Antonio Reyes, el eco natural de las marismas gaditanas
La Peña El Chumi en sus jornadas 'Flamenco a la luz de la luna', puso el cartel de no hay billetes en una propuesta cultural que combina arte, tradición y compromiso social.
El Chumi presenta en El Puerto el ciclo 'Flamenco a la luz de la luna'
A mediados de este estío que nos abrasa, Antonio Reyes nos trajo la voz flamenca y el aroma fresco y marinero de la Bahía. La otra noche, en ese rincón emblemático que la peña El Chumi tiene en el Matadero Viejo, a la orilla del Caño del Molino. Mientras la luna se desperezaba en el horizonte.
Nada faltó en esa velada. El tiempo transcurrió con otro ritmo. Con otra pausa. Casi detenido. Los que nos dimos cita en ese patio central porticado del siglo XVII, supimos apreciar que en el flamenco, lo antiguo siempre debe estar presente.
Antonio Reyes nació en Chiclana, rodeado de flamencos. Es nieto de Antonio Montoya, sobrino de Roque Montoya “Jarrito” y pariente de “Pansequito”. Subió por primera vez a un escenario a los siete años y ya mostraba maneras. Tanto es así que su carrera se ha visto jalonada de premios y distinciones. A destacar en el Memorial Camarón de la Isla, Concurso Nacional de Arte Flamenco y el Giraldillo al Cante en la Bienal de Flamenco de Sevilla (2014).
Su manera sentida, pausada, quieta y apasionada de cantar, nos lleva por esos pasillos estrechos -aunque inmensos- de “la verdad por delante”. Siempre dando la cara y transmitiendo, que es de lo que se trata. ¡Para que tanto encorsetamiento, cuando lo que queremos transmitir es nuestro sentimiento! Y así transcurrieron los minutos.
Entre nota y nota, las letras de Antonio Reyes se desparramaron. Me duele el alma. Un amor que atormenta y no es de nadie. Silencios de guitarra resonando entre esteros y marismas. Bulerías, tarantos, alegrías…Notas bajas y altas. Susurros de paz, salud y amor…que nos hace falta…
Y para colmo de los colmos, se acompañó a la guitara por su hijo: Nono Reyes, (Chiclana -1998), hijo de Antonio y la bailaora Patricia Valdés. Deleitó a los presentes con su buen hacer y su arte de “canela en rama”. Pudimos apreciar sus inconfundibles falsetas por bulerías. Hoy por hoy, uno de los mejores guitarristas jóvenes.
De sangre flamenca desde su nacimiento, siempre estuvo rodeado de baile, cante y sonidos musicales. El ayer presentía al hoy y seguro el mañana. Su personalidad -fuera de toda duda-, su valentía, su capacidad natural y su bagaje tras pasar como alumno en la Casa de José Ignacio Franco de Jerez, definieron lo que es. Todo un referente para los que empiezan con la guitarra. De futuro cierto. Y muchos kilates.
Construir en Antonio Reyes es el cálculo exterior de una mirada poética, de un talante definido. Para los que nos apasiona la pintura, podríamos decir -al menos así lo viví la otra noche en la peña El Chumi-, que la música y el color se relacionan en común cadencia. De todo ello se nutre el de Chiclana. Sus temas se construyen ladrillo a ladrillo, estrofa a estrofa, “quejío a quejío”. Historias de amor que salen de su interior con la fuerza de las cosas que son y que están Antes de las que pasan. Historias de las cosas que permanecen. Las que importan. Las que duelen. Las que acarician el alma.
En este mundo, donde casi todos buscan relucir con gritos, apariencias o verdades a medias, Antonio no necesita reflectores. Sus susurros llegan a los corazones y dejan huella. Y eso se eterniza en nuestros recuerdos. De esto se trata.
Sé como el pájaro que, deteniendo su vuelo un rato en ramas demasiado débiles, siente cómo ceden bajo su peso y sin embargo canta, sabiendo que tiene alas, balbuceaba Víctor Hugo para sus adentros.
La otra noche Antonio Reyes rasgó el alma de la marismas con su voz. Y nos conquistó. Alma, corazón y vida, que diría el poeta…
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