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Tribuna Libre

Pan y circo a orillas del Guadalete

El hospital San Juan de Dios es uno de los edificios que necesita de una urgente actuación municipal.

El hospital San Juan de Dios es uno de los edificios que necesita de una urgente actuación municipal. / Andrés Mora Perles

Vuelvo a El Puerto tras unos meses pasados entre Madrid y Berlín, y observo que muy poco ha cambiado a este lado del Guadalete.

No es que esperase gran cosa. Conozco la ciudad ya demasiado tiempo para ello, pero esperaba que al menos, con el dichoso plan de protección del casco histórico ya aprobado, algo se hubiese movido mientras tanto.

Camino a casa desde la estación ferroviaria –viajo sólo con una mochila al hombro-, veo los mismos comercios cerrados mientras tras las rejas se acumula la basura.

Continúan las mallas protegiendo los edificios que, abandonados por sus propietarios, se van poco a poco derrumbando, lo que impide al menos que a algún transeúnte la caiga un trozo de balcón en la cabeza.

Sigue sin haber en El Puerto un museo que documente el rico pasado comercial e industrial de esta ciudad como uno viene desde hace ya tiempo reclamando.

¿Para cuándo un museo de la sal y del vino? ¿Para cuándo uno dedicado a la pesca? Perdone el lector esta insistencia.

Otras localidades más humildes de la provincia de Cádiz lo han conseguido para deleite de propios y extraños, pero aquí nadie parece tener ni interés ni imaginación.

Me dicen que bares y restaurantes han tenido un buen verano y comienzo de otoño gracias sobre todo al turismo nacional, entusiasmo que no comparten, sin embargo, otros negocios.

Elogian algunos al concejal de Fiestas, especialmente activo, dicen que organizó incluso un desfile de Halloween, esa importación de EEUU vía el cine de Hollywood para mayor gloria del consumo.

No voy a ser yo quien niegue méritos al responsable de los festejos portuenses –¡ojalá todos los concejales fueran tan activos!-, pero esto le suena a uno demasiado al panen et circenses de la sátira de Juvenal. Pan y circo: es decir, las prácticas que tienen muchos gobernantes para mantener entretenida a la población y conseguir que se olvide de la poco esperanzadora realidad circundante.

Es decir que siga tocando la orquesta como en el Titanic mientras tantos edificios históricos de El Puerto, otrora orgullo de la ciudad, se hunden sin remedio por falta de mantenimiento.

Me explican que muchos de esos edificios –viejas casas palacio- pertenecen a bodegas y a bancos, y me pregunto cuál es el problema.

¿No se puede obligar a los propietarios, quienes quiera sean, a proteger al menos la fachada y evitar esa impresión de general abandono?

¿No hay mecanismos legales para hacerlo o simplemente falta voluntad por parte del Ayuntamiento? ¿No se les puede amenazar con el embargo si persisten en su actitud?

Hay, sin embargo, un problema y es la falta de presión de los ciudadanos, que parecen definitivamente resignados a que las cosas sigan como hasta ahora.

Los dueños de bares se frotan, eso sí, las manos porque se les llenaron los establecimientos durante las fiestas.

¡Ha sido una temporada excelente!, dicen. ¡Que me perdonen, pero algunos no parecen ver más allá de sus propias narices.

¿Qué futuro queremos para esta ciudad? Nos contentamos con que siga siendo una especie de Magaluf los fines de semana y una ciudad mortecina el resto del año?

Mientras tanto, los vecinos siguen a sus cosas. La obesidad continúa por desgracia avanzando, según observo, propiciada por los productos procesados y ricos en azúcares y grasas.

La gente coge el coche para todo aunque se queja del aumento del precio del combustible sin que parezca importar demasiado lo que dice la comunidad científica sobre el cambio climático.

En la terraza de al lado de mi casa, un perro permanece atado -¡animalito!- a la verja de una ventana, expuesto, día y noche, a la humedad y al frío.

He denunciado el caso en el Ayuntamiento. Espero que hagan algo antes de mi próxima visita. Así es El Puerto.

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