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Tribuna Libre

El Puerto: Las cosas en la ciudad de los cien palacios van despacio

Una imagen del paseo fluvial el día de su apertura al público, el pasado mes de julio.

Una imagen del paseo fluvial el día de su apertura al público, el pasado mes de julio. / D.C.

Eppur si muove, habría que decir, citando a Galileo: poco a poco, pero algo parece moverse, algo empieza a cambiar en la ciudad de los cien palacios.

Me dicen quienes habitan aquí todo el año que se están vendiendo casas en el casco histórico, que debería ser, por emblemático, el mejor cuidado de la ciudad, algo que desgraciadamente no sucede a juzgar por los edificios abandonados o en ruinas que aún se ven allí.

Están comprando españoles y extranjeros, y uno espera que sea para vivir en ellas y no para alquilarlas a quienes, atraídos por el alcohol, el 'pescaíto frito' y los mariscos, vienen aquí a pasar aquí sólo un fin de semana.

No sé si el concejal de Fiestas, que, por lo que conozco, es responsable también de Comercio, tiene ideas para esta ciudad que no sean las consabidas de “pan y circo”, sobre todo esto último.

Veo en cualquier caso con satisfacción que se está reformando el paseo del río, uno de los atractivos de El Puerto, demasiado tiempo utilizado sobre todo como aparcamiento.

¿Por qué se siguen viendo a ciertas horas del día las calles del centro inundadas de coches dando vueltas y más vueltas y contaminando de paso la ciudad en busca de un lugar para aparcar?

No se cansará uno de reivindicar la bicicleta, el más sano medio de transporte individual, muy apropiado además para una ciudad que es en su mayor parte llana.

¿Y qué decir de los árboles? Han arrancado, por ejemplo, todos los que adornaban la calle Vicario. Empezaron por uno que estaba al parecer podrido y siguieron con todos los demás.

Se argumenta muchas veces que las raíces de los árboles destrozan las aceras, pero uno cree que el mayor problema que  tienen es que no se cuidan ni se podan como corresponde.

Hay además árboles tal vez más adecuados para el centro que las acacias o jacarandas como pueden ser los simples naranjos, tan bellos sobre todo cuando están cargados del fruto.

Han puesto unos bancos alargados de un blanco impoluto en un tramo del paseo fluvial, algo que sin duda agradecerá cualquiera que por allí pasee.

Pero hay que preguntarse si quienes los diseñaron pensaron en la basura que sin duda va a amontonarse en el hueco que hay debajo y que será especialmente visible gracias a las luces que allí se han puesto para su iluminación nocturna.

Está, por otro lado, esa plataforma de madera entre la pasarela y lo que queda del puente de San Alejandro que uno no sabe cuál va a ser su función y que de momento sólo sirve para tapar la vista del río.

Se ha inaugurado por fin un nuevo museo: el de Cargadores a Indias, que da cuenta del importante papel que tales comerciantes, muchos de ellos llegados de fuera, desempeñaron en esta ciudad.

Y hay que felicitarse de ello, pero debería ser sólo un comienzo. ¿Para cuándo un museo de la sal, de la pesca o del vino, actividades todas ellas que contribuyeron a la pasada riqueza de esta ciudad?

Suficientes bodegas y otros edificios vacíos, muchos de ellos por desgracia en estado semirruinoso, existen en el casco histórico para albergarlos, y uno se imagina que las viejas familias de El Puerto podrían además ayudar a enriquecer sus fondos.

Sería en cualquier caso un fuerte aliciente para que muchos de quienes visitan El Puerto se decidiesen, porque valdría la pena, a prolongar su estancia en la ciudad. Y todos, comerciantes y vecinos, la ciudad en su conjunto, se verían beneficiados.

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