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Crisis del Coronavirus / El Puerto

Tarde infinita de domingo

  • Tras una semana de confinamiento los negocios de primera necesidad se mantienen en funcionamiento y los portuenses siguen respetando las normas

  • La Policía Local y la Nacional intervienen en una pelea entre vecinos en Los Milagros

Imagen de la Avenida de la Bajamar esta mañana.

Imagen de la Avenida de la Bajamar esta mañana. / Andrés Mora

Silencio. Los pájaros cantan. Mis pasos resuenan en el hueco que hay entre la capilla de La Aurora y la puerta de Las Campanas (y mira que llevo zapatillas de deportes). En la plaza del El Polvorista me sorprende el ruido del agua de la Fuente. Es la primera vez que consigo escucharla en mis 28 años de vida.  Me paro y pienso. "¿Sería esto mismo lo que escuchaban mis padres de niños? ¿sonaría El Puerto así hace 50 años antes de la llegada masiva de coches?". 

Image del callejón de Jesús de los Milagros visto desde la plaza de la Herrería. Image del callejón de Jesús de los Milagros visto desde la plaza de la Herrería.

Image del callejón de Jesús de los Milagros visto desde la plaza de la Herrería. / Andrés Mora

Ya ha pasado una semana desde que el Gobierno decretase el Estado de Alarma. Una semana donde la vida en El Puerto sigue abriéndose pasos a duras penas, luchando por continuar adelante con toda la normalidad que se admisible -si es que eso es posible-; una semana que se resume en 11 días, 264 horas, 15.840 minutos y 950.400 segundos. Han sido extraños, raros, pero donde a pesar de todo se han sabido respetar las normas. 

Imagen de la farmacia en la esquina entre calle Larga y calle Palacios. Imagen de la farmacia en la esquina entre calle Larga y calle Palacios.

Imagen de la farmacia en la esquina entre calle Larga y calle Palacios. / Andrés Mora

Esta mañana por las calles del centro faltaba algo. Las fruterías estaban abiertas, las carnicerías, las panaderías y las farmacias. Como un día cualquiera. Había gente por la calle. También como otro día cualquiera. Pero apenas se miraban.

Faltaba la alegría, el saludo y ese contacto que aunque sea en la distancia te llena de calor. Faltaba ese "¡Hola Mari, ¿dónde vas?" que tanto alegra a uno el ánimo. Por las bocas tapadas con mascarillas ya no se escucha nada y de las manos con guantes - complemento imprescindible para esta temporada- ya no se escapan saludos, ni se pasan bolsas de la compra, ni nada de nada. El dinero, los centimillos del pan de todos los días, ha desaparecido y ahora la mayoría de los comercios cuelgan un cartel donde dicen que prefieren el pago con tarjetas "para así evitar el contagio". Son medidas que, aunque se adoptan libremente, constriñen y ahogan. 

Imagen de varias personas esperando su turno en uno de los negocios de La Placilla mientras respetan la distancia de seguridad. Imagen de varias personas esperando su turno en uno de los negocios de La Placilla mientras respetan la distancia de seguridad.

Imagen de varias personas esperando su turno en uno de los negocios de La Placilla mientras respetan la distancia de seguridad. / Andrés Mora

Parece como si la vida no terminara de arrancar. Como si todo fuera a ralentí. Como si el día hubiera quedado atrapado en una infinita tarde de domingo. A medio gas, perezosa y arrastrando las fuerzas. Los comercios, parsimoniosamente, siguen atendiendo. Las filas, de uno en uno, rebosan por las puertas de los locales -parece que la gente se ha tomado en serio eso de respetar la distancia de seguridad-, y los supermercados siguen vendiendo. No obstante, no pueden decir lo mismo en el Mercado de la Concepción, donde los pasillos se veían totalmente vacíos. En parte esto es normal. "La gente de otra zona intenta llegar hasta aquí pero la Policía los echa pa' tras. Como tiene que ser. Estos días la gente se apaña con los negocios que tienen cerca. ¿Qué hacemos nosotros si aquí en el centro no vive casi nadie?", explica un carnicero. "Todo el mundo está yendo a los supermercados y no se acuerdan que nosotros seguimos abiertos", explica más enfadado otro carnicero mientras prepara los avios de un puchero. Al otro lado del mostrador, con una mascarilla y totalmente protegido, los espera un repartidor que dicta desde la pantalla de su móvil los pedidos que tiene para el día. "Nosotros ya hacíamos repartimos , pero ahora sí que se ha disparado y lo principal lo atendemos de esta manera". 

Estanco en la Ronda de Valencia, donde se puede apreciar una gran afluencia de personas. Estanco en la Ronda de Valencia, donde se puede apreciar una gran afluencia de personas.

Estanco en la Ronda de Valencia, donde se puede apreciar una gran afluencia de personas. / Andrés Mora

En contraste, la puerta de los supermercados con gente esperando para poder entrar. Algunos de ellos, con un guardia de seguridad a la entrada, obliga a ponerse guantes y desinfectarse las manos antes de acceder al local donde las cajeras ya se protegen con mamparas. Hay cliente que aún se resiste y hay que volver a explicarles las normas por décima vez; pero la mayoría acata las instrucciones. "Yo vengo corriendo a por un par de cosas y me voy ya para mi casa", se escuchan entre varias conversaciones en un rosario infinito de excusas y explicaciones. Andar en estos tiempos por la calle sin razón está mal visto. Durante mi camino me cruzo con algunas personas. No son muchas. En su mayoría repartidores. Pero ahora, a cada cara que se ve y que no tiene el nombre de ninguna empresa a la espalda, se la mira intentando averiguar el motivo de su salida. "¿Y este hombre dónde va sin bolsas ni nada?". A la misma vez, me llega la noticia de un altercado el domingo por la noche en la barriada de Los Milagros, hasta donde tuvieron que acercarse tres coches de la Policía Local y siete de la Nacional por una pelea entre vecinos. En fin... me resigno y me consuelo pensando que siempre habrá quien se siga saltando las normas. 

Ahora el saludo mañanero y cotidiano ni se hace. La prisa y el estrés por trabajar y comprar ha sido sustituido por la prisa por volver pronto a casa y la agonía del no hacer nada. Esperemks que esta tarde infinita de domingo no se alargue mucho. Nunca había deseado tanto que llegara un lunes. 

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