Tribuna Libre

Perderle miedo a la peatonalización del casco histórico

El Palacio de Araníbar, futuro Museo de Cargadores a Indias, sigue con la obra parada de momento.

El Palacio de Araníbar, futuro Museo de Cargadores a Indias, sigue con la obra parada de momento. / D.C.

Sé que lo que voy a escribir no gustará a muchos vecinos de El Puerto de Santa María, pero creo pese a todo que es la mejor solución para lograr el objetivo común: hacer de su singular casco histórico un lugar más agradable donde vivir.

Hay un miedo natural de vecinos y comerciantes a cerrar los centros urbanos al coche. Lo ha habido en otras ciudades más grandes y complicadas que ésta y, sin embargo, una vez llevado a la práctica el experimento, nadie quiere volver ya atrás.

Se ha visto en capitales y ciudades importantes de los países más progresistas de Europa, entre ellas Viena, Zúrich o Copenhague, y cualquiera que las haya visitado se habrá dado cuenta de lo agradable que resulta deambular por ellas sin tener que prestar atención al automóvil.

No en vano la capital austriaca, por ejemplo, lleva varios años seguidos encabezando la lista del semanario The Economist de ciudades donde más vale la pena vivir. Y quien firma este artículo lo sabe por propia experiencia.

Hay que liberar las calles para los peatones, tanto los que viven en la ciudad como quienes la visitan. Es un sinsentido arriesgarse a romperse un tobillo en esas aceras casi imposibles, que habría que rebajar o directamente eliminar cuanto antes.

Todo ello favorecería que la gente se animase por fin a volver a vivir en el centro, a acudir a sus comercios de proximidad, hoy por desgracia amenazados, cuando no han cerrado ya por la falta de clientela. Y todo ello favorecería de paso a un turismo de calidad y no sólo de discoteca y borrachera.

¿Cuándo se podrá ir a pie o en bicicleta, vehículo que contribuye a mantenernos en forma y que se ve sobre todo utilizar aquí a los extranjeros que nos visitan? ¿Cuándo se podrá llegar sin rodeos ni molestos obstáculos hasta la playa de La Puntilla?

No podemos acercar el mar al centro, pero sí podemos conseguir que ese mar, que no tiene, por ejemplo, Jerez, sea mucho más fácilmente accesible con un paseo agradable que vaya bordeando el río, un paseo con bancos, con fuentes en las que calmar la sed y sobre todo árboles.

¿De dónde esa fobia tan española a lo verde? Hay que reverdecer las ciudades y no sólo por razones estéticas, sino porque así contribuiremos a la lucha, cada vez más urgente, contra el cambio climático. Árboles en lugar de coches.

Es además observable en el centro de El Puerto una preocupante privatización del espacio público mediante la colocación de barreras bajo soportales y en ciertas calles por parte de ciertos locales de restauración, que utilizan además ese espacio como almacén en perjuicio del peatón.

La restauración es sin duda uno de los muchos activos de esta ciudad y tal vez el que mejor funciona, y uno se alegra por los dueños de los restaurantes y sus trabajadores, pero es una actividad que se resiente, por otro lado, de una gran estacionalidad.

Aunque uno ha escuchado últimamente decir a algún director de hotel especialmente crítico con la última evolución de la ciudad que habría primero que consolidar la estacionalidad.

Todo el mundo parece estar de acuerdo, en cualquier caso, en que hay que conseguir que quienes nos visiten pasen más tiempo en El Puerto y eso sólo se consigue aumentando la oferta cultural, hoy casi inexistente.

En ocasiones anteriores he escrito, y no me cansaré de repetirlo, sobre cómo puede contribuir a ello la apertura de uno o varios museos dedicados a la rica historia de El Puerto, a las que fueron

pujantes industrias como la pesca o el vino, a la sal. Material documental debe de haber más que suficiente en bodegas, cofradías y casas de particulares.

Por cierto, ¿cuándo se abrirá el dedicado a los Cargadores a Indias, esos comerciantes, muchos de ellos extranjeros, que tanto contribuyeron a la prosperidad de esta ciudad, hoy sólo sombra del pasado?

He vuelto a pasar por la casa palacio de Araníbar, supuestamente destinada a acogerlo, y no he observado ningún signo de actividad en su interior.

Y permítaseme terminar con una observación: pese a la actuación de los servicios de limpieza, la ciudad está, al menos en algunos de sus barrios, más sucia de lo que sería aconsejable.

De poco sirve pagar a una empresa para que barra y riegue las calles si algunos vecinos, entre ellos ciertos propietarios de perros, siguen dando muestras de falta de civismo.

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