Crítica de teatro

Divinas palabras: "Quien esté libre de culpa, tire la primera piedra"

  • Grandes interpretaciones y puesta en escena en este montaje que se pudo ver el sábado en el teatro municipal Pedro Muñoz Seca

Un momento de la representación del sábado, en el teatro municipal.

Un momento de la representación del sábado, en el teatro municipal. / J.A.

Nuestro Teatro Municipal Pedro Muñoz Seca se engrandeció el sábado al sentir sobre sus tablas la representación de una de las obras cumbre del Teatro español. Una visión esperpéntica de la sociedad gallega de principios del Siglo XX, puesta en escena por José Carlos Plaza, con una perspectiva estética y humanista, que nos traslada estéticamente, gracias a la escenografía y la iluminación de Paco Leal, a las pinturas de Solana y a las pinturas negras de Goya, en una serie de escenas o cuadros, protagonizados por marginados cuyos instintos mas bajos desencadenan el drama en el que se mezclan a partes iguales, avaricia y lujuria. Dos mujeres se pelean por la posesión de un enano lisiado al que pretenden arrastran por ferias y romerías, mientras la mujer del sacristán, engaña a su marido con un feriante.

La historia que vemos en el escenario, situada en una Galicia feudal, es la de ese joven discapacitado, casi vegetal, que es utilizado por esas dos mujeres, la tía y la familia de la madre muerta que se disputan su “custodia” para conseguir que la piedad cristiana, manejada y manipulada por el sacristán engañado, proporcione un beneficio económico a los que se aprovechan de su minusvalía. Todo empieza con la muerte de la hermana de Pedro Gailo, quien deja a su hijo hidrocéfalo y enano en manos de su familia. La miseria profunda de ese país casi feudal, la Galicia de comienzos del siglo XX, adquiere la grandeza de lo universal. Esta “Divinas palabras” dirigida por José Carlos Plaza ofrece una extraordinaria riqueza de matices, sin cambiar el texto original, pero distribuyéndolo de diferente manera ante la gran cantidad de personajes del original, consiguiendo que el texto discurra libremente, tal como Valle Inclán lo concibió.

Excelente trabajo de conjunto a cargo de once personajes con una meticulosa precisión de movimientos, casi una coreográfica apoyada por la luminotecnia y la escenografía de Paco Leal al que antes me refería, así como el vestuario de Pedro Moreno y un trasfondo musical compuesto por Mariano Díaz que nos introduce en el folklore celta.

La labor de los intérpretes es digna de aplauso, desde la profesionalidad de la actriz que interpreta a la alcahueta, una Celestina observadora o Consuelo Trujillo con una voluptuosa manera de explotar la desdicha, de dar lástima y acumular ganancias. A medio camino entre las dos, Olga Rodríguez, una Mari Gaila con una lujuriosa voluntad de ser ella misma, una mujer necesitada de pasión y de sexo que cuando es despreciada por la masa que la desnuda, se torna vulnerable a las divinas palabras de Cristo que le dirige su marido, en latín en el original, a quienes la acosan.

El hijo deficiente es interpretado magistralmente por Javier Bermejo que consigue salir airoso de su dificilísimo papel en el que no acabamos de distinguir entre sus risas y sus quejidos casi inhumanos, animales. También encomiable la interpretación de Carlos Martínez-Abarca en el papel del sacristán que explota la desgracia del joven empujado por su propia desgracia por la soledad y el abandono al que le somete su esposa adúltera y el amor incondicional que siente por ella. Alberto Berzal como Séptimo Miau, Chema León como el ciego de Gondar o Diana Palazón en los variados personajes que asume, también colaboran al éxito de la representación.

Noche memorable que los aficionados no olvidarán fácilmente y que premiaron al elenco con una prolongada y cerrada ovación.

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