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Crítica de teatro/Señora de rojo sobre fondo gris

Hora y media con Nicolás

  • El aforo del Pedro Muñoz Seca se llenó para ver a José Sacristán en esta obra de Miguel Delibes

José Sacristán, el viernes sobre las tablas del teatro municipal Pedro Muñoz Seca.

José Sacristán, el viernes sobre las tablas del teatro municipal Pedro Muñoz Seca. / Andrés Mora

Hace 40 años Lola Herrera estrenó la versión teatral de la obra de Delibes Cinco horas con Mario, que tuvo un inmenso éxito y se representó durante años en los escenarios de toda España y que ahora se ha vuelto a llevar a los escenarios por la misma actriz y con el mismo éxito.

José Sacristán nos trae a escena otra novela de Miguel Delibes y al igual que Lola Herrera nos hacía pasar cinco horas con Mario, ahora es José Sacristán, también solo en escena como ella, quien nos hace pasar hora y media con un pintor sumido en una crisis personal que le impide expresarse artísticamente y que va confesando, uno a uno, sus recuerdos más íntimos. Habla de aquellos hechos que le han cambiado la vida, que le han sumido en esa crisis que se siente incapaz de superar, la detención de dos de sus hijos por motivos políticos y la enfermedad y muerte de su mujer, Ana, a los cuarenta y ocho años en aquella España de la postguerra en la que, a pesar de todo, el amor era capaz de darles la felicidad de la que nos habla el protagonista, pero también de su pérdida.

Desde que hizo una lectura dramatizada de la obra, ante un Miguel Delibes aún vivo, Sacristán y José Sámano siempre pensaron en llevarla al teatro. El actor interpreta a Nicolás como si realmente fuera él quien ha perdido a su esposa, trasladando al público el enorme dolor de Delibes por la muerte de Ana a mediados de los 70. Delibes se retrata a si mismo aunque cambiando su oficio de escritor por el de pintor.La decoración, minimalista, cuatro muebles y un taburete desde el que nos habla el protagonista. La iluminación magnífica, realzando o aminorando el gris de los decorados, solamente roto por la aparición al final de la función de un gran retrato de Ana, la Señora de rojo, sobre el fondo gris del decorado.Hacía falta un actor como José Sacristán para decirnos el texto de Miguel Delibes, uno de los mejores escritores españoles del Siglo XX.

El público llenó el aforo del teatro Muñoz Seca para ver la función. El público llenó el aforo del teatro Muñoz Seca para ver la función.

El público llenó el aforo del teatro Muñoz Seca para ver la función. / Andrés Mora

Sacristán ya estuvo entre nosotros en dos funciones que perduran en el recuerdo de todos los amantes portuenses del teatro, Dos menos, de Samuel Benchetrich y Muñeca de porcelana, de David Mamet en las que, igual que ahora, demostró su enorme talento de actor, con una dicción y una vocalización perfectas que permiten entender el texto a la perfección, aunque como es frecuente en este teatro, el sonido no siempre llega a los espectadores de forma inteligible. Solo un actor como él es capaz de no inmutarse ni perder los nervios ante el desagradable coro de toses ni ante el repetido sonido de un móvil en la sala o los continuos avisos de mensajes recibidos por los teléfonos de algunos espectadores.

Desde que falleció de forma imprevista su mujer, Ana (Ángeles de Castro en la realidad) a la que estaba tremendamente unido, Nicolás no ha podido volver a pintar. En un momento determinado de la obra se escucha a su mujer a través de la voz de Mercedes Sampietro. La acción se sitúa en el verano y otoño de 1975. La hija mayor de ambos está en la cárcel por sus actividades políticas, y es en esas fechas cuando surgen los primeros síntomas de la enfermedad de su madre que la hija vivirá desde dentro de la prisión. Es otro recuerdo permanente en la vida de su padre, que también ahora el protagonista, revive en el escenario.Solo él en escena, a secas, pero con el poder de los grandes, de bastarse y sobrarse él solo para llenar durante una hora y veinte minutos el escenario y trasladar al público, sin apenas moverse, imágenes bellísimas los recuerdos que conserva de una vida que se apagaba.

A los 81 años el actor se atreve a enfrentarse a una empresa difícil, empujado por su admiración al autor, rindiéndole un sentido homenaje a él y a su mujer Ángeles de Castro, haciendo suyo el monólogo con el que el escritor retrató su enfermedad y muerte.

El espectador asiste a la incredulidad del artista ante la enfermedad, hasta que le vemos llegar a la aceptación de la realidad. Asistimos a sus recuerdos de una existencia feliz, truncada por la amenaza de la muerte. El actor pasa de un estado a otro sin más elementos que su voz, que a veces imposta y a veces quiebra y que eleva cuando la situación lo exige.

Día importante para los aficionados al teatro que llenaron el coliseo portuense y que premiaron al actor con una prolongada ovación.

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