquí y un coste de la vida muy inferior al de los países del norte de Europa para atraer a gente dispuesta a trabajar desde su casa?

Pero aquí algunos parecen interesados sólo en fomentar el ocio nocturno sin control, como uno mismo tuvo ocasión de ver incluso durante la pandemia, con música hasta altas horas de la noche y aglomeración en algunas calles del centro de personas que impedían la libre circulación y el descanso de los pocos vecinos que todavía viven allí.

Mientras tanto, comerciantes y restauradores seguirán quejándose de la despoblación del casco histórico y del poco poder adquisitivo de quienes quedan en él y seguirán confiando en que la afluencia de turistas durante los fines de semana o unas pocas temporadas al año- la Semana Santa o el verano- les permita sobrevivir. ¿Sólo sobrevivir? ¿De eso es de lo que se trata?

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